El
alcalde marchó borracho de la reunión. La
noticia salió en todos los medios. ¿El alcalde era un alcohólico
o simplemente se había pasado ese día? ¿Firmaría algo importante
en esas condiciones? ¿Dimitiría?, se
preguntaban unos. Es un sinvergüenza, ha manchado nuestra imagen,
dimisión ya, clamaban otros. En realidad, aunque nadie más
que él lo sabía,
el alcalde no había bebido ni una gota de alcohol, simplemente
estaba bajo los efectos de las pastillas tomadas la noche anterior.
Don Gerardo, llevaba más de un mes durmiendo apenas un par de horas
diarias, su cabeza inmersa en un torbellino de problemas de difícil
solución, la oposición tocándole los talones. Su
mente ya no podía pensar con claridad y la somnolencia lo atacaba
durante todo el día. Desesperado, había tomado una pastilla para
dormir que, al no hacerle efecto de inmediato, fue acompañada de
una segunda dosis.
Cayó en la cama fulminado. Al día siguiente no fue capaz de
despertarlo ni la alarma del móvil, ni el teléfono interior.
Casilda, su
criada
desde hacía años, subió a la habitación preocupada. Lo llamó sin
resultado y tuvo que acabar empujándolo y dándole unos golpes en la
cara. Don Gerardo despertó
con la mente embotada,
se dio una larga ducha para despejar el sueño, desayunó fuerte, se
vistió con su elegancia habitual y subió al coche donde lo esperaba
el chófer hacía un par de horas. Por primera vez en su vida se
durmió en cuanto el vehículo arrancó y al
conductor le costó trabajo sacarlo de su letargo
al llegar al ayuntamiento. El
alcalde pasó
el día con su cabeza sumida en una nube espesa
despoblada de pensamientos. A duras penas llegó al pleno. Se sentó
y
solo su gran fuerza de voluntad consiguió mantenerlo con los ojos
abiertos durante las tres horas en las que los distintos grupos
presentaron sus propuestas y alegaciones. Los asistentes a la reunión
estaban desorientados. El hombre al que le gustaba decir siempre la
última palabra, atacando sin piedad a sus contrincantes, permanecía
en su sillón inmóvil y callado, asintiendo a cuánto se decía,
tanto si era de su grupo como de la oposición. Los suyos se sentían
consternados. Sin él no tenían ni argumentos ni discurso para
tumbar a la oposición; todo lo llevaba el alcalde. Él era quién
tenía la última palabra y el único con acceso a todos los
documentos. La oposición, tras constatar asombrados que el alcalde
asentía a sus palabras se creció y propuso nuevas y delirantes
propuestas. El alcalde seguía asintiendo. Al finalizar el pleno,
alguien deslizó
una frase a la prensa “el alcalde estaba borrado”, que corrió
como la pólvora hasta llegar a todos los medios de comunicación.
Don Gerardo no se enteró de nada. Lo único que le importaba era
dormir. Salió de la reunión intentando mantener el equilibrio y
pidió al chófer que lo llevara a casa. Se acostó sin comer,
ordenando que nadie lo molestara bajo ningún concepto, y durmió
veinte horas seguidas. Al despertar, sintió su mente y su cuerpo más
ligeros que nunca. Se dio una larga ducha y bajó a desayunar.
Casilda, como todos los días, le sirvió el desayuno acompañado de
la prensa. Su supuesta borrachera había trascendido las fronteras
del ayuntamiento y era la comidilla regional y nacional. Se vio a si
mismo, con su traje impecable, su barriga caminando unos pasos por
delante de sus pies, sus ademanes mafiosos y supo que ese no era él,
que debía cambiar. En ese momento comprendió que el cargo político
tan ansiado lo había alejado de otros sueños. Debía dar a su vida
un cambio de rumbo y cuanto antes mejor. Quería vivir. Quería
dormir. Quería disfrutar de la vida. Ese día lo pasó entero en el
ayuntamiento, permaneciendo en él hasta bien entrada la noche,
cuando ya no quedaba nadie. Lo
dejó todo listo.
Los billetes de avión para las seis de la mañana. El hotel de cinco
estrellas. El coche esperándolo
en el aeropuerto. Cuando subió al coche oficial ordenó al chófer
que lo acercara hasta un famoso restaurante al que acudía a menudo.
Lo despidió diciéndole que la reunión de esa noche acabaría
tarde; cogería un taxi. En cuando don Gerardo perdió de vista el
coche oficial, caminó durante un rato alejándose del restaurante.
Llamó
un taxi y se dirigió al aeropuerto. Allí compró ropa de turista y
se cambió en el baño, tirando su traje en un cubo de basura. Al día
siguiente, cuando todo el mundo comenzó a preguntarse dónde estaría
el alcalde, él aterrizaba en un lugar paradisíaco, donde reinaban
el sol y las playas. Necesitaba descansar y pensaba hacerlo durante
mucho tiempo. El dinero transferido desde las arcas municipales lo
ayudarían a ello.
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