El precio de la ambición - Eduardo Gómez

                                        

Poco a poco fui recuperando la consciencia. Mi mente escapaba del pozo negro en que se encontraba sumergida. Lo primero que note fue como todo el cuerpo me palpitaba entumecido y un dolor punzante me taladraba la cabeza, impidiéndome concentrarme lo suficiente como para recordar donde me encontraba o qué me había sucedido.
Abrí los ojos lentamente. Al principio mi visión era borrosa e incapaz de percibir nada con claridad. Poco a poco fue esclareciéndose y lo primero que vi fue un azul de brillante intensidad. No se veía ni una sola nube en aquel cielo. Soportando el dolor del movimiento gire mi cabeza hacia ambos lados descubriendo en donde me encontraba.
Una playa en cuya arena blanca me encontraba tirado a solo un par de pasos del agua cristalina. No había nada más que arena y agua. Volví mi vista hacia el cielo azul sin fuerzas para hacer nada más. Poco a poco me fui perdiendo en su inmensidad mientras los recuerdos comenzaban a regresar a mi mente.
Recuerdo escuchar las historias cuando no era más que un niño. Historias de aventuras y vidas en alta mar donde la libertad era absoluta. Quedarme observando embelesado los barcos de los corsarios y piratas que atracaban en el puerto, esos barcos cargados de sueños y promesas, mientras me prometía que algún día sería yo quién viviría historias increíbles navegando en uno de esos barcos.
Y lo conseguí. Un día se me presento la oportunidad cuando un famoso capitán pirata comenzó a reclutar nuevos miembros para su tripulación en el puerto donde yo me encontraba. No desaproveche la oportunidad y pronto me encontré surcando los mares en su navío. Al comienzo no era más que el chico que fregaba la cubierta pero poco a poco fui demostrando mi valía y ganándome cada vez más importancia dentro de la tripulación.
Fueron muchos los años de intenso trabajo, los riesgos corridos y las aventuras no tan glamurosas como yo me las esperaba. Pero finalmente me convertí en pirata. Y fue incluso mejor de lo que había imaginado. Fue entonces cuando un nuevo deseo comenzó a surgir en mi corazón. El deseo de no solo ser uno más de la tripulación si no ser su líder. El capitán. Con esa meta me esmere en llegar a lo más alto, aunque para ello tuviera que pisotear a los demás en mi camino. Fueron muchos los riesgos y aún más las enemistades que me hice durante esos años pero finalmente conseguí ganarme el respeto y la confianza de mi capitán siendo su segundo de abordo.
Un día fuimos a saquear un barco pero las cosas salieron terriblemente mal. Resulto que lo que parecía ser un simple barco mercante era, en realidad, un cebo para atraernos a una trampa de la marina. Mi capitán y yo nos vimos cada vez más rodeados por nuestros enemigos. Tenía que tomar una decisión. Mi deber con mi capitán o salvar mi propia vida. No lo dude ni un instante. Aposte por mí.
De segundo de abordo a capitán. Mi sueño se había hecho realidad pero lo que parecía mi mayor victoria en realidad fue el principio del fin. Hasta ese momento solo me había preocupado por mí mismo pero una vez logrado mi sueño debía velar por el bienestar de los que estaban a mi cargo. Pero decirlo era más fácil que hacerlo. Nunca había llegado a pensar realmente en el grado de responsabilidad que tenía el capitán solo había ambicionado toda la gloria que le aportaba.
Llevado por ese error centré toda mi atención en realizar hazañas y conseguir botines que fueran recordados para la posteridad ignorando por el camino cualquier necesidad de mis subalternos. Y tampoco tenía a alguien dispuesto a darme consejos y mucho menos de quién estuviera dispuesto a aceptarlos, porque después de todo el odio que había despertado para llegar hasta donde estoy, ¿En quién podía confiar realmente?
Ese mero pensamiento hizo que todo se pusiera peor pues a medida que surcábamos los mares y nos enfrentábamos a otros barcos iba creciendo mi paranoia. Creía... no, sabía que cualquiera de ellos estaba dispuesto a clavarme un puñal en la espalda para usurpar mi puesto. No debía permitirlo. Esa fue la razón de que no lo dudara ni un instante en hacer que corriera la sangre a la primera señal de amotinamiento.
Muchos tomaron la tabla haciendo que mi tripulación se viera cada vez más diezmada. Lo cual hizo que dejáramos de ser la tripulación victoriosa que una vez fuimos. Ya no podíamos hacer frente a las amenazas que antes vencíamos con facilidad. Ya no conseguíamos gloria, tesoros ni ron. Solo el miedo, la desconfianza y el rencor.
Una noche mientras me servía del último barril que nos quedaba sentí un fuerte dolor en la nuca antes de que todo se pusiera negro. Al despertar, me encontraba atado al mástil mientras un fulano, al que yo mismo le había cortado la mano como castigo por un momento de rebeldía, se autoproclama nuevo capitán y me decía que pagaría por el daño que les había hecho.
No paso mucho tiempo en que yo siguiera por la tabla a todos aquellos a los que había hecho abandonar la tripulación por la fuerza. Tras sobrevivir a la caída me valí de toda la fuerza que poseía para llegar hasta esta isla. Donde pase días sin nada que comer y beber, donde lo único que me rodeaba era la pura nada.
Poco a poco me fui debilitando hasta desfallecer. Pensaba que moriría, deseaba hacerlo, pero volví a despertar y ahora estoy mirando un cielo completamente vacio. En el que no hay ni una maldita nube en la que centrar mi atención. Sé que ellos creen que estoy acabado y que este sitió solo es el purgatorio en el que me desgastare poco a poco hasta que yo tampoco sea nada.
Pero aún tengo una escapatoria. Aún la conservo. Miro a mi alrededor y la veo posada sobre la arena muy lejos de mí. Estaba a unos pocos metros pero en esas condiciones parecía una distancia infinita. Hago acopio de las pocas fuerzas que me quedan y me volteó hasta quedar boca abajo. Con paciencia y mucho esfuerzo me voy arrastrando por la arena. Tenía que alcanzarla. Era mi única escapatoria de ese infierno.
Por fin la alcanzo y la sostengo en mi mano. Solo tenía una oportunidad pero no pensaba fallar bajo ningún concepto. No podía darles ese gusto a esos rufianes. Ellos querían que me pudriera en este lugar pero no sabían quién era yo. Maldigo a mis enemigos por última vez antes de escuchar el estallido que me devolvió a la oscuridad de la que no debería haber salido.







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