Los ojos del amor - Dori Terán

                                          



¡¡Ancha es Castilla!! Y tanto que le parecía a Teresa. Cuando era niña, en la escuela recitaban cantando las provincias de Castilla La Vieja y las de Castilla La Nueva. Ahora entendía que se les hubiese cambiado el nombre pues nunca comprendió muy bien cuál era el sentido de la novedad ni de la viejura. Como fuere o dejase de ser el tema, ella se encontraba viajando en el tren rumbo a Cuenca. Era ese mismo tren que tantas veces había visto parar en la pequeña estación de su pueblo y del que no se apeaba casi nunca ningún viajero pero todos los dias Manolo el cartero recogía las cartas que el maquinista le entregaba. Su entusiasmo crecía en la experiencia del viaje. Nunca había subido al tren y no por falta de ganas. La vida transcurrió lenta y rutinaria y en apenas un suspiro pasaron cincuenta años sin más pena ni gloria que los trabajos en la pequeña huerta de su casa y los cuidados y atenciones de la vida doméstica. Su hermano Alfredo y su hermana Josefa abandonaron pronto el hogar. El emigró a tierras de un país lejano y perdieron su rastro. Apenas se dibujaba en su mente el rostro enjuto del zagal y la sonrisa pícara que siempre le acompañaba . Josefa se desposó con Fidel, un joven guardia civil que rondaba el pueblo en sus tareas de vigilancia y también en los momentos de ocio cuando se acercaba a la única taberna que había en Cascajares. El traslado del picoleto a la capital, fue la causa de que emprendieran una nueva vida lejos del lugar. Las visitas a la casa familiar se hicieron cada vez menos frecuentes, la crianza del pequeño Francisco y la vida ajetreada de la ciudad ocupaban todas las horas y los días. Y la madre, la madre viuda y ya cansada de la vida dura y en lucha, quedó al cargo de Teresa. Los ojos de Teresa solo sabían de un paisaje de inmensas llanuras secas y estériles. El éxodo hacia las ciudades había dejado los campos yermos. Un horizonte lejano juntaba la tierra con el cielo en una línea sutil que podía apreciarse en los días sin niebla. Además los ojos de Teresa iban en su percepción mucho más allá que los de cualquier otra persona .Nació bizca y no existió para ella ninguna consulta a especialista que pudiese arreglar o mitigar el defecto. Eran tiempos de adaptarse a la vida y sobrevivir tal como tu madre te parió. La subsistencia, la incomunicación…todo se alió para olvidar el asunto. Y así transcurrió la existencia tan desenfocada del bienestar como desenfocados lo estaban sus ojos de un centro equilibrado. Era, sin embargo, una mujer bonita. Facciones finas, piel tersa y morena y una figura alta y recortada en los signos de su feminidad. Carecía de la gracia en el movimiento, el donaire en la expresión y la seguridad y decisión en si misma. Así se nublaban ante los ojos de los demás sus dones tanto físicos como otros que pertenecían a la belleza y nobleza de su alma. Un año ya, largo, triste, extraño, desde fallecimiento de su madre. En un arranque de ilusión y
decisión Teresa compró el billete para Cuenca.¡ Ay la ciudad encantada ¡ ¡ Ay las casas colgadas! Desde que aquel libro cayera en sus manos conocer la maravilla era su sueño.
Seguía el traqueteo del tren correo sobre los raíles en dirección a la ciudad anhelada. Ella en un estado de ensoñación se acurrucaba en el compartimento solitario con la cabeza apoyada en la ventanilla. Se abrió la puerta corredera y entró un caballero alto de rostro alargado en el que lucía un fino bigote que casi se unía a unas patillas doradas asomando desde un bombín negro y elegante que coronaba su testa.-¡Good morning! exclamó con una sonrisa encantadora que descubría una dentadura brillante y perfecta. Estupefacta quedó nuestra chica ante el personaje impecablemente trajeado que desprendía un olor de perfume fuerte y seco. Apenas susurró entre dientes un hola tímido y tartamudeante mientras se hacía más pequeña en su asiento. El hombre captó enseguida la energía de temor y zozobra que se desprendía de la mujer. Le llamó la atención la existencia, la manifestación de tales actitudes .En la cotidianidad de su vida que transcurría entre viajes constantes en una búsqueda que ni el mismo sabía que era, las personas con las que se había cruzado mostraban otro desparpajo y relación. Se sentó frente a ella y la observó con una curiosidad y estudio que la hizo enrojecer pintando en sus pómulos dos rosetas coloradas que descaradas se negaban a desaparecer. El era inglés pero dominaba el idioma castellano además de otros, como algo aprendido necesariamente en sus idas y venidas por el mundo. Con suavidad y esmero inició una conversación con Teresa. Las palabras, los mensajes que intercambiaron, se quedaron para siempre entre las paredes de aquel vagón. Poco a poco los miedos, los temores y desasosiegos fueron desapareciendo y una fuerza de respeto y atracción mutua fue ocupando el aura de los dos. Cuando se dieron cuenta, habían llegado a la ciudad. Bajaron del tren cogidos de la mano. Felices y esperanzados se propusieron descubrir juntos la magia del lugar y los misterios y secretos de la búsqueda de sus corazones.
Siempre pese a todo o tal vez gracias a ello, existe un lugar de honor para el amor.






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