El poder de los sueños - Cristina Muñiz Martín


 


Relato inspirado en la fotografía


Inés caminaba deprisa como si con sus pasos largos pudieran dejar atrás su pensamientos. Aún tenía muchos trámites pendientes que iba resolviendo poco a poco, pues tras noches de sueños inquietos poblados de pájaros negros y amenazantes, no lograba salir de la cama hasta bien pasadas las diez de la mañana. Después, su vida se convertía en un tiovivo en continuo movimiento: intentar comer algo, ducharse, arreglarse sin gana intentando disimular las ojeras oscuras y profundas que parecían haberse instalado para siempre en su rostro, comprobar el papeleo... para acabar dirigiendo sus pasos hacia el lugar al que nunca hubiera querido ir y en el que últimamente desearía pasar las veinticuatro horas del día. Después, ya de noche, regresaba a casa para derrumbarse sobre la cama triste, fría y vacía donde derramaba todas las lágrimas ahogadas durante el día hasta quedar sumida en un sueño agitado que no duraba más de tres o cuatro horas.
Esa mañana había pasado más de una hora esperando primero y rellenando y entregando impresos después en las oficinas del seguro. Ya eran las doce y media y corría al encuentro del ser que más amaba en el mundo. De pronto, al cruzar un paso de cebra, se encontró frente a un escaparate que parecía llamarla. Quedó allí plantada, bajo la lluvia, sintiendo que aquel era el lugar al que quería ir; el lugar al que querían ir los dos. Entró y preguntó el precio. Le dijeron que no estaba en venta. Era una fotografía de un metro y treinta centímetros de largo por un metro de ancho, de exposición, propiedad de un fotógrafo amigo. Las lágrimas que se agitaron en los ojos de Inés al escuchar la negativa conmovieron al dueño de la tienda que tras saber a quien iba dirigida decidió llamar al fotógrafo. Éste no solo accedió a su venta, sino que insistió en regalársela. Inés salió de allí con el voluminoso bulto entre los brazos, paró un taxi y se dirigió al hospital.
Marcos yacía en la cama como un muñeco de trapo descolorido y descosido. Inés, al verlo, no podía evitar pensar en la imagen del mártir asaetado que la aterraba de niña, aquel que tenía su abuela en la cabecera de la cama. Así estaba su pequeño, con numerosas agujas y tubos profanando su cuerpo menudo de ocho años. Inés sintió una opresión en el pecho; nunca se acostumbraría a verlo así. Marcos abrió sus ojos grandes y cansados al sentir llegar a su madre. ¡Mira que te he traído! dijo ella mientras desenvolvía con lentitud el paquete, alargando la sorpresa. ¿Qué es? preguntó el niño con desgana. ¿Te acuerdas de tu deseo de volar? Si, pero ya sé que no se puede. Pues con lo que te traigo podrás hacerlo, dijo Inés mostrándole la fotografía. ¡Qué pasada! dijo Marcos con una gran sonrisa. Me gusta. Es muy bonita, mamá, pero no sirve para volar, musitó con desilusión en la voz. Eso lo dirás, tú, contestó su madre. ¿Sabes qué voy a hacer? La colgaré frente a tu cama y volaremos los dos juntos. ¿Cómo? preguntó el niño. Soñando, respondió ella. ¿Podremos ir a dónde está papá? preguntó Marcos ya más convencido de lo que decía su madre. Sí, cariño, volaremos a donde está papá, contestó Inés con un nudo en la garganta.
Desde ese día la gran fotografía iluminó la habitación y la vida de Marcos. Y desde ese día su recuperación fue acelerándose, como si el solo hecho de ver esos globos aerostáticos surcar el cielo lo hicieran desear la vida. ¿Qué globo será el nuestro?, le había preguntado Inés. El primero, habíaa respondido él. Es el más grande y el más bonito. Me gustan esas rayas de colores alegres. Desde entonces, Inés se sentaba todos los días en la cama al lado de su hijo y con las manos entrelazadas soñaban. Soñaban que subían al globo y que en él surcaban un cielo despejado y azul, mientras un viento tibio les acariciaba la cara. Y desde allí arriba veían un manto verde del que emergían como un par de ojos, dos lagos de aguas cristalinas en los que algunos días, tras hacer descender su globo, se daban un buen baño. Me gusta este lugar, mamá, es ahí donde vive papá ahora ¿verdad? Si, cariño, es ahí, y desde el interior de esa fotografía nos está viendo y quiere que seamos felices. Y esas montañas del fondo parecen centinelas ¿A qué si mamá? ¿A que están ahí para que no se escape nuestro globo?
Marcos fue recobrándose con lentitud de las graves lesiones sufridas en el accidente en el que murió su padre. Fueron siete meses de hospitalización, muy duros los dos primeros en los que se temía por su vida, más esperanzados los siguientes confiados en su recuperación.
Llegó el día del alta y todo la planta del hospital parecía estar de fiesta. Médicos, personal de enfermería, auxiliares y limpiadoras pasaron por la habitación seiscientos veinte a despedir al pequeño que había luchado contra la muerte y la había vencido. Inés, con el rostro radiante de felicidad fue recogiendo todas las cosas de sus pequeño: libros, juguetes, regalos y por último se puso a descolgar la fotografía. No, mamá, no la cojas, oyó decir a su espalda. Inés se giró y lo miró sorprendida. Seguro que le hace más falta al niño que venga a ocupar mi cama, dijo Marcos con una voz que a Inés se le antojó de adulto, como si su pequeño hubiera crecido de repente muchos años. ¿Estás seguro? Sí, mamá, estoy seguro. En casa contigo ya no necesitaré ni soñar ni volar.
Marcos e Inés salieron de la habitación y caminaron lentamente por el pasillo, despidiéndose de todo el personal. Los abuelos los acompañaban. Una nueva vida se presentaba ante ellos y, aunque difícil, estaba llena de esperanza.




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