Siempre hay una primerra vez - Pilar Murillo





  MONÓLOGO TEATRAL

 Escenario con fondo negro. Una mesa con un teléfono, una jarra de agua y un vaso, al lado una silla. Estos objetos estarán colocados hacia el centro del escenario. Iluminación pobre. Entra de espaldas una mujer, con la cabeza inclinada hacia abajo. Algo despeinada y su vestido mal colocado.
Señora: ¿Espero aquí? Sí, Sí señor.
Se da la vuelta hacia los espectadores y se les queda mirando tímidamente. Se la ve esposada.
Señora: (Al público.) Buenas tardes. (Pausa.) Me han dicho que espere aquí. (Se mira las esposas.) Lo mío ha sido un accidente, un momento de... ¿Como se dice?... ¡Ah, sí!: un momento de enajenación mental. Eso es lo que voy a decir cuando me toque declarar. No soy tonta, conozco mis derechos y tengo derecho a un abogado. (Transición.) No sé a ustedes, pero a mí las esposas me molestan bastante, será la falta de costumbre, como es la primera vez que me las ponen... ¿Alguno de ustedes me puede decir quién es el último? ...Ya, claro, esto no es el supermercado. No hay maquinita para coger número. Perdonen que hable tanto, pero es que estoy nerviosa y prefiero desahogar con desconocidos, sin ánimo de ofender. Pero esa es la realidad. Me voy a presentar: soy Inés, ama de casa. Simplemente eso, no tengo otra ocupación. Sí, ya sé que parece raro que alguien como yo se encuentre en la sala de espera de una comisaría. (Pensativa.) ¿O es frecuente? No lo sé, a veces pasan cosas insospechadas. El otro día dijeron en las noticias de la tele que un adolescente había matado a tres de sus compañeros de clase con la pistola de su padre. Claro que eso pasa en Estados Unidos, como en las pelis. Es cierta esa frase de que la realidad supera a la ficción. Si a mí ayer me dicen que hoy estaría aquí, de esta guisa, esperando, no me lo creería. (Pausa.) Una ya está harta de esperar, esperar en la cola del super, en el banco para cobrar un sueldo de mierda que apenas llegas a fin de mes. Esperar al autobús, esperar que te venga la regla y que el retraso no se deba a un fallo del anticonceptivo, para no tener que esperar nueve meses. Esperar a tu marido para cenar y quedarte dormida porque se ha ido de copas con sus amiguitos sin avisar. O esperar en la sala de urgencias tres o cuatro horas para que te hagan el reconocimiento exhaustivo de tu cuerpo. (Va a beber agua pero las esposas se lo dificultan.) Hablar de hospitales me pone nerviosa. (Cabreada.) ¿Para qué ponen una jarra de agua si luego no puedes beber? (Va hacia la izquierda.) Oiga, oiga. ¿No podrían quitarme esto? (Por las esposas.) Molestan un poquito. (Retrocede hacia la silla y se sienta.) No puede, son las normas. Las normas, las normas. ¡Me río yo de las normas! ¡Pero si todo el mundo se las salta! (Pausa.) Yo no debería estar aquí, todo esto es nuevo para mí. ¿Para ustedes también? No me lo creo. Se les ve en la cara a la mayoría, que han estado aquí más veces. (Consigue echarse agua.) Una se adapta a todo. (Bebe.) ¡Estaba sedienta! Aquí hay un teléfono y si no recuerdo mal todavía no he hecho la llamada que me corresponde. (Coge el teléfono.) ¿A quien llamo? ¿A mi abogado o a mi marido? Eso no hay ni que dudarlo. (Marcando, pausa.) Cariño, soy yo,... ¡Pues tu mujer, imbécil! ¿Quién si no te iba a llamar "cariño"? ...Oye, oye, no empieces a decirme que si los niños dónde están, que acabas de llegar del trabajo y no tienes la cena hecha... No, no me enfado, es que no me dejas hablar, leche. (Al público.) Ustedes perdonen, es que sin mí no sabe vivir. (Al teléfono.) No cariño, no le estoy contando mi vida a cualquiera. ¿A quién le iba a interesar? Si todo es muy monótono. Bueno, todo no, hoy he roto las normas... Las de mi responsabilidad y decencia. No, cielo, los niños están con mamá y no me he acostado con nadie, se trata de otra cosa. (Al público.) No me cree... No, no hablo sola. Hablo con otros esposados... No cari, no estoy en ninguna boda. Te he dicho esposados, no desposados; a ver si lavamos los oídos de vez en cuando... Si te vas a poner así cuelgo y pierdo mi llamada. Estoy en la comisaría ¿Pues a ti qué te parece que hago? (Cínica.) Limpiar el polvo... ¡Eh, eh, un momento! Vuelves a equivocarte, yo no he dicho echar, he dicho quitar el polvo... Cariño, ya sé que eres chapado a la antigua y no quieres que trabaje fuera de casa. Aquí no estoy trabajando... Te estoy tratando de explicar que necesito un abogado. (A voces.) José Ramón, me basta contigo y con tu sueldo, deja los celos para otro momento. ¡Esto es muy serio! Te lo cuento, pero estate calladito y no me interrumpas. Todo empezó esta tarde, cuando me agaché a recoger un juguete del suelo, ya sabes como es Marcos, lo deja todo tirado por ahí. Pues bien, me agacho y siento una punzada en la espalda que no me deja poner derecha. ¡Vaya como dolía! Llamé a mis padres y se llevaron a los niños. Papá quería esperarme en el hospital. Sí, fui por urgencias y allí, menos de dos horas no te las quita nadie... Cariño, no interrumpas, que me pierdo... No, perdida no estoy, ya te he dicho donde estoy. Continúo, si me dejas. Pues, como te decía; estaba en la sala de espera de urgencias. Delante de mí estaba una niña que se había retorcido un pie, un señor que se lesionó al caer de la bicicleta y luego ya iba yo, pero mientras tanto tuve que aguantar las quejas de los que iban delante de mí, más las de los que llegaron detrás con lesiones importantes, pero yo seguía impertérrita, sólo me preocupaba mi dolor que no me dejaba respirar. Todos pasaban delante de mí, incluso los que habían llegado más tarde. Empezaba a cabrearme, pero no lo demostraba, si acaso podría notarse alguna expresión de malas maneras en mi cara, pero seguía callada... ¿No te estoy diciendo que no abrí la boca? ...Eso no es cierto, cuando tengo dolores no tengo ganas de hablar, ni de nada... Reproches es lo que menos necesito en estos momentos, y ese tema te lo podías ahorrar porque es el típico comentario machista. ¡Esta noche la aspirina te la vas a tomar tú! ¡No, no voy a seguir contándote la razón por la que estoy detenida! (Al público.) Este hombre es tonto. (Al teléfono.) Te he dicho que estaba en una comisaría. Sí, podría haber venido para declarar como testigo, pero supongo que a los testigos no los esposan y a mí me las han puesto y me las han apretado con muy mala leche... No insistas porque no te lo pienso contar, estoy aquí y punto... Mira, por tu culpa he malgastado la única llamada que me está permitido hacer, así que si te apetece llamas tú al abogado y si no ya me pondrán uno de oficio... ¡Que no! ¡Que cuelgo! Oye, ni se te ocurra llamar al abogado de tu padre, ya sabes que no lo trago y mucho menos a tu padre... De tu padre hay muchas cosas que decir, bonito... Pues anda que de tu madre. Si empiezo ahora no acabo hasta la semana que viene... Sí, sí. Ya sé que a tu familia ni tocarla... ¿Que soy qué? ¡Tú a mí no me llamas esas cosas tan feas! ¿Te enteras? ¡Yo una hipocondríaca! ¡So mamón! ¡Que te den por donde más duele! ¡Ahora sí que te cuelgo! (Cuelga.) Pues no le he podido contar por qué estoy detenida. ¡Ay, los hombres! Muy cariñosos de novios, pero luego te casas y es como si el romanticismo se evaporase. (Pausa.) Perdonen, no está bien que generalice; en esta sala hay caballeros y no tengo por qué faltarles al respeto. Es que este marido mío no me entiende. No, realmente no es que no me entienda, lo que le pasa es que no me escucha. Hoy me interrumpía constantemente; pero la mayoría de las veces se queda dormido mientras le hablo o le leo una noticia interesante del periódico. Él se disculpa diciéndome que está muy cansado de trabajar. ¡Sí, cansado! Pero no para los jueguecitos nocturnos, (tímidamente) que me manda poner unas posturitas... "Una pierna aquí, la otra allá, ahora siéntate encima y hacemos el helicóptero..." Al principio yo le decía que si necesitaríamos paracaídas... Bueno, pues cuando se le ocurren todas esas cosas, de posturita por aquí, posturita por allá, resulta que no tiene sueño. Luego, cuando ya dio una vuelta en helicóptero, hizo un poco de misionero y... nada, que acaba y se queda dormido y yo hablo con la mesita de noche, pero ¡bah!, de cosas cotidianas... Le digo: "Lo de dar vueltas en helicóptero ya me empieza a marear y lo del misionero es tan poco voluntario últimamente... Eso sí, me sirve para ver que mañana tengo que limpiar el techo porque he visto un pedazo de tela de araña..." La mesilla se calla pero siempre le noto ese gesto de "Qué me vas a contar... si yo lo veo todo". Yo sólo intentaba contarle a alguien de confianza lo que me ha pasado; pero a nadie le importa si estoy enferma, los demás lo están y yo ahí, como Agustina de Aragón, haciendo frente a las adversidades de los demás. ¿Y quién mira por mi? Nadie. Mi marido no me ha preguntado si estoy bien o mal, no. Se ha limitado a decirme con ese tono de imbécil que le caracteriza. (Lo imita.) ¿Dónde estás, gorda, que no tienes la cena hecha?... Y me llama gorda a mí, que no es por nada pero no estoy nada mal. (Gira sobre sí misma.) Después de dos partos y aún tengo el mismo tipo de mis años jóvenes cuando me eligieron reina de las fiestas del bollo en Avilés. ¡Llamarme a mí gorda! ¡Vamos, hombre! En cuanto salga de aquí le voy a decir unas cuantas cosas... (Transición.) No puedo más, estoy desesperada. Una tiene un límite y hoy ya me han pasado demasiadas cosas. Sé que la vida está llena de sinvergüenzas, de maleantes, pero estoy segura que también hay gente buena que un día se cansa de todo, pierde la paciencia y explota. Esta tarde yo exploté; estaba cansada de ser amable, de sonreír cuando alguien me da un pisotón y ni se da la vuelta para pedirme perdón; cansada de que un señor que no conozco de nada me haga proposiciones indecentes al cruzarse conmigo en la calle y que encima me mire como si se lo tuviera que agradecer. ¡Hombre, por favor! Todo tiene un límite. En realidad, yo no suelo ser agresiva. Acostumbro a tener bastante paciencia. Ya le he dicho a mi marido, si escuchaban la conversación, que hoy he roto las normas. Tener dolores terribles influye en el estado de ánimo de las personas, y a mí me estaba aumentando el enfado; tenia razón para ello. Mi dolor era insoportable, y hasta que pasé a la sala de reconocimiento habían transcurrido unas horas. Me mandaron acostar en una camilla. Una doctora me preguntó por los síntomas, luego le indicó a una enfermera que me sacase sangre para analizarla. La doctora me dejó a solas con una jeringuilla que sostenía la enfermera, y yo que no me mentalizo nunca para estas cosas, miro para otro lado antes de sentir el pinchazo agudo que me dio en mi brazo izquierdo. La enfermera era un poco inexperta y no me encontraba la vena, así que lo intentó una y otra vez, hasta que optó por llamar a una compañera para que la ayudase; mientras tanto yo ya estaba al borde de un ataque de nervios y tuve el ataque cuando la nueva enfermera le comenta al tiempo que coge la jeringuilla: "¿Pero qué haces pinchando sin guantes? ¡Puede ser cualquiera!". Me mira y dice: "Sin ánimo de ofender", pero para entonces ya me había ofendido, así que sin pensarlo dos veces le arrebaté la jeringuilla de las manos y se la clavé en todo el ojo, igual que una banderilla. Gritaba como la niña de la película "El Exorcista", sólo le faltaba que la cabeza le diera vueltas y echase vómitos. Yo me quedé más tranquila, incluso se me quitó el dolor insoportable de la espalda, pero entonces me dejaron en la habitación encerrada hasta que vino la policía, me colocó estas esposas y me leyó mis derechos. Yo nunca había pasado por esta experiencia hasta ahora; pero dicen que siempre hay una primera vez para todo.
Se sienta en la silla, agacha la cabeza. Oscuro.





Licencia de Creative Commons

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario