Añoranza y camino - Dori Terán

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Aún no distinguía el color de sus sentimientos. Ana no acertaba a vislumbrar con claridad que era lo que más añoraba y que revoltura producía cada cosa en su estómago, en su ánimo y hasta en su cordura. El martillo golpeando los clavos sobre la madera a la que él daba forma en el taller, había dejado en su cerebro un eco de redoble que aparecía inesperadamente en cualquier momento de su presente y la hacía dudar de la realidad del instante. Y entonces le veía, como una aparición, moreno, sudoroso, bravo, entregado a la tarea creadora con frenesí. En más de una ocasión dirigió sus pasos hacia la visión que se desvanecía al ensordecer el impacto de la herramienta sobre la obra gestante. Y la existencia se paraba en un segundo de inexistencia. Las plumas que hoy reposaban en un rincón del obrador adornaron en su día las formas inertes creadas por él. Eran imitaciones de otras que rebosando vida le brindaban inspiración. Plumas que en los atardeceres de invierno habían sido caricias cuando los abrazos de ella envolvían sus cuerpos en romántica ternura y cálida pasión. Y el lugar de arte y trabajo se convertía en tórrido nido de amor. Allí donde hubiere una pluma el tiempo se detenía y volvía a revivir sensaciones para siempre impresas en su alma, un segundo no más…el aquí y el ahora invadían. Todos cuantos caminaban a su lado perdieron su pista y nunca más supieron de ella. Se entregó a paradas continuas y perdió el camino.






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