El hombre que se busca - Dori Terán


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Le habían invitado a una quedada como se decía ahora, entiéndase acción de quedarse en un lugar. Sábado y domingo se reunirían varias personas en el refugio del bosque de los Tilos. Iban a experimentar y compartir una convivencia presidida por actividades y actitudes dirigidas a alimentar y reforzar el espíritu. Nacho aceptó de buen grado la invitación. Todo su ser estaba sediento y hambriento de relajo y paz. La vida se presentaba dura y difícil cada amanecer. Le sometía durante todo el día a un reto de actividades y movimientos que desafiaban su paciencia, su confianza y hasta su energía que menguaba a pasos agigantados ante los obstáculos que imperiosos controlaban hasta su respiración. Más de una vez en los dos últimos meses hubo de ser atendido en el servicio de Urgencias del hospital ante los cuadros de ansiedad que le ahogaban con un dolor seco en el corazón. Todo su mundo se tambaleaba y presagiaba la caída ineludible e inminente de todos sus tesoros. En la empresa iban a realizar un expediente de regulación de empleo y tenía todas las papeletas para ser uno de los seleccionados. Veinticinco años no suponían ninguna garantía de estabilidad en su puesto. Había reciclado sus conocimientos de administrativo cuando se implantaron en la oficina los ordenadores y la máquina de escribir quedó relegada y anulada por esos procesadores de todo lo habido y por haber. Su trabajo le había costado y aunque se defendía con el vocabulario, las aplicaciones, los programas, los archivos…nunca tal asunto fue santo de su devoción. Don Miguel le espetaba algunas veces –“¡Ay Nacho, que estás un poco oxidado!” ¡Uff se veía venir! ¡Y a ver que iba a hacer él a sus cincuenta años!. Por si esto no fuera bastante para desazonar y quitar el sueño a cualquiera, estaba lo de María. El domingo pasado después de refunfuñar no sé cuánto entre dientes le encasquetó con voz al alto la lleva,-“Estoy harta y aburrida es que no tienes ni chicha ni limoná, y si ahora no vas a poder pagar la letra de la hipoteca del piso me las piro y vamos haciendo cuentas de lo que me tienes que dar”. Veintisiete años de matrimonio, dos hijos que un día se fueron a Alemania en busca de un porvenir o mejor de un poder vivir. María fue siempre la señora y dueña de la casa, ella controlaba los movimientos de todos, la rutina diaria, la economía… Atrás quedaron olvidados aquellos primeros años en los que las miradas de amor, las caricias, y la pasión ocupaban el centro de la existencia y cuanto sucedía giraba en torno a ello. Nacho no era capaz de recordar alguno de aquellos momentos, la vida pronto comenzó a empujarles por otros derroteros. No se lo pensó dos veces, María tenía su plan así que él al bosque. Metió un par de mudas en la bolsa, el cepillo de dientes y poco más. Arrancó el pequeño utilitario que también empezaba a hacer aguas y con el sonido continuo de una cafetera que era como sonaba el tubo de escape, se fue alejando de la ciudad.
Durante el trayecto, más atento a la conducción que al paisaje, no se percató del cambio que se iba operando en el mismo. Pero cuando llegó al albergue aparcó el coche y aún sin salir contempló boquiabierto la maravilla que se ofrecía ante sus ojos. Un campo de césped verde bien podado y sobre todo una hermosura de árboles frondosos, de aspecto robusto con hojas grandes de un verde claro en un precioso contraste con racimos de flores amarillas. Al salir le embargó el grato olor del aroma que desprendían. El albergue era una casa de piedra y madera. Pregonaba encanto y personalidad propia. Ya en el interior la decoración y vestido de sus piezas era cálida y acogedora. Daniel organizador y dirigente de la reunión, salió al encuentro de Nacho y le presentó a los compañeros que también iban a participar de la estancia. Tres hombres y dos mujeres de trato cortés y afable. Ya en su habitación Nacho se vistió con ropa y calzado cómodo y bajó al salón donde se reunirían todos para comenzar actividades creativas y renovadoras para el cuerpo físico, la mente, las emociones y el espíritu. En una breve presentación de bienvenida el monitor del encuentro les exhorto a que respirasen el aire impoluto y lleno de la magia de la naturaleza viva y limpia en que se encontraban. Les hizo dirigir su atención a la función de la respiración.-“Al inhalar introduzcan dentro de sí la luz que limpia y barre todas esas torturas inexistentes que nos creamos”, -“Al exhalar dejen salir ese humo oscuro interior, el Universo lo reciclará”. También les enseñó cómo hacer llegar ese aire luz a todas las células del cuerpo. Después comenzaron una caminata por la espesura del bosque de tilos. Iban en silencio para no romper la magia de todos los seres vivos visibles e invisibles que allí habitan. Al llegar a un claro se sentaron en círculo y escucharon el relato del guía que les narró como este árbol de aspecto tan imponente y de vida larga ha sido considerado como un elemento sagrado entre varias de las antiguas tribus indoeuropeas y algunos pueblos celebraban los juicios debajo de un tilo convencidos que la sabiduría de este les conduciría a la verdad. Luego todos juntos cogidos de la mano rodearon un grueso y hermoso tilo para abarcarlo en un abrazo y se colmaron de su energía y como alguien les había contado, el tilo habló. No pudieron escucharlo todos porque algunos aún tenían cerrados los oídos del corazón. Nacho si, si oyó al tilo, no en vano había entregado su desasosiego y desesperación a aquella vivencia y con toda la confianza en la maravilla del Universo y de la vida, escuchó :-“Destierra los miedos que apocan y enferman, cree en ti, nada hay afuera, todo en tu interior, ama y lo demás llegará como consecuencia”. Comprendió que amar es construir sin dañar, todo lo contrario de lo que él llevaba haciendo casi toda su vida consigo mismo. Olvidó buscar, cuidar, mimar su esencia y la inseguridad y el miedo envolvió todo su ser. Aún le quedaba tiempo en esta escapada para alimentar lo que había comprendido, pero sobre todo ahora tenía la fuerza para resolver los contratiempos. Sabía cómo y desde donde. Raíces en el suelo, copa apuntando al cielo.





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