En este blog encontrarás los relatos escritos por los participantes del taller de escritura "Entre Lecturas y Café", así como la información de las actividades del club de lectura del mismo nombre.
El pez albino - Dori Terán
Siempre se había sentido diferente, como si no encajase en este mundo o formase parte de la vida de otra galaxia. Nació con un albinismo oculocutáneo que le marcó para siempre con un apariencia física distinta de las más comunes, escandalosamente llamativa y que evolucionaba con cambios rápidos y drásticos en su desarrollo y crecimiento. Ni su padre ni su madre presentaban este trastorno genético aunque si habían sido los genes recesivos y mutantes que ellos albergaban en su sangre los responsables de que apareciese en él. Una alteración en la producción de la melanina le privaba de los pigmentos que dan color. La visión estereoscópica así como la agudeza visual, ambas reducidas, eran una consecuencia de esa falta de pigmentación que sufría en la pupila. Cuando te miraba parecía que una transparencia misteriosa e invisible atravesase tu cuerpo con ese iris translucido que había ido matizando el ligero color azul con un halo rojizo en el transcurso de su vida. Llamaba la atención la extremada palidez de su tez. El pelo blanco desde el nacimiento había ido adquiriendo un tono más dorado con el paso de los años. Era frecuente verle tras unas gafas oscuras y bajo una visera de ala amplia. El sol era su principal enemigo y ya había experimentado la agresividad del astro rey sobre su piel. Hacía ahora dos años hubo de ser ingresado en el hospital para ser tratado de quemaduras de segundo grado en las mejillas y la nariz en aquel glorioso día de excursión a la montaña. Aunque utilizó las más potentes cremas protectoras y anti solares, ya le explicó el médico que no se había puesto bastante cantidad ni con la frecuencia que conviene durante toda la caminata. Así que los días soleados suponían para él un desafío a la salud y el temor al dolor. Solía elegir la paz semioscura de su casa con las persianas a media ventana y las cortinas corridas. Ciertamente, Julian prefería la noche. Era un enamorado de la luna que en los largos paseos por la playa le alumbraba sin atacar y alimentaba el sentimiento de libertad que le embargaba al caminar sin miedo. Días de esplendorosa luminosidad cuando estaba llena y otros más íntimos y recatados en la fase de menguante o creciente. Y ya era el colmo de la serenidad y armonía cuando la luna nueva permitía a la noche toda la oscuridad. ¡Contraste paradójico!¡Alguien tan claro amando algo tan oscuro! La vida por no decir los vivos, no le había tratado bien. En el colegio sufrió todo tipo de acoso siempre dirigido a ridiculizar esa apariencia demudada y descolorida que era la suya. Desde muy joven se aisló en encierros caseros y en silencios herméticos y dolidos. Puso un candado a su corazón cuando este se desbocó ante la presencia y la química que lo arrastraba a ilusionarse y enamorarse de María su compañera de trabajo.
El albor cadavérico que sufría le convirtió en un cadáver reprimido huyendo de la esencia de la vida. María siempre había sido amable al tratarlo pero a él se le antojaba una postura de pena y lástima que le enfadaba y le ofendía. Desconfiaba de sus sonrisas dulces y sus miradas serenas y en todos los temas de trabajo se dirigía a ella de manera lacónica y distante. Aquella tarde tuvo que acercarse a la casa en que ella vivía. Habían llegado los últimos diseños gráficos sobre los que habían estado trabajando. Platos de comida coloridos y artísticos en su disposición que invitaban a entrar al restaurante que publicitaban con el apetito despierto y la boca ensalivada ante la perfección conseguida en las fotos. Antes de imprimirlos, María tenía que firmarlos y el plazo de entrega estaba a punto de expirar así que fue a llevárselos. Llamó al timbre de la puerta de entrada, el din, din, din, din, din sonó agudo y alegre y una María risueña y afable le brindó el paso. –“No, no, gracias, te dejo los diseños y me voy”. Pero no pudo resistirse a la mueca de súplica de ella y su tono de invitación,-“Por favor, pasa Julian” El vestíbulo era luminoso con las paredes pintadas en un blanco roto que agrandaban el espacio y toda la decoración era suave y armoniosa dotándole de una plácida y diáfana calma que se respiraba por todos los poros del alma. Pasaron al salón donde el ambiente sosegado y limpio tentaba a fundirse en el para siempre. El mismo color en las paredes, haces de luz dorados en las ventanas apenas cubiertas por cortinas de fina gasa, muebles claros de estilo romántico, macetas floridas de vivos colores… Y en el rincón más cercano a uno de los ventanales sobre una cómoda blanca un precioso acuario dorado. Dentro del mismo no había absolutamente ninguna decoración, agua pura y cristalina por la que circulaba, iba y venía, subía y bajaba un raro ejemplar de pez. Se acercó sorprendido y clavó la mirada en aquel pescado. Era plano y redondo con cuerpo aplastado, mediría unos quince o veinte centímetros y aletas recorriendo todo su dorso. Los ojos saltones presentaban un color llamativamente rojo. Lo que más le llamó la atención fue su coloración, pálida, sin pigmentos, blanca…¡era albino! María contemplaba la embelesada contemplación con agrado. Se acercó a Julian y le explicó:-“Es mi pez disco albino, ¡el amor de mis amores! Me lo han traído del Amazonas y este, especialmente este es un héroe de héroes. Ha nadado río arriba hasta la cascada y ha conseguido subirla. Fortaleza y paciencia. Tiene un puesto de honor en mi hogar su persistencia y perseverancia ante las adversidades ha conquistado mi corazón. Su ascenso a la cascada es el triunfo en su vida. Lo amo y lo admiro.” Julian la miraba perplejo, incapaz de reaccionar. Ella se le fue acercando con pasos suaves y cogiéndole de las manos se empinó hasta besarle en los labios. Y Julian río arriba subió la cascada. Ahora es el pez albino el que en sus descansos de carreras natatorias pega sus ojos rojos al cristal de la pecera y contempla las delicias del amor.
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