Dormir y dormir - Cristina Muñiz Martín

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El alcalde marchó borracho de la reunión. La noticia salió en todos los medios. ¿El alcalde era un alcohólico o simplemente se había pasado ese día? ¿Firmaría algo importante en esas condiciones? ¿Dimitiría?, se preguntaban unos. Es un sinvergüenza, ha manchado nuestra imagen, dimisión ya, clamaban otros. En realidad, aunque nadie más que él lo sabía, el alcalde no había bebido ni una gota de alcohol, simplemente estaba bajo los efectos de las pastillas tomadas la noche anterior. Don Gerardo, llevaba más de un mes durmiendo apenas un par de horas diarias, su cabeza inmersa en un torbellino de problemas de difícil solución, la oposición tocándole los talones. Su mente ya no podía pensar con claridad y la somnolencia lo atacaba durante todo el día. Desesperado, había tomado una pastilla para dormir que, al no hacerle efecto de inmediato, fue acompañada de una segunda dosis. Cayó en la cama fulminado. Al día siguiente no fue capaz de despertarlo ni la alarma del móvil, ni el teléfono interior. Casilda, su criada desde hacía años, subió a la habitación preocupada. Lo llamó sin resultado y tuvo que acabar empujándolo y dándole unos golpes en la cara. Don Gerardo despertó con la mente embotada, se dio una larga ducha para despejar el sueño, desayunó fuerte, se vistió con su elegancia habitual y subió al coche donde lo esperaba el chófer hacía un par de horas. Por primera vez en su vida se durmió en cuanto el vehículo arrancó y al conductor le costó trabajo sacarlo de su letargo al llegar al ayuntamiento. El alcalde pasó el día con su cabeza sumida en una nube espesa despoblada de pensamientos. A duras penas llegó al pleno. Se sentó y solo su gran fuerza de voluntad consiguió mantenerlo con los ojos abiertos durante las tres horas en las que los distintos grupos presentaron sus propuestas y alegaciones. Los asistentes a la reunión estaban desorientados. El hombre al que le gustaba decir siempre la última palabra, atacando sin piedad a sus contrincantes, permanecía en su sillón inmóvil y callado, asintiendo a cuánto se decía, tanto si era de su grupo como de la oposición. Los suyos se sentían consternados. Sin él no tenían ni argumentos ni discurso para tumbar a la oposición; todo lo llevaba el alcalde. Él era quién tenía la última palabra y el único con acceso a todos los documentos. La oposición, tras constatar asombrados que el alcalde asentía a sus palabras se creció y propuso nuevas y delirantes propuestas. El alcalde seguía asintiendo. Al finalizar el pleno, alguien deslizó una frase a la prensa “el alcalde estaba borrado”, que corrió como la pólvora hasta llegar a todos los medios de comunicación. Don Gerardo no se enteró de nada. Lo único que le importaba era dormir. Salió de la reunión intentando mantener el equilibrio y pidió al chófer que lo llevara a casa. Se acostó sin comer, ordenando que nadie lo molestara bajo ningún concepto, y durmió veinte horas seguidas. Al despertar, sintió su mente y su cuerpo más ligeros que nunca. Se dio una larga ducha y bajó a desayunar. Casilda, como todos los días, le sirvió el desayuno acompañado de la prensa. Su supuesta borrachera había trascendido las fronteras del ayuntamiento y era la comidilla regional y nacional. Se vio a si mismo, con su traje impecable, su barriga caminando unos pasos por delante de sus pies, sus ademanes mafiosos y supo que ese no era él, que debía cambiar. En ese momento comprendió que el cargo político tan ansiado lo había alejado de otros sueños. Debía dar a su vida un cambio de rumbo y cuanto antes mejor. Quería vivir. Quería dormir. Quería disfrutar de la vida. Ese día lo pasó entero en el ayuntamiento, permaneciendo en él hasta bien entrada la noche, cuando ya no quedaba nadie. Lo dejó todo listo. Los billetes de avión para las seis de la mañana. El hotel de cinco estrellas. El coche esperándolo en el aeropuerto. Cuando subió al coche oficial ordenó al chófer que lo acercara hasta un famoso restaurante al que acudía a menudo. Lo despidió diciéndole que la reunión de esa noche acabaría tarde; cogería un taxi. En cuando don Gerardo perdió de vista el coche oficial, caminó durante un rato alejándose del restaurante. Llamó un taxi y se dirigió al aeropuerto. Allí compró ropa de turista y se cambió en el baño, tirando su traje en un cubo de basura. Al día siguiente, cuando todo el mundo comenzó a preguntarse dónde estaría el alcalde, él aterrizaba en un lugar paradisíaco, donde reinaban el sol y las playas. Necesitaba descansar y pensaba hacerlo durante mucho tiempo. El dinero transferido desde las arcas municipales lo ayudarían a ello.





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