Después
de esperar dos meses que se me hicieron más largos que un día sin
móvil, por fin había llegado el gran día. Los nervios no me
dejaron papear nada. Casi mejor, así no echaría la pota. Mi madre
no entendía que hubiera gastado todas las pelas del cumple en eso,
en vez de comprar ropa como hacía siempre. Mi padre lo que no
entendió fue que pasara una semana entera a la cola. Yo no entendía
que ellos no entendieran que quisiera ser una de las personas
afortunadas en hacer eso por primera vez en la vida. ¡Si era una
pasada! ¡Todos mis colegas estaban flipando! Bueno, el caso es que
como ya tengo dieciocho años tuvieron que dejarme hacerlo. Así que
pasé siete días y seis noches junto a una amiga, con nuestras
esterillas, sacos de dormir, anorak, gorros, bufandas, guantes y
mantas a la cola para ser de las primeras, porque decidieron no
venderlo por internet para no petar la red. Los días los llevábamos
bien, pero lo malo eran las noches, por el frío y por los que
querían aprovechar cuando sobábamos para colarse, así que
dormíamos a turnos. Menos mal que la familia, aunque algo rayada,
nos llevó termos calientes y túperes repletos de comida todos los
días. Lo pasamos bien esa semana, hicimos muchos colegas y nos
partimos el culo con el chaval que nos tocó delante. Pero, claro,
entre tanta gente, también tuvimos que aguantar a tres petardas, un
par de quinquis y algún que otro friqui. Por lo demás, la peña de
lo más enrollao. Lo peor fue cuando empezó la venta, porque la cola
fue desapareciendo y todo quisqui quería pasar delante. Menos mal
que después de que se montaran unas cuantos pollos decidieron dar
números, que si no no sé que hubiera pasado. Así y todo la peña
empezó a empujar y a dar codazos y patadas y a intentar colarse y
unos cuantos seguratas tuvieron que poner orden y romper los piños a
más de uno, por no hablar de las hostias que soltaron. Y mira, por
una vez, estuve de acuerdo con ellos, que no iba a pasar yo siete
días y seis noches al fresco para que llegaran cuatro jetas y
pasaron delante de todos como si fueran los putos amos. Mi padre, que
acababa de aparecer en ese momento, dijo que aquello parecía una
manifa y que mejor nos manifestábamos para cosas importantes, no
para eso. No le hice ni caso, pero nos vino muy bien porque así, una
vez comprado el billete, nos llevó de vuelta a casa, sin parar de
decir que tendría que desinfectar el coche que olíamos que
tirábamos p'atrás. Y bueno, igual tenía razón, porque no nos
cambiamos en toda la semana, que aunque nos llevaron ropa limpia con
el frío que hacía no apetecía quitarse nada. Toda la vida
recordaré esa semana, la mejor de toda mi vida. No paramos de
wasapear y de colgar fotos en Facebook y en Instagram. ¡Menuda
envidia tenía el resto de la pandilla! Poco más y nos petan los
móviles. Ahora ya nadie me dice que soy una rata, ahora a todos les
hubiera gustado ir con nosotras y poder hacer todas esas fotos y
tener tantos “me gusta” y tantos comentarios. También es verdad
que a la vuelta tuve que comerme los mocos, porque no me quedaba más
que un euro. Pensé en ir a ver a los abuelos, pero mi padre me avisó
que les había arrancado la promesa de no darme nada, para que
aprendiera a no tirar las pelas en tonterías. Es que en casa no
entienden que lo que para ellos era una tontería para mi era
supermegaimportante y que no me arrepentiré nunca de haber vivido
una experiencia tan alucinante. Mi colega y yo pasamos el control de
seguridad muy bien, con los seguratas mirándonos con esos caretos de
amargaos que tienen, pero sin problemas, A otros les dieron más la
turra, pero claro hay gente que va por la vida hecha una piltrafilla,
en plan chungo y a ellos si los miraron más. Y a los friquis
también. Nosotras fuimos maqueadas, muy cukis, para tener un
recuerdo chuli. Los coleguis flipaban con las fotos. Además, antes
de dejarnos entrar, una nube de periodistas nos hincharon a preguntas
y mi amiga y yo salimos en un periódico en la primera hoja.
Y
después, a la vuelta, no tenía tiempo para contestar tantos wasap,
correos y comentarios. También hubo quien me puso verde, que la
gente ya se sabe, es una envidiosa. Recuerdo cuando salió la
noticia. Nadie se lo podía creer. Yo estaba cenando, viendo la tele
con mis viejos y me moló desde el primer momento. A ellos no. Decían
que eso no podía ser, que no se podía consentir, que a dónde
íbamos a llegar. Yo decidí guardar las pelas de mi cumple, sisar
un poco a mi madre, gorronear a mi padre y a los abuelos y ahorrarlo
todo para vivir esa experiencia. A mi colega le dio la pasta su
viejo, que como está separado le da todos los caprichos para
fastidiar a su ex. Pusimos una alerta en el móvil y en cuanto nos
enteramos salimos corriendo de casa y así y todo nos dieron los
números cuatrocientos cincuenta y cuatro y cincuenta y cinco. Pero
mereció la pena. Cuando abrieron por fin las puertas, creía que me
moría de la emoción. Había un montón de pasma para mantener el
orden. Nos fueron llamando por número. Cuando nos tocó caminamos
rápido por el pasillo. Entramos y una chica muy sonriente nos dio
los buenos días, miró nuestros billetes y nos indicó nuestro
sitio, uno de los mejores, de los más caros. La pandilla de petardas
atrás del todo, donde era más barato. Las miramos en plan chulo y
nos hicieron una peineta. A mi lado iba el tío que me estuvo
vacilando, en plan de querer echar un polvo. Lo miré, dejándole
bien claro que a la primera de cambio le metía una hostia de más
altura que la que le metí en la cola y como que se acojonó. Cuando
ya estábamos todos dentro dos chicos y dos chicas uniformados nos
dieron las instrucciones. ¡Estaba petao! Había llegado el gran
momento. ¡Abrochénse los cinturones, que vamos a despegar! sentimos
decir por megafonía.
Yo
cogí mi cinturón azul cobalto de Versace y mi colega el suyo rosa
de Dior, mientras las petardas se abrochaban, en la cola del avión,
sus cinturones de mercadillo. Sentimos rugir los motores y al momento
estábamos en el aire, entrando a formar parte de la historia. El
primer vuelo a nivel mundial en el que los pasajeros iban de pie,
atados a unas barras metálicas con unos cinturones de lo más chuli,
todos de colorines. Hicimos un montón de fotos y de vídeos antes de
que nos mandaran apagar los móviles y al aterrizar otro montón.
Allí, en la misma pista, nos esperaban las cámaras de televisión.
Bajamos la escalerillas como si fuéramos estrellas de cine, aunque
la verdad es que la mayoría íbamos un poco desmadejados de tanto ir
de aquí para allá, sobre todo cuanto atravesamos por una zona de
turbulencias. Se agotaron las bolsas esas para los vómitos. Por lo
demás, muy bien. La vuelta la dimos en un avión normal, de esos
que llevan asientos y todo, porque era mucho más barato. Nunca en la
vida olvidaré ese viaje. Ahora ya hay muchos más aviones así, para
ir de pie, pero ya no me mola, porque están tiraos de precio y puede ir
cualquiera. Con deciros que ya no hace falta ni hacer cola.
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