Reflejos en el agua - Esperanza Tirado



La escucha siempre antes de poder verla. El sonido del piano llena el pasillo del centro comercial, en donde se ubica la tienda de pianos.
Pianos. Música. Valses. Minués. Y serenatas nocturnas. Todo suena elegante, decadente, como de muchos siglos atrás.
Y cada vez que entra en la tienda se imagina su conversación:
Buenos días.- sonrisa abierta y sincera - ¿Qué desea?
Buenos días... -nervios previos que en sus sueños desaparecen en un instante.- pues verá. Quisiera aprender a tocar el piano. ¿Aquí dan clases, verdad? Conozco un poco la técnica.
Efectivamente caballero. Yo misma sería su profesora particular...
Y de ahí no pasa la conversación. Su imaginación es limitada. Y sus nervios todo lo contrario. Y se conforma con pasear sus dedos entre las maderas de los instrumentos, que huelen a algo que no puede identificar. ¿A qué huele la música? ¿O será el amor que flota y no se termina de materializar por su torpeza?
Revisa partituras y biografías de músicos. Mientras, ella sigue tocando, una pieza tras otra. Hasta que, de pronto, se detiene la música. Y él se siente en terreno resbaladizo, temiendo uqe haya que iniciar una conversación banal.
No pasa nada. Es sólo el cambio de pianista. Ahora le toca a su jefe. Un tipo serio, barrigón, ojeroso y vestido a la antigua, con la pajarita retorcida. Que cambia de expresión con las primeras notas del piano. Ahí es como un Adonis, un Apolo, un efebo musical.
Ella aprovecha para ir a la cafetería de enfrente a tomar un refrigerio. Le sonríe al salir y la pierde de vista. Él vagabundea un poco más por la tienda, compra una biografía de Beethoven, como si no tuviera ya en casa, da las buenas tardes y se va. Como una sombra.
Buenos días ¿Qué desea? –la pregunta de siempre que cada vez contiene una respuesta distinta.
En su caso, tan distinta que no sale.
Pues, verá, quisiera una guitarra clásica para aprender a tocarle serenatas a la luz de la Luna.
¿A mí? Uy, por Dios, qué hombre. Qué galantería. Como usted pocos deben quedar.
Si los sueños se pudieran revelar en forma de película, la suya dejaría de ser muda.
Y un piano, para poder tocar todas las notas de El Mar de Debussy, con usted encima, sintiendo las olas. Y con la música viajaríamos lejos, a una playa donde las olas rugieran y se confundieran con la música y nos ahogáramos en nuestros propios gritos de amor.
¡Ah! La película muda pasa por su cabeza de romántica a erótico festiva en un pestañeo.
¿Qué te pongo, Tina? ¿Lo de siempre? ¿Café y pincho de tortilla, no?
Los plantillazos y cucharetazos rompen la magia de su película aún por estrenar.
Sí, eso. -responde casi irritada.- un café solo. Y otro para llevar. Que el jefe está de turno.
¿Y para el mudo visitante melómano? –paño en el hombro, mirada de confidente– ¿Esta vez tampoco hay nada?
Cuando abra la boca te diré... Si es que alguna vez la abre, claro.
La abrirá, la abrirá, ya verás.- y el camarero se da la vuelta, atareado en su máquina silbante.
El silbido termina y la puerta se abre. Su jefe, otra vez barrigón y ojeroso, entra. La música, sin embargo sigue sonando.
Tina, eso es para ti, creo.
Tina se da la vuelta. Ve primero la barriga ojerosa de su jefe, después la puerta abierta del bar. Y más allá la puerta de la tienda de música. Y dentro está él, su mudo visitante melómano, que no se había ido. Y por fin habla.
Las notas de Reflejos en el Agua son una petición más que clara.
Por fin. A veces en los diálogos no hacen falta demasiadas palabras. Solo hay que dar con la tecla adecuada.

El título está tomado de la pieza ‘Reflets dans l'eau’, del compositor Claude Debussy.





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