-¡La que está
cayendo! Esa chica de la mini minifalda, que se acaba de bajar del
coche se va a empapar ¿Qué hace? Ni siquiera coge un paraguas. Iré
a ayudarla.
Esteban se
levantó de la silla de la sala de espera de la clínica veterinaria,
donde aguardaba su turno. Dejó a su shit-su dentro del transporting,
cogió su paraguas. Vio como la chica a la que tenía intención de
socorrer, intentaba sacar con enorme esfuerzo de la parte de atrás
del coche, un gran buldog inglés, que se negaba a salir mientras
siguiese lloviendo. Aún se preguntaba cómo lo había conseguido,
manteniendo el equilibrio en esos tacones de vértigo, cuando
apareció a su lado con su perro, mientras él seguía luchando con
el paraguas, que se negaba a abrirse.
Le cedió el paso
tras un saludo cortés.
-¡Hola Ana!
¿Cómo tu por aquí? Preguntó el veterinario mientras se quitaba su
inmaculada bata blanca.
-¡Hola! Vengo a
que eches un ojo a Sansón y para hacerte una consulta.
-¿Es urgente?-
Preguntó el veterinario mientras se ponía su chaquetón.
-No, no lo es,
puedo esperar.
-Me acaban de
llamar para una urgencia y tengo que salir pitando, ahora no os puedo
atender y no sé cuánto tardaré.
-No te preocupes-
dijo Esteban que se sintió completamente ignorado- lo mío tampoco
es urgente.
-¡Oh no! Mi
hermana no vendrá a buscarme hasta dentro de una hora y media- dijo
Ana.
-Puedes quedarte
aquí si quieres hasta que vuelva, mira aquí hay una máquina de
café si se te apetece. Lo siento pero tengo que irme ya. Si os
cansáis de esperar solo tenéis que tirar de la puerta para que
quede cerrada- Y el veterinario salió a toda prisa con su maletín
en la mano.
Esteban dudó si
quedarse o no. Miró a Ana de arriba abajo y decidió quedarse.
-Yo voy a
esperar- dijo y luego añadió sonriendo -¿Quieres un café?
A Ana le gustó
la idea de no quedarse sola y aceptó:
-Con leche y
sacarina.
Tras servir un
par de cafés, Esteban se sentó junto a Ana bajo la atenta mirada de
Sansón. Liberó a Princesa, que salió despacio del transportín,
haciendo música con el cascabel que colgaba de su enorme lazo azul,
mientras el perro se ponía de pie para acercarse a olerla. Casi la
tocaba ya con su nariz, cuando Ana le dio un fuerte tirón y dijo:
-¡Estate quieto,
que me recuerdas a alguien!
Esteban,
queriendo relajar la tensión que apareció en el ambiente, preguntó:
-¿Qué le pasa?
- ¡Vengo a
caparlo!- Se escuchó a sí misma y se sonrojó por el tono.
Esteban cruzó
las piernas instintivamente y guardó silencio.
Ana comentó en
un tono algo más amable:
-Que bonita,
tiene un pelo precioso.
-Si, nunca se lo
han cortado a máquina, solo las puntas de vez en cuando a tijera. La
verdad que tiene más champús y potingues para el pelo que muchas
mujeres.
-Y ¿cómo se
llama tu pequeña?
-Princesa, pero
no es mía, es de mi ex -Dijo recalcando lo de ex.
-También Sansón
es de mi ex. Nos acabamos de separar y lo tengo en casa hasta que el
otro encuentre piso, no le permiten tenerlo en el hotel donde se
aloja.
- Y ¿Que le pasa
a Princesa?
-Vengo a que le
corten el pelo al cero.
Un nuevo e
incómodo silencio se apoderó del lugar, fue roto por el sonido del
cascabel cuando Sansón y Princesa comenzaron a jugar.
Ana y Esteban
comenzaron a hablar del clima, de inundaciones, del cambio climático,
y de lo que añoraban el verano. De viajes que realizaron y de los
que les gustaría realizar, coincidían en muchos destinos
pendientes. Realmente disfrutaban, conversando y riendo. Cuando
terminaron sus cafés, Ana se angustió con la idea de que quizás
ahora Estaban se marchase.
Esteban, miraba
su taza vacía, no quería poner fin a este encuentro.
-Parece que nos
quedaremos aquí un rato más ¿Otro café?
-Si por favor-
Respondió Ana mientras disimulaba la alegría interior que sintió
al escuchar la propuesta.
Ella explicó,
que Sansón era un estupendo ejemplar con un buen pedigrí y que por
cada monta con él, se pagaban mil euros.
Esteban por su
parte, explicó que princesa ganaba todos los años varios títulos
en concursos de belleza canina.
Nació cierta
complicidad entre ellos, cuando sintieron el dolor del otro, por la
reciente ruptura que habían vivido. Cuando se dieron cuenta, casi
avergonzados, que tanto uno como el otro estaban utilizando a los
perros para vengarse en cierta forma de sus anteriores parejas, la
atmosfera de la sala de espera cambió. Esteban para volver a la
calidez anterior preguntó:
-¿Te gustan las
setas?
-¿Cómo?- Dijo
Ana sorprendida.
- Un buen amigo
tiene un restaurante aquí al lado. En la parte interior, ha
aclimatado un patio con chimenea en la que permite la entrada con
perros. Es la temporada de setas y hace maravillas cocinándolas en
revuelto o con arroz. Su hijo ha sido aprendiz de Arguiñano y hacen
juntos unos platos sorprendentes. Van a dar las ocho. ¿Te animas?
Ana ya no
disimuló su entusiasmo, y un ¡sí! salió de su boca, que dibujaba
una enorme sonrisa.
Sansón y
Princesa movían la cola contagiados por la alegría de Ana y
Esteban.
A través del
escaparate, se vio como todo tenía un brillo exagerado por los rayos
de sol que acababan de salir, reflejados por todos lados, sobre la
calle mojada.
-¡Mira!- Dijo
Ana- Hasta el sol está de acuerdo.
-No esperemos
más- Añadió Esteban, que poniéndose en pie casi de un salto, sacó
un cuaderno de su bolsillo para arrancar una hoja y dejar una nota al
veterinario.
-¿Sabes? –Dijo
reflexivo haciendo una pausa dejando de escribir- No voy a volver
para que le corten el pelo a Princesa.
-Me parece algo
bueno- Opinó Ana- Tampoco yo voy a volver para castrar a Sansón.
Gracias a ellos
habían conocido.
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