Mentiras piadosas - Marian Muñoz

                                         

Juan y Toñi vivían tranquilos, su trabajo en un concesionario de coches les daba para vivir bien y ahorrar algo. Sus cuatro hijos ya criados habían volado del nido hasta que la crisis devolvió a dos.
Pedrito y su mujer se afincaron en la habitación de los chicos, un amplio dormitorio con suficientes comodidades para salir de él exclusivamente a comer. Su empresa quebró y tras buscar empleo y agotar los ahorros, volvieron a casa de sus padres. Anita con su hija ocupó la habitación de las chicas, un divorcio conflictivo la hizo regresar, y los progenitores con amor y cariño los aceptaron de nuevo y tiraron para adelante con ellos.
Aunque un poco apretadillos, el trabajo de Juan cubría sin problemas los gastos de casa y el mantenimiento de seis bocas. Pero la crisis hizo mella en la familia, la empresa de Juan tuvo un ERE y le mandaron al paro durante dos años. En ningún momento se amilanó y con insistencia buscaba trabajo. Por desgracia a sus cincuenta y ocho años no era buen candidato para ningún empleo.
No quería contárselo a Toñi. Todos los días puntualmente salía de casa en dirección a su supuesto trabajo. Al principio no cesaba de presentar currículos en los negocios del gremio. No conseguía nada y cada vez se cansaba más, por lo que comenzó a pensar en otra estrategia para llevar dinero a casa, además del ingreso del paro.
En su continuo deambular tocando puertas, había tropezado con cantidad de mendigos que sentados en aceras o escaleras de la calle, recibían propinas de los viandantes. Juan era muy vergonzoso para hacerlo, pero la necesidad obliga a ser creativo, e ideó algo para que al menos nadie le reconociera. En casa guardaba el DNI que su hermano Carlos había dejado cuando se fugó a los veinte años, se parecían mucho, así que urdió un plan. Cada mañana salía de casa como siempre, vestido con su corbata y la americana, a dos manzanas en un pequeño descampado tenía aparcado su coche, en él dejaba sus ropas y su cartera, se vestía la ropa del taller que estaba algo sucia y se iba a la otra punta de la ciudad. Nadie le reconocería y podría mendigar tranquilamente.
Así hizo durante unos días y no le fue mal. En una ocasión tomando un atajo regresando al coche, al pasar por la trasera poco transitada de un supermercado, vio tirados en un contenedor abierto cantidad de yogures, postres y fruta que estaban aún en buen estado aunque un poco dañados. Solía llevar siempre en un bolsillo del pantalón una bolsa de plástico, la llenó con alguno de aquellos productos y corrió para no alertar al personal. Cuando llegó a casa con aquella compra, su mujer le regaño por ser tan descuidado y haber golpeado los alimentos. Juan sonriendo nunca le contó de donde los sacaba, porque día tras día hacía lo mismo y resultó un importante ahorro en la economía hogareña.
Los hijos no aportaban dinero, al contrario, lo que conseguían lo guardaban para sí y ¡a comer de la sopa boba! Ya que la madre cocinaba, compraba, fregaba, planchaba y lavaba para ellos, sus pobrecitos hijos.
Un día Juan no volvió a casa, Toñi comenzó a preocuparse, siempre era muy puntual y eso le daba mala espina. Llamó al trabajo y nadie contestó. Casualmente el patrón era del mismo pueblo que ella y se conocían de hace tiempo, buscó su teléfono en la guía y le llamó, quien sin mentirle pero tampoco decirle la verdad, le respondió que Juan no había acudido al concesionario aquella mañana. Tan conmocionada la notó, que se ofreció acudir con ella a la policía para poner la denuncia por su desaparición.
En la comisaría al dar los datos y comprobar los ingresos en hospitales y las defunciones, notaron cierta similitud con los apellidos de un mendigo atropellado en la otra punta de la ciudad. Se lo comentaron y entristeció al percatarse que su cuñado, tras más de treinta años desaparecido, lo había hecho muerto. Le entregaron los objetos personales del difunto a los que no prestó atención al seguir preocupada por su marido, ni la policía sabía algo de él.
Toñi sobrellevó la ausencia de Juan como pudo, sus hijos anonadados comenzaron a ser conscientes del problema que se avecinaba, ya que el paro estaría a punto de acabarse y si no entraba dinero en aquella casa ¿Cómo se las iban a apañar? Convencieron a su madre para que trabajara en una empresa de limpieza, y al terminar su jornada seguía ocupándose, como antes, de llevar sola la casa. Así hubiera sido toda su vida de no haber recibido la carta del seguro del coche, le avisaba por haberse excedido en el plazo de pago, y no cubrirían cualquier problema que tuvieran con él.
En ese momento se le encendió una lucecita a Toñi, sabía donde Juan aparcaba el coche, se lo había comentado en una ocasión, Buscó la otra llave del vehículo y se dirigió al descampado. Allí estaba, más sucio que de costumbre y sin su Juan. Abrió las puertas y buscó algún indicio que pudiera traerle de regreso, pero no vio nada, hasta que abrió el maletero y para su sorpresa, encontró sus ropas junto a su cartera con la documentación y las llaves de casa. Le pareció muy raro y cogiéndolo todo regresó. No paraba de dar vueltas en su cabeza al hallazgo, tan intranquila estaba que tropezó con las cosas de su cuñado que en comisaría le habían dado. Aquel puntapié hizo rodar un mando a distancia de coche, al fijarse reconoció que era del suyo, lo comparó con la llave que tenía y coincidió. Una idea comenzó a rondar en su cabeza, el muerto no era su cuñado, sino su marido, su querido Juan, y ¿Cómo iba a probar aquello? Sin decir nada en casa, faltó un día al trabajo y encaminó sus pasos a comisaría, deseando que hubiera un inspector receptivo a su descabellada teoría.
Casualmente lo encontró, hicieron prueba de ADN al cadáver que estaba en la morgue comparándolo con una muestra sacada del cepillo de dientes de Juan, y fatídicamente coincidió. Toñi estaba aliviada a la vez que desolada, no entendía qué hacía Juan mendigando en aquella zona si ya tenía un trabajo. Hasta que al comentarle los hechos al jefe de su marido, éste tuvo que reconocer la verdad. Debido a la relación que tenían, se sintió en deuda con Toñi, y tras ayudarla con los preparativos del funeral, encomendó a un abogado que solicitara indemnización por el atropello, así como pagar las cuotas pendientes de un seguro de accidentes, que la empresa había hecho en vida a Juan, y poder cobrarlo ahora, además de la pensión de viudedad.
En los pocos meses que Toñi estuvo trabajando, se dio cuenta del egoísmo de sus hijos y viéndose con tanto dinero, temió por su falso interés, así que preparó una estrategia. Les hizo creer que su pensión era pequeña y se veía obligada a vender la casa familiar para poder mantenerse, la pena era que debían buscarse otro hogar y ella un apartamento pequeño que no originara muchos gastos.
Así hizo, sus cuatro hijos se enfadaron con ella, unos por haber permitido la sinvergonzonería de sus hermanos, y otros por haberlos echado de casa. Ahora que faltaba su Juan tenía que ser fuerte por ella y por ellos. Siguió trabajando en la empresa de limpiezas a media jornada para estar entretenida, e hizo testamento a favor de sus nietos, quienes no tenían la culpa del egoísmo de sus padres, dejando únicamente a sus hijos la legítima estricta.











Licencia de Creative Commons

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario