Aquí mando yo - Marian Muñoz


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El alcalde marchó borracho de la reunión, apenas se había repuesto de la jura de su cargo, cuando compañeros de partido y oposición al completo brindaron por su nuevo mandato.
Pasadas las primeras horas, seguía mosca por ostentar el bastón de mando. No comprendía como siendo el último en la lista de votados, había sido elegido por unanimidad como alcalde, por eso él seguía rumiando que algo se le escapaba.
Que los suyos le votasen, era raro, pero que la oposición con lo mal que se llevaba con Tano o con Baldomero, también lo hiciera, le creaba suspicacias. Al haber sido el viernes la ceremonia, contaba con el fin de semana para pensar como ejercer sus funciones y como servir mejor a sus vecinos, a los que conocía de toda la vida, puesto que nuevos pocos había.
Su casa era un hervidero de amigos, familiares y conocidos que deseaban mostrar alegría por su nuevo estatus y de paso recordarle los favores que le habían hecho y que ya se sabe, debería devolver desde su puesto. Harto de tanta gente y no poder tener un minuto para pensar, escapó con su furgoneta hasta el meandro del río, lugar favorito para pescar y cavilar siempre que podía.
En aquel paraje idílico no encontró la ansiada soledad, porque Doro, el furtivo de la comarca, pescaba con su caña. Al verse los dos se saludaron, hacía años que coincidían en el mismo coto y como era prolífico, nunca le había denunciado por no tener licencia. Más en esta ocasión, siendo supuestamente el mandamás del consistorio, se vio en la obligación de recomendarle sacarla o la próxima vez le denunciaría a la guardia civil.
Doro un espíritu libre de indeterminada edad, habitaba una chabola en mitad del monte comunal, carecía de agua corriente y electricidad, pero siempre le veían aseado y correctamente vestido, nunca enfermaba y tampoco pedía limosna en el vecindario, no molestaba a nadie y a todos caía bien.
En esta ocasión, Doro charló con el alcalde con la misma confianza de siempre, sin pelos en la lengua le espetó:
  • ¡Vaya embolao que te han metido, a ti que la política ni te va ni te viene, te la han enfilao bien!
  • ¡Calla no me recuerdes! Que no entiendo porque yo y no el primero de la lista.
  • Pues es bien simple, señor alcalde - dijo Doro con sorna - eres un pedazo de pan, te cuesta mucho decir que no, y a ellos les conviene, llevan años timando al pueblo, y alguien nuevo tenía que venir para lavar la mala fama que estaban cogiendo.
Se quedó pensativo con lo dicho por aquel hombre, ciertamente algo de razón había en ello, así que intentó hacer acopio de fuerzas para fortalecer el carácter e intentar ser él quien llevara el bastón de mando.
  • ¿Qué te parece si me empeño en terminar las obras del polideportivo, luego amplío un par de alas a la escuela, que se está quedando pequeña, y detrás construir un centro de salud para el pueblo?
  • ¡Ale, venga, inténtalo, que si lo logras pondrán tu nombre a una calle, seguro!
Riéndose los dos tras el comentario, se alejó camino de casa y mientras conducía el vehículo, iba practicando el “no”, “claro que no”, “ahora no”, “en otro momento”. Tan ensimismado iba en su nueva actitud, que al entrar en la cocina le preguntó su mujer ¿Cenamos ya? Y él respondió, “no es el momento adecuado, déjame pensarlo”, a pesar de que sus tripas estaban rugiendo.
El lunes encima de la mesa de su despacho, le habían dejado un documento con el equipo de gobierno y el reparto de cargos entre los ediles. Ni se molestó en leerlo, lo rasgó en cuatro cachos y llamó al secretario:
  • Quiero convocar un pleno para dejar sin sueldo a los concejales y ediles del ayuntamiento, además de a mí, todo ese dinero ahorrado formará el presupuesto para obras que pretendo realizar, el vehículo oficial se venderá y al chofer le trasladaremos al parque móvil conduciendo el coche de bomberos, la ambulancia, el camión de la basura o la grúa municipal, según se tercie.
  • El consistorio sólo pagará el recibo de la luz de edificios públicos e iluminación de las calles, nada de casas particulares de concejales o funcionarios, lo mismo pasará con teléfonos móviles, que para eso hay varias líneas fijas en las oficinas municipales.
Al pleno no sólo acudieron los sorprendidos autores del nombramiento, sino la mitad del pueblo que no querían perderse la valentía de su nuevo alcalde.
Ante la respuesta eufórica de los electores, los políticos votados no se atrevieron a llevar la contraria, intentaron poner algún reparo a las decisiones, pero en cuanto la soltaban, toda la ciudadanía abucheaba sus intenciones, dando al traste con sus planes de seguir vaciando las arcas municipales y los bolsillos de sus administrados.
Una nueva era se inauguró tras aquella sesión, el señor alcalde ejerció con generosidad y precisión la voluntad del pueblo, y gracias a ello todos pudieron vivir mejor. Su mandato se fue prorrogando hasta que falleció, heredando el cargo, por sufragio universal, su hijo mayor, pero por desgracia, ya no fue lo mismo.







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