El extraño ligue - Gloria Losada



No sé por qué aquella noche le hice caso a mis amigos. Supongo que me dejé arrastrar por la euforia del momento. En todo caso qué iba a hacer. O me quedaba solo, o me unía a su fiesta, y aunque no me apetecía demasiado seguir la juerga, al final decidí acompañarles, porque tampoco me apetecía estar solo.
No pasaba yo una buena racha. La que había sido mi novia desde hacía cinco años me había dejado de la noche a la mañana sin motivo ni razón, al menos eso era lo que parecía, aunque yo sospechaba que algo, o más bien alguien, había provocado su estampida repentina. El caso es que su abandono me estaba provocando ansiedad y noches de insomnio. Aquel sábado era el primero en que me había decidido a salir de casa después de la ruptura y por eso intenté mostrarme lo más animado posible. Así que cuando los chicos hablaron de ir a un local de ligues no pude decirles que no.
No sabía yo muy bien en qué consistía aquello de un local de ligues y como estaba un poco borracho tampoco atendí demasiado las explicaciones que me dieron cuando pregunté. El caso es que de pronto me vi dentro de un pub muy poco iluminado, sentado al lado de una tía más rara que Dios a la que se suponía que debía ligar. Tenía la piel blanca como la cera, tanto que a punto estuve de preguntarle si se encontraba bien, pero como me sonrió... pues ya no le pregunté nada. Una persona que sonríe se supone que está bien. Por cierto, sí que tenía una bonita sonrisa, así como.... enigmática, tipo Mona Lisa, pero guapa no era, la verdad, y vestía muy raro. Llevaba una especie de túnica que le tapaba desde el cuello hasta los tobillos, muy retro, tanto que parecía de cinco siglos atrás. Y luego en los pies unas sandalias de cuero de aire muy hippy... una combinación muy rara vaya, ah, y una especie de velo sobre la cabeza, como si fuera musulmana o algo así. Y para rematar el cuadro, se abanicaba con un abanico de esos típicamente españoles, con el dibujo del torero dando unos pases al toro. En fin, que cuando me vi allí, delante de aquella mujer tan extraña no supe qué decirle y lo único que se me ocurrió fue ofrecerle un caramelo de menta que saqué del bolsillo de mi pantalón vaquero. Ella lo rechazó con un ligero movimiento de cabeza y bajó la mirada tímidamente, como si en vez de ofrecerle un caramelo le hubiera propuesto salir a dar una vuelta y pegarnos unos cuantos morreos.
Miré a mi alrededor y vi a mis amigos con unas tías que estaban buenísimas, cada cual mejor. La de Sebas tenía unas tetas impresionantes, y la de Ricardo llevaba una minifalda que enseñaba hasta el esternón. Por lo visto a mí me había tocado la rarita, como siempre me solía pasar. Para colmo de males y por si no tenía suficiente con su peculiar aspecto, sacó de debajo de su túnica un polvorón y se puso a comerlo, no sin antes ofrecerme un trozo, que rechacé amablemente. Comerse un polvorón en pleno verano... Le habría sobrado de las Navidades, igual hasta estaba caducado.
-Me encantan los polvorones. Desde que los probé no puedo resistirme. Y como allí no hay nada de esto..... – me dijo por lo bajo, con un acento extraño que no logré identificar.
Allí... ¿Dónde sería allí? ¿El espacio sideral? Puede que fuera una extraterrestre efectivamente, porque la pinta la tenía toda. Pero no osé preguntarle. Me limité a mirarla y sonreír como un estúpido. Quería salir de allí corriendo, pero en el fondo me daba un poco de pena la loca aquella, porque no parecía mala chica, así que hice un esfuerzo e inicié conversación.
-¿Cómo te llamas? – le pregunté.
-María – me respondió al tiempo que metía en la boca el último trozo de polvorón.
-No eres de por aquí ¿verdad?
-Noooo, soy de lejos, de muy lejos...
-Y ¿qué haces por aquí? ¿Estás de vacaciones?
-No exactamente. Me escapo de allí a veces... es que me aburro mucho. La eternidad es muy larga, demasiado...
Joder. Definitivamente había hecho carambola con mi ligue. Tenía que haberse escapado de un manicomio fijo, hablando de eternidades y rollos por el estilo. No me atreví a seguir hablando, pero no pasó nada, ya lo hizo ella por mí, disipando todas mis dudas.
-Verás... es que yo soy la Virgen María.
Me quedé mirándola como un bobo durante un rato, y finalmente decidí seguirle la broma, porque aquello tenía que ser una broma.
-Ah... entonces.... de follar ni hablamos ¿no? – le dije.
-Uy, ya me gustaría, pero no va a poder ser. Lo primero porque no disfrutaríamos nada, como yo soy un espíritu incorpóreo, aunque te parezca que no, a ti te daría la impresión de que no la estabas metiendo en nada y a mí... pues algo parecido. Además, aunque pudiéramos sentir, no sería correcto que destruyera el mito en el que me he convertido ¿no crees? En fin, tal vez haya venido a un sitio poco correcto, yo en realidad solo quería comer mi polvorón tranquila, ligar no entra en mis planes. Así que creo que me voy a marchar. Hala, muchacho, hasta más ver. Pásalo bien.
Y desapareció sin más, en medio de una especie de viento frío que me heló el cuerpo y el alma. Salí de allí sin despedirme de mis amigos, pensado que se me estaba yendo la olla y que lo ocurrido había sido fruto de mi imaginación enferma. Definitivamente el abandono de mi novia me estaba volviendo tarumba o eso creía yo. Estuve metido en cama toda la semana, pensando que me estaba volviendo loco. Hasta que vi aquel programa en la televisión que hablaba de las recientes apariciones marianas. Un documental, se suponía que serio, entrevistaba a varias personas que se la habían encontrado en un plan parecido al mío, hablándoles ella muy campechana. Con uno charló de la cosecha de patatas, con otra de su trabajo como telefonista, con una señora mayor de lo poco que subían las pensiones... Es un alivio saber que no estoy loco. A ver si me la encuentro otro día y tenemos otra charla, ahora que sé que ella tampoco era una loca... hasta me apetece.








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