Cuenta
la leyenda, o quizá sea una película, que cada Navidad cuando una
campanilla suena es señal de que un Ángel ha recibido sus alas. Y
es elevado a categoría A1.
Pero
las leyendas se pierden en la noche de los tiempos. Y las películas
de más de dos años ya no interesan a nadie. Son viejas. Y si son en
blanco y negro, prehistóricas. Nadie les da el valor que merecen.
Y
hubo un tiempo en la Tierra en que se hizo de noche en las mentes de
la Humanidad y nadie recordó la leyenda ni la película. La
tradición oral desapareció, absorbida en pantallas brillantes que
succionaron las mentes de grandes y pequeños. A pesar de todo, en
época de Navidad se engalanaban pueblos y ciudades con luces de
colores. Para quitar el frío del invierno, pensaba la mayoría, que
habían olvidado o quizá nunca supieron qué se celebraba en estas
fechas.
Todo
brillaba, menos los corazones de las gentes, que caminaban por su
ciudad decorada, buscando no sabían muy bien qué.
Desde
arriba los Ángeles veteranos intentaban trazar planes pero ninguno
se atrevía abajar a la Tierra.
–Demasiado
caos, demasiada frialdad en los corazones de la gente, -se excusaban.
De
vez en cuando se escuchaban campanillas repiqueteando. Y los
aspirantes a ángeles pegaban un brinco de contento.
Pero
sus alas no llegaban. Porque no eran campanillas como las de antes.
Sino el sonido de las cajas registradoras introduciendo monedas y
billetes y vendiendo productos inútiles que se suponía iban a a
hacer más felices a los humanos de corazón helado.
Nadie
mira al Cielo estos días, están demasiado ocupados en buscar en los
estantes de los supermercados.
Pero
se rumorea que aún hay una larga cola de Ángeles entristecidos
esperando recibir sus alas.
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