Poco
a poco fui recuperando la consciencia. Mi mente escapaba del pozo
negro en que se encontraba sumergida. Lo primero que note fue como
todo el cuerpo me palpitaba entumecido y un dolor punzante me
taladraba la cabeza, impidiéndome concentrarme lo suficiente como
para recordar donde me encontraba o qué me había sucedido.
Abrí
los ojos lentamente. Al principio mi visión era borrosa e incapaz de
percibir nada con claridad. Poco a poco fue esclareciéndose y lo
primero que vi fue un azul de brillante intensidad. No se veía ni
una sola nube en aquel cielo. Soportando el dolor del movimiento gire
mi cabeza hacia ambos lados descubriendo en donde me encontraba.
Una
playa en cuya arena blanca me encontraba tirado a solo un par de
pasos del agua cristalina. No había nada más que arena y agua.
Volví mi vista hacia el cielo azul sin fuerzas para hacer nada más.
Poco a poco me fui perdiendo en su inmensidad mientras los recuerdos
comenzaban a regresar a mi mente.
Recuerdo
escuchar las historias cuando no era más que un niño. Historias de
aventuras y vidas en alta mar donde la libertad era absoluta.
Quedarme observando embelesado los barcos de los corsarios y piratas
que atracaban en el puerto, esos barcos cargados de sueños y
promesas, mientras me prometía que algún día sería yo quién
viviría historias increíbles navegando en uno de esos barcos.
Y
lo conseguí. Un día se me presento la oportunidad cuando un famoso
capitán pirata comenzó a reclutar nuevos miembros para su
tripulación en el puerto donde yo me encontraba. No desaproveche la
oportunidad y pronto me encontré surcando los mares en su navío. Al
comienzo no era más que el chico que fregaba la cubierta pero poco a
poco fui demostrando mi valía y ganándome cada vez más importancia
dentro de la tripulación.
Fueron
muchos los años de intenso trabajo, los riesgos corridos y las
aventuras no tan glamurosas como yo me las esperaba. Pero finalmente
me convertí en pirata. Y fue incluso mejor de lo que había
imaginado. Fue entonces cuando un nuevo deseo comenzó a surgir en mi
corazón. El deseo de no solo ser uno más de la tripulación si no
ser su líder. El capitán. Con esa meta me esmere en llegar a lo más
alto, aunque para ello tuviera que pisotear a los demás en mi
camino. Fueron muchos los riesgos y aún más las enemistades que me
hice durante esos años pero finalmente conseguí ganarme el respeto
y la confianza de mi capitán siendo su segundo de abordo.
Un
día fuimos a saquear un barco pero las cosas salieron terriblemente
mal. Resulto que lo que parecía ser un simple barco mercante era, en
realidad, un cebo para atraernos a una trampa de la marina. Mi
capitán y yo nos vimos cada vez más rodeados por nuestros enemigos.
Tenía que tomar una decisión. Mi deber con mi capitán o salvar mi
propia vida. No lo dude ni un instante. Aposte por mí.
De
segundo de abordo a capitán. Mi sueño se había hecho realidad pero
lo que parecía mi mayor victoria en realidad fue el principio del
fin. Hasta ese momento solo me había preocupado por mí mismo pero
una vez logrado mi sueño debía velar por el bienestar de los que
estaban a mi cargo. Pero decirlo era más fácil que hacerlo. Nunca
había llegado a pensar realmente en el grado de responsabilidad que
tenía el capitán solo había ambicionado toda la gloria que le
aportaba.
Llevado
por ese error centré toda mi atención en realizar hazañas y
conseguir botines que fueran recordados para la posteridad ignorando
por el camino cualquier necesidad de mis subalternos. Y tampoco tenía
a alguien dispuesto a darme consejos y mucho menos de quién
estuviera dispuesto a aceptarlos, porque después de todo el odio que
había despertado para llegar hasta donde estoy, ¿En quién podía
confiar realmente?
Ese
mero pensamiento hizo que todo se pusiera peor pues a medida que
surcábamos los mares y nos enfrentábamos a otros barcos iba
creciendo mi paranoia. Creía... no, sabía que cualquiera de ellos
estaba dispuesto a clavarme un puñal en la espalda para usurpar mi
puesto. No debía permitirlo. Esa fue la razón de que no lo dudara
ni un instante en hacer que corriera la sangre a la primera señal de
amotinamiento.
Muchos
tomaron la tabla haciendo que mi tripulación se viera cada vez más
diezmada. Lo cual hizo que dejáramos de ser la tripulación
victoriosa que una vez fuimos. Ya no podíamos hacer frente a las
amenazas que antes vencíamos con facilidad. Ya no conseguíamos
gloria, tesoros ni ron. Solo el miedo, la desconfianza y el rencor.
Una
noche mientras me servía del último barril que nos quedaba sentí
un fuerte dolor en la nuca antes de que todo se pusiera negro. Al
despertar, me encontraba atado al mástil mientras un fulano, al que
yo mismo le había cortado la mano como castigo por un momento de
rebeldía, se autoproclama nuevo capitán y me decía que pagaría
por el daño que les había hecho.
No
paso mucho tiempo en que yo siguiera por la tabla a todos aquellos a
los que había hecho abandonar la tripulación por la fuerza. Tras
sobrevivir a la caída me valí de toda la fuerza que poseía para
llegar hasta esta isla. Donde pase días sin nada que comer y beber,
donde lo único que me rodeaba era la pura nada.
Poco
a poco me fui debilitando hasta desfallecer. Pensaba que moriría,
deseaba hacerlo, pero volví a despertar y ahora estoy mirando un
cielo completamente vacio. En el que no hay ni una maldita nube en
la que centrar mi atención. Sé que ellos creen que estoy acabado y
que este sitió solo es el purgatorio en el que me desgastare poco a
poco hasta que yo tampoco sea nada.
Pero
aún tengo una escapatoria. Aún la conservo. Miro a mi alrededor y
la veo posada sobre la arena muy lejos de mí. Estaba a unos pocos
metros pero en esas condiciones parecía una distancia infinita. Hago
acopio de las pocas fuerzas que me quedan y me volteó hasta quedar
boca abajo. Con paciencia y mucho esfuerzo me voy arrastrando por la
arena. Tenía que alcanzarla. Era mi única escapatoria de ese
infierno.
Por
fin la alcanzo y la sostengo en mi mano. Solo tenía una oportunidad
pero no pensaba fallar bajo ningún concepto. No podía darles ese
gusto a esos rufianes. Ellos querían que me pudriera en este lugar
pero no sabían quién era yo. Maldigo a mis enemigos por última vez
antes de escuchar el estallido que me devolvió a la oscuridad de la
que no debería haber salido.
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