Dicen
que hui como un cobarde, como un ladrón que se pierde en las sombras
de la noche.
No
fue así.
Bueno,
quizá no hice bien al no despedirme de nadie. Pero no hui.
Simplemente me fui de allí. Ya estaba cansado de las mismas rutinas,
las mismas caras, cada vez más arrugadas, los mismos saludos
ensayados una y mil veces...
Y
harto de todo y de todos cogí mi moto y fui dejando atrás
kilómetros y ensanchando la distancia y el tiempo entre ellos y yo.
No
tenía destino claro ni un mapa establecido en mi mente. Simplemente
quería ser libre. Como aquellos aventureros del siglo XIX que
recorrieron el mundo y descubrieron nuevos horizontes y
civilizaciones.
Tal
vez podría haber hecho negocios, establecido un hostal para viajeros
occidentales o algo así.
Pero
no. Simplemente cogí mi moto y me adentré en otros mundos que
parecían haber desaparecido, pero estaban allí. Donde la gente
sonreía con toda la cara y compartía sus escasas viandas contigo.
Aprendí
de la vida en aquel viaje, que fue una especie de regresión, un
viaje en el tiempo. A lo que fueron nuestros antepasados, donde la
comunidad era lo primero.
Me
atacaron serpientes, insectos y todo tipo de animales salvajes. Y
tuve miedo al verme solo. Pero en cuanto ponía pie en alguna aldea,
todos me asistían con lo poco que tenían.
No
tuve noticias de los míos en muchos meses. Algunos pensaron que
había muerto en mi locura.
Pero
estaba vivito y coleando. Y bien cuerdo. A pesar de ir perdiendo
trozos de mi moto, enseres y alguna zapatilla por el camino.
Cuando
llegué a la primera gran ciudad después de varios meses, me asusté.
Había vuelto al futuro. O al presente, no sabía muy bien. Aquellos
enormes rascacielos de cristal contrastaban con la calidez de las
gentes que me habían ayudado por mi camino.
Fui
detenido porque las autoridades sospecharon de mi aspecto. Después,
de mis motivos. Avisaron a mis familiares, que se sorprendieron –aún
no sé si para bien o para mal– de que siguiera con vida. Mandaron
razones de mi persona, que parecieron convencerles de que era trigo
limpio.
Y
seguí mi camino. Hacia delante o hacia atrás. Ya no sabía en qué
lugar del mundo estaba o quería establecerme. Solo sentía la
necesidad de vivir en paz y sin prisas.
Y
llegué a otro pueblo perdido, en medio de ninguna parte, donde solo
se tenían a ellos mismos. Y fui uno más entre ellos.
Y
me olvidé de mi tiempo, de mi civilización incivilizada, de mi idea
primera y hasta de mi moto. Que quedó allí varada, como un símbolo
extraño de algún mundo futuro o pasado.
Vivo
mi presente en paz, en calma, mi cuerpo en armonía con mi mente y
con la naturaleza.
Cuando
sienta que he perdido todo eso quizá continúe mi viaje, hacia
adelante o hacia atrás, quién sabe.
Mientras
tanto, mi tiempo está aquí.
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