El pez albino - Marian Muñoz

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Mónica conducía contenta su automóvil, Javier, su prometido, se lo había regalado. Sería su marido en tan sólo dos semanas. Había salido pronto del trabajo, debido a que el servidor de internet no funcionaba, y en vez de estar mirando unos a otros, el jefe les dejó marchar con la promesa de volver al día siguiente más temprano.
El cielo estaba encapotado, pero la felicidad que sentía alumbraba sobradamente aquella jornada. Javier era el hombre con el que toda mujer sueña: atento, cariñoso, ocurrente, manitas, detallista, generoso, vamos un amor en toda regla, estaba deseando que llegara el día tan soñado para darle el sí. El descapotable fue regalo de cumpleaños, uno de tantos detalles que tenía con ella y que la sonrojaba cada vez que lo hacía, por no poder corresponder como él se merecía.
En el maletero del coche llevaba dos lámparas tiffany, y su jefe le había regalado una ensaladera de porcelana de Sèvres que llevaba amarrada con el cinturón de seguridad en el asiento del copiloto, no quería por una frenada quedarse sin ella. Los regalos de boda empezaban a llegar y al tener el día libre, se dirigió a la casita que habían comprado en un pueblecito pesquero, a sólo quince kilómetros de la ciudad, que ambos estaban arreglando y decorando con pasión.
El día amenazaba lluvia pero no creía que fuera a llover y no cerró la capota. Bajó del coche las dos lámparas, consiguió abrir el portón de entrada de la casa y subió las escaleras en dirección al dormitorio principal, al llegar la puerta estaba abierta y dos hombres de espaldas y desnudos se contorsionaban en el acto sexual. Se quedó de piedra sin saber qué hacer, sin respirar. Pero no pudo evitar que de su garganta saliera un raro sonido. Los dos hombres aún congestionados por el revolcón miraron en su dirección. Ella se topó con los cuatro ojos, y reconoció a dos, en los que tanto y tan profundo había mirado, el par de ojos que tanto la sonreían y tanto cariño le habían dado.
Estaba en shock y como si no fuera con ella, oyó en la lejanía un sonido de rotura de cristales a la par que sentía pinchazos en los tobillos, ni se enteró que las lámparas cayeron al suelo rompiendo en mil pedazos. Se giró y bajó por las escaleras lo más rápido que pudo, dio un portazo al salir a la calle y montando en el coche, escapó. Condujo como un zombi por la costa, una carretera que apenas conocía, a pesar de las curvas y los baches, no disminuía la velocidad. No conseguía quitar de su mente la frenética imagen de los hombres, de Javier al que tanto amaba, y que ahora comprendía su extraño comportamiento.
Pensaba que era un caballero chapado a la antigua, la besaba en la mejilla, la cogía por el hombro, y no tenían más acercamiento, según decía, porque quería reservarse para el matrimonio. Acababa de entenderlo todo. Se sentía traicionada, engañada, a su mente acudían insultos que no la reconfortaban en absoluto, él la respetaba porque no la deseaba, y compungida como estaba, comenzó a llorar a la vez que del cielo caía una ligera llovizna. No veía bien la carretera a pesar de quitar constantemente las lágrimas de sus ojos. Se sentía humillada, desgraciada y perdida, muy perdida, no sabía qué hacer, hasta que hubo de detenerse ante la boca de un túnel por estar el semáforo en rojo. Respiró profundamente, y a su izquierda vio un aparcamiento en batería, giró el coche hacia una de las plazas y paró el motor.
Lloraba desconsoladamente, a veces la respiración se entrecortaba por la agitación, y sentía dolor tanto en el cuerpo como en su alma. Mónica no se daba cuenta que la lluvia ahora era más persistente y se estaba mojando. Delante estaba el malecón, donde las olas rompían con furia y se elevaban por encima de la barandilla de seguridad, cayendo sobre los aparcamientos cercanos. No notaba nada. Hasta que una más fuerte alcanzó gran altura cayendo en plancha encima de su coche, mojándola por completo e inundando el interior del vehículo. Fue entonces cuando reaccionó, el agua fría la hizo volver a la realidad y sintiéndose empapada, dio marcha atrás con el coche y se puso nuevamente delante del semáforo rojo que daba paso al túnel.
Más calmada, comenzó a evaluar los daños que la ola podría haber ocasionado. El coche no le importaba nada, mejor, se lo devolvería lleno de salitre y agua, hasta quizás dejase de funcionar. Miró el asiento del copiloto, observando que la ensaladera en su sitio se había llenado de agua y dentro parecía haber algo de nata flotando o, ¿Qué sería aquello?
El semáforo permitió seguir su camino y atravesó el túnel, en cuanto encontró el lugar idóneo, aparcó e intentó observar mejor lo que estaba flotando en la ensaladera. Tras despejar de sus ojos las gotas de agua salada que caían del flequillo, pudo ver un pececillo, muy raro, carecía de color, ¿tal vez fuese una raspa serpenteante? Miró mejor y comprobó que era un pez de verdad, había caído con la ola justo al interior de la ensaladera, vaya fastidio, ella jamás había querido mascotas, no le gustaban, eran una responsabilidad muy grande y no las deseaba, así que debía deshacerse del pez, pero tirarlo al suelo no, debía retornarlo al mar. Continuó camino pero la carretera comenzaba a discurrir por el interior y ya no veía la costa. Decidió llevarlo a la tienda de animales cerca de su casa.
En su interior un señor mayor estaba dando de comer a las cobayas y tras terminar la labor, se aproximó.
  • Buenos días – dijo Mónica- en esta ensaladera traigo un pez que no lo quiero, se lo regalo.
  • Bueno días – dijo él- vaya sitio más raro para transportar un pez, en una sopera no va a estar muy cómodo.
  • ¿Sopera?
  • Sí, sopera, o no ha visto el reborde para enganchar la tapa.
  • Bueno me da igual, le regalo este pez.
  • Uumm, déjeme ver, ¡anda, si es un pez albino! Pues lo siento pero no va a poder desprenderse de él.
  • ¿Cómo que no? Yo no puedo cuidarlo y además, ¡no lo quiero!
  • ¿Sabe la suerte que ha tenido? ¿Sabe lo raro que es encontrar un pez así? ¿Cómo lo ha conseguido?
Mónica le contó cómo le había caído la ola encima y el pez en la ensaladera. Tras la cara de sorpresa del hombre, se reafirmó en que no podía desprenderse del pez, son animales muy raros de conseguir, y cuando uno llega es para traer buena suerte, además, le había salvado la vida, si en vez de en la sopera hubiera caído en la acera o en el asfalto, el pobre animal estaría ya muerto, era responsabilidad suya cuidar de él.
Por más que protestó, Mónica salió de la tienda con su pez albino y un acuario, más alimento para peces y dos botellas de agua de mar, todo eso para cuidar de su nueva mascota.
Al menos con todo el trajín había logrado despejar de su mente la maldita imagen de Javier desnudo, estaba centrada en no pillar un resfriado y darle acomodo al pez.
Al llegar a casa comunicó a su madre que no habría boda, que avisara a la familia para dejar de recibir regalos y los que ya llegaron los devolvería en cuanto pudiera. Su madre intentó convencerla que todo era culpa de los nervios, que no se precipitara y lo pensara mejor, había tiempo para rectificar. Pero Mónica mientras montaba el acuario de Albino, así es como le había bautizado, respondió que era algo irreversible y nada se podía hacer. Llamó a su amiga Emma la abogada, pidiéndole que hablase con su ex prometido para vender su parte de la casa y devolverle el coche, no quería verle ni hablar con él nunca más.
Tras una larga noche de insomnio, llanto y estornudos, madrugó al día siguiente tal y como les había pedido el jefe, y tras lavar y secar con mimo la ensaladera, fue a su despacho a devolvérsela.
  • Buenos días, aquí te devuelvo la ensala….
  • ¡Uy perdona Mónica!, - se adelantó él- con el trajín de ayer se me olvidó darte la tapa de la sopera, toma aquí la tienes – dijo tras abrir un archivador y sacar una caja de cartón conteniendo una tapa con asa.
  • Gracias, pero vengo a devolverte la ensala..sopera porque no habrá boda.
Mientras observaba el aspecto cansado y triste de Mónica, en la máquina de fax entró un comunicado. Al cogerlo y leerlo, se le alegró el semblante y a pesar de la mala noticia, tuvo que felicitar a Mónica, ella y su equipo habían sido elegidos para la construcción de un hospital en el barrio Bonnevoie de Luxemburgo, un importante trabajo con relevancia internacional. La celebración en la oficina hizo que relajase la tensión acumulada del día anterior, pensando por primera vez que podía ser cierto que el pez albino era portador de buena suerte.
Un mes más tarde tomó rumbo a su nuevo destino, donde debía estar al menos dos años realizando su proyecto. Las maletas las envió por transporte terrestre, y quien sí le acompañó en el avión fue su inseparable Albino, bien protegido para que la presión no le causara malestar alguno.
No fueron dos, sino cinco los años que estuvo viviendo en esa bonita ciudad, y regresó a casa para casarse con Oly Schuman, importante y emprendedor hombre de negocios a quien conoció en un acto cultural, no separándose desde entonces, ni siquiera en la cama. Mónica lograba ser feliz, consciente que la fortuna provenía de su amigo Albino, no cejó en buscarle una compañera para que también lo fuera, pero es muy difícil encontrar un pez albino, sólo se localizan si ellos van hacia las personas, dotándoles de suerte y felicidad en sus vidas.












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