La familia es lo que importa - Marian Muñoz


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Reconozco no ser buena actriz y mi éxito se lo debo a Frank. Nos conocimos recién comenzada mi carrera, conseguí un papel secundario en una superproducción en la que él era protagonista y yo la amiga de su novia en la ficción. Interpretando una escena amorosa, nos dejamos llevar tanto por la escena que al terminar el rodaje me buscó. Seis meses de relaciones secretas para no interferir en la promoción de la película, terminaron en boda según consejo de su manager.
Fue una mega ceremonia, más de quinientos invitados famosos en una isla caribeña, muy romántico y lujoso, pero al volver a la cotidiana realidad comenzamos a distanciarnos, casi siempre por trabajo. Sabía que era mujeriego y en nuestra profesión surgen oportunidades de sobra para ser infiel, pero no me importaba. Mientras tanto me llovían los trabajos, ya fuese anunciando un champú o una obra de teatro menor, el ser “la esposa de” me estaba dando pingües beneficios además de glamur.
Durante años compartimos casa, estrenos, reportajes, mostrábamos una relación maravillosa de cara a los demás, no nos llevábamos mal, simplemente él no era de naturaleza monógama, y bueno, yo también tenía mis flirteos, no os quiero engañar.
Pero no estaba dispuesta a representar el papel de ex esposa. Acababan de contarme que la última conquista estaba durando mucho. Una jovencísima actriz que acababa de iniciar su carrera y él parecía estar perdidamente enamorado de ella, había que hacer algo rápidamente, el arroz se me estaba pasando y el retoque hecho en la nariz no había dado el resultado esperado, necesitaba un plan para terminar con aquello. Prefería ser una viuda desconsolada a una ex despechada.
A mi memoria vino de cuando hice el papel de aprendiz de bruja, que hay setas venenosas, sólo con comerte una ya te vas al otro mundo, así que una mañana de sol de aquel lluvioso otoño, paseando por un bosque cercano comencé a buscar una seta, una, porque era lo único que necesitaba para acabar con Frank, tampoco había que pasarse y hacerle sufrir. Para mi desgracia aquel día soleado no había muchas en el campo, parecía que los domingueros habían arrasado. Finalmente la encontré, al pie de un árbol, solitaria, pidiéndome a gritos que la recogiera, y lo hice. La tosté en el horno, luego la machaqué para convertirla en polvillo y comencé a pensar en que forma iba a engañarle para que la ingiriera.
El desayuno sería el mejor momento del día, suele estar entretenido mientras lee el guión de turno. Toma una taza de café con mucha canela y ahí es donde la echaré, ni se enterará, procuraré no dejar huellas en el brik de leche ni en la cuchara para que los polis no sospechen de mí.
Le puse el desayuno en la mesa como cada mañana y me despedí efusivamente, después de todo iba a ser la última vez que viera con vida a mi amado. Voy a comprar el periódico y volveré enseguida, le dije. Me entretuve un buen rato con el kiosquero, haciéndome notar, hablando del tiempo y de las noticias de primera página del diario matutino. Cuando pensé que había transcurrido tiempo suficiente le pregunté por la hora, un detalle muy inteligente para justificar que no estaba en casa cuando él se muriera. Al pasar por la panadería paré también para comprar churros, siempre han sido mi perdición y los culpables de la pérdida de mi línea.
Mientras regresaba a casa comencé mis ejercicios para meterme en el mejor papel de mi vida, puse mis cuerdas vocales a punto para el grito más agudo y desgarrador que nunca se haya oído, al encontrar a mi pobre maridito con el rostro azul. Nada más entrar cierro la puerta de golpe para que los vecinos me oigan, me dirijo a la cocina, allí sentado con una mirada penetrante y su sonrisa más picaresca, me indica con un dedo que me acerque. Descolocada por verle vivito y coleando, me acerco a él. Con un gesto me pide que me siente sobre sus rodillas. Lo hago, esperando que de un momento a otro se desplome. Pero no, con sus manos acaricia mis mejillas, me separa el pelo de la cara y acercándomela a él me da un beso como el de nuestra primera vez.
¡Ay señor! Contra eso no pude luchar, me dejé llevar como lo hiciera antaño. Cogiéndome en volandas nos dirigimos a la cama, donde hicimos el amor de forma más que apasionada, con un goce y un disfrute que no sabía que añoraba. Tanto fue así que luego me dolía el cuerpo de tantas posturas forzadas, más no me importó.
No comprendía lo que había pasado, era evidente que había recuperado a mi Frank, posiblemente porque la seta en vez de ser venenosa era afrodisiaca. En cuanto pude levantarme del lecho conyugal, corrí a por mí cuaderno y dibujar en él la seta, tenía que recolectar más, aquello no podía terminar.
En el siguiente paseo por el campo encontré un estupendo corro que me llevé enterito a casa. Con mucho cuidado lo tosté y convertí en polvo para una nueva ocasión. El caso es que el problema no se había resuelto aún, la relación entre ellos dos tenía que terminar, y de nuevo volví a planear una solución muy astuta.
En el plató al lado del mío ella estaba grabando una serie, durante un descanso me acerqué a visitarla y llevarla amistosamente un café, era como le gustaba a Frank y seguro que no lo rechazaría. No lo hizo, y mientras duró el rodaje se tiró a todo lo que se meneaba, ya tuve buen cuidado de poner cantidad de más en el brebaje. Consecuencia de ello fue que la despidieron, salió en la prensa rosa y acabó por hundirse su carrera. Regresó a su pueblo natal para vender chorizos en la carnicería de sus padres.
De vez en cuando hecho unos polvitos especiales en el café de Frank, y la felicidad reina en nuestro hogar, él tiene una carrera de éxito sin fijarse en nadie más que en mí, y los trillizos me tienen tan ocupada que apenas concedo entrevistas ni anuncios de publicidad, la familia es lo que importa.










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