Aprendí
a hacer maceteros y manteles de macramé en un taller de manualidades
al que me apunté para no estar tanto tiempo en casa. Desde que él
se fue, yo no hacía más que llorar y llorar. Apenas comía y ya no
era persona. No me apetecía ir al cine ni tampoco ver a nadie.
Pero
un día algo en mí hizo ‘clic’. Tal vez fue mi ángel de la
guarda que me avisaba para que despertara y viviera la vida de
verdad. Desde entonces, mis ventanas lucen alegres, llenas de flores
que se columpian al viento, enredadas entre cuerdas y nudos.
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