Ama y ven a mi casa - Dori Terán


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No, no es necesario, no tengo que soñarla. Tiene existencia en esta dimensión que llamamos realidad. Hace unos pocos años pues todos son pocos en esta vida, el amor de mis días de entonces y yo si soñamos con ella. Estaba en ese pueblo mágico que desde la barriga de mamá me dotó de una cierta locura arriesgada. La conocí desde siempre pero sobre todo la reconocí y puse mi atención en ella cuando la habitaba la bisabuela Joaquina. Era una mujer pequeña, enjuta, siempre vestida de negro y con aquel pañuelo sobre la cabeza que hacía resaltar en su oscuridad la blancura de algunos cabellos que bajo el asomaban posándose en la frente anciana. Mi madre y yo la encontrábamos cada tarde de verano, al bajar de las eras, en el patio de la casa. Inquieta y vivaracha iba y venía dando de comer a las gallinas y otros quehaceres. La casa pegada al camino ejercía sobre mí una atracción de curiosidad como un presagio de vivencias futuras que el Universo en su inmenso poder de orden y concierto ya orquestaba para mi vida. La adolescencia fue mitigando en mi esas sensaciones para dejar paso a un torrente de vitalidad que despertando a la vida se enamoró una y otra vez cada verano y corrió mil aventuras de exploración no solo del territorio único que habitaba sino de todos los tipos de experiencias que conforman la vida. Durante unos años hubo una pausa en todo. El labrarse el porvenir como entonces se decía, no era compatible con aquellas largas temporadas llenas de autenticidad existencial en el pueblo. Ya siendo esposa y madre, cuando el porvenir labrado nos dejaba tiempo para ir al pueblo, pudimos ver como la casa fue habitada por distintos inquilinos y se barajaba en la familia la venta de la misma. Y si, entonces soñamos: _”¿Y si nos hacemos nosotros con ella?” E hicimos el sueño real. El estado de la casa era no habitable o eso nos pareció, así que con más miedo que medios empezamos a trabajar, a discurrir, a investigar…como arreglar un poquito una parte para vivir. Y ahí empezó una batalla con todo un sistema estructurado en diferentes organismos administrativos cuya misión hoy y ya de vuelta de tanta estafa legal , hoy ya he podido comprender y asimilar. En aquel entonces el sueño se convirtió en una pesadilla de la cual obtuve en años posteriores un gran aprendizaje. Pero todos esos sufrimientos corresponden a otro relato. Un buen día nuestra casa nos dio la bienvenida y la disfrutamos en toda su belleza y generosidad. Cuando la contemplas de frente, parece que se ríe. No es majestuosa pero expresa majestad, tal vez sea el torreón del viejo horno que la protege en la entrada o su porte de piedra soportando una balconada grande bajo el tejado a tres aguas que muy empinado desafía el equilibrio con elegancia. Y ese patio pequeño que te invita a relajarte saludando al sol y a las
recortadas montañas que te piden jugar buscando formas y figuras en sus escarpadas cumbres que retan el vuelo de los buitres que en familia y comunidad disfrutan de esta maravilla de la creación y ofrecen sus vuelos únicos en belleza. Y mis rosas, y mis días de vino y rosas. En su interior es grande y pequeña a la vez. Tres plantas no muy extensas. Los techos son bajos, tal vez en recuerdo histórico de moradores pequeños. Todo en ella es piedra caliza, toba se llama y madera. La escalera antigua aquella que subía Joaquina tiene la madera de sus peldaños desgastados y hasta escachados a pesar de los barnices y ceras que intentan conservarla con mimo, ella es la reina de la planta baja y sus dos escalones primeros y el primer descansillo se presentan duros y orgullosos en la piedra que los conforma aunque también los surcos del tiempo se dibujan en ella. Tiene siete habitaciones y aunque muchas menos hubieran bastado para nuestro hogar, nunca hemos dejado que la soledad las empañara, en nuestra casa siempre hay gente. La mejor gratitud y el mejor homenaje es compartirla y que se llene de vida, de ruidos domésticos y risas, también de meditaciones compartidas y acompañadas por las formas que emergen del leño ardiendo en su humilde chimenea. Y cuando la soledad es buscada también se da con una paz y un sosiego que deja hablar al silencio. El desván, ese espacio que tienen todas las casas del pueblo, es en mi casa un destello de luz que se cuela por las tres ventanas del tejado y en las noches te deja tocar una estrella o hablar con la luna. En mi casa habita la esencia más pura de algún alma que un día huyó a esconderse tras ensuciarla. Pero mi casa ha sanado y perdonado dolores y solo recuerda y guarda la vibración del amor. Y la expande y la regala…y te invita, AMA Y VEN A MI CASA.






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