Cinturones Don - Marian Muñoz





De una furgoneta se apearon tres hombres con cámara al hombro revolucionando mi tranquila barriada. Se corrió la voz de ventana a ventana y de patio a patio, todos querían presenciar lo que aquellos hombres estaban grabando. Según cuentan, porque no andaba por allí, simplemente tomaban instantáneas del entorno, para después utilizarlas en una película.
Daba igual, los pequeños y los grandes querían salir en ella, se plantaban frente a los objetivos como si fueran protagonistas. Los reporteros cargados de paciencia intentaban evitarlos y obtener las imágenes que habían venido a buscar. Debido a la algarabía montada parecía una fiesta, y ¡cómo no!, apareció Rufo, nuestro gran pequeño Rufo, un tipo especial que protegemos y cuidamos, todo un personaje ignorante de su propio estatus. Una discapacidad intelectual le hacía comportarse como un chiquillo, algo que contrasta con su metro noventa de estatura, unos movimientos desgarbados e inconexos nos hacen gracia a todos, aunque ninguno nos reímos de él.
Se plantó delante de una cámara y con su enorme estatura y lengua de trapo comenzó a decir: “Quiero ver a mi abuela Anita, quiero ver a mi abuela Anita”. El periodista o lo que fuera, retrocedió ante su aparición repentina. Rodeándole la cintura, llevaba abrochados cinco cinturones de vivos colores. Los allí presentes acordonaron a Rufo y cogiéndole de la mano le llevaron hasta casa, la cuidadora no se había percatado de su ausencia.
Una vez esos hombres tuvieron suficiente película grabada, se montaron en la furgoneta y desaparecieron por donde habían venido.
Durante días no paró de comentarse aquel suceso que poco a poco cayó en el olvido.
Unos meses más tarde, apareció otro equipo de grabación, esta vez las cámaras eran más grandes y los hombres unos cuantos más. Directamente preguntaron por Rufo, estaban interesados en su historia, en su abuela Anita y en sus cinturones de colores. La gente dudaba si darles alguna información, es sabido que en ciertas cadenas de televisión suelen burlarse de la gente y Rufo era lo suficientemente querido como para consentir ni una broma sobre él. El empeño y el aparente respeto que demostraba el productor, salvaron las reticencias y le indicaron donde vivía.
Hasta no estar los padres presentes no les fue permitido el acceso a la vivienda, todos como una piña ayudaban a aquella familia trabajadora, que pese a su infortunio, no dejaban de aportar su granito de arena en el barrio. El productor se interesó por Rufo y pidió permiso para relatar los avatares de la familia en un documental, sin mayores pretensiones que dar a conocer al mundo la problemática de aquella casa, sin juzgar ni mofarse de ninguno. Así fue como todo el país se enteró de la singularidad de Rufo.
El mayor de cuatro hermanos, hasta pasados los dos años no dio síntomas de problema alguno, y para cuando los dio ya tenía otro hermano y un tercero en camino. Su padre trabajaba en un taller de reparación de vehículos, echando horas de más para llevar un sueldo digno a su familia, y su madre hasta entonces conseguía apañarse, hasta que se dieron cuenta que a Rufo le pasaba algo.
Las consultas a diferentes médicos privados les consumió los ahorros, ella tuvo que ponerse a trabajar para poder pagar medicamentos y tratamientos que el doctor de turno le ponía. Es en ese momento cuando entra en sus vidas la abuela materna Anita, quien tras haber criado siete hijos, aún conservaba energía para ayudar a la familia de su hija. Durante veinte años llevó la casa, se ocupó del colegio, deberes y educación de los pequeños, y sobre todo, de las idas y venidas con Rufo cada vez que tenía consulta.
Sus hermanos eran niños sanos y alegres, a los que está muy unido y de los que sólo recibe cariño, pero él quiere hacer lo mismo que ellos, escribir, leer, correr y saltar como uno más. Con una paciencia infinita la abuela Anita le enseñaba, a su cuerpo desgarbado le faltaba coordinación, pero no se desanimaba al ver que su nieto con gran dificultad quería ser como los demás.
Cuando sus hermanos fueron algo mayores, en el colegio comenzaron a practicar judo, un tipo de arte marcial, y según iban aprendiendo técnicas y movimientos, tras superar una prueba, les concedían un cinturón, al principio era blanco, luego amarillo, naranja, verde, etc. Según aprendían más, cambiaban de cinturón. Incluso lograban la categoría dan. A Rufo le gustaba el traje que vestían y le hacía mucha ilusión poder lucir un cinturón como el de ellos. Continuamente daba la lata a su abuela para conseguir uno de aquellos, hasta que la buena mujer pensó que el cinturón era una buena motivación para Rufo, y comenzó a proponerle pruebas para mejorar su coordinación, cuando lo conseguía compraba un cinturón, naranja al atarse los cordones de los zapatos, verde al abrocharse los botones de su camisa, era de un color diferente según la dificultad del logro. Y les dio la categoría de don, porque iba adquiriendo el don de una habilidad nueva. Así fue como Rufo, el desgarbado y larguirucho Rufo, fue espabilando y tonificando sus músculos, realizando movimientos hasta ese momento inalcanzables.
Todos estaban muy contentos con sus logros y reconocían y admiraban el tesón y la constancia de la abuela Anita, mujer que todos adoraban e idolatraban por su entrega al muchacho. Pero hay veces que la vida castiga a quien no debe, y la querida abuela enfermó, ingresó en el hospital y allí murió.
Rufo no comprendía ni entendía porque su abuela no regresaba, quería conseguir más cinturones y era ella quien le marcaba las metas, por lo que se encontraba perdido, a pesar de tener a una asistente social que intentaba siguiera con sus avances, él necesitaba a su abuela Anita, quien con tanto amor le había convertido en lo que era.
Esta historia dio vueltas por las redes sociales de internet y se convirtió en viral, algunas conciencias fueron removidas y al cabo de un año se creó una asociación, a la que llamaron Anita, en honor a todas las abuelas y madres que vuelcan su vitalidad en la ayuda a seres queridos. Consiguieron subvenciones para ayudar a familias como la de Rufo, y de esa manera que al menos uno de los padres pudiera estar en casa para cuidar de su familiar discapacitado.
Rufo es ahora atendido por su madre, va media jornada a un colegio especializado, donde con su esfuerzo continúa obteniendo cinturones don cada vez que aprende una nueva habilidad.











Licencia de Creative Commons

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario