Disí, la oveja molona - Marian Muñoz

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El coordinador del taller de creatividad nos sugirió tema para la próxima clase, supuse que era una broma, no podía ser que algo que tanto odiaba, como las rebajas, tuviera que crear una exposición y plantearla ante los compañeros del curso.
Desde bien pequeña me han producido aversión, ya que mi abuela era la famosa señora que todos los siete de enero, madrugaba para entrar la primera por la puerta de unos famosos grandes almacenes. Salía en la televisión, le hacían un par de preguntas con su momento de gloria, y luego se peleaba a brazo partido por encontrar esa chaqueta o esa falda que yo necesitaba. Lo malo era que siempre teníamos que cambiar la prenda de ropa rebajada, pues no tenía ni idea de mis medidas porque jamás nos visitaba.
Como el curso resultaba interesante, intenté superar mi fobia y comencé a investigar por internet quien había sido la inoportuna persona que creó dicha moda, cuáles fueron las circunstancias y demás cuestiones que me pudieran valer para mi trabajo. Enfrascada como estaba en el tema, tropecé con un artículo, de hacía tiempo, del periódico local, en el que bajo el tema de las rebajas hablaba de la oveja molona.
La cuestión era la siguiente: Coincidiendo con el octavo cumpleaños de Rosita nació una oveja, que su padre le regaló. Andaban tan escasos de dinero, que aprovechó la circunstancia y convirtió aquel parto en un bonito presente. Aunque la niña veía a diario cientos de ellas en la granja donde vivía, aquel regalo le pareció el mejor del mundo, por fin podría tener una amiguita, ya que el pueblo distaba dos horas de camino hasta su casa, y sólo compartía juegos y risas en las jornadas escolares. El resto del tiempo vagaba sola por el campo, debido a que sus padres siempre tenían mucho trabajo.
Rosita se ocupó del pequeño animal, al principio lo alimentaba con biberones y poco a poco fue introduciendo el pasto normal. Entre juegos y cuidados, se empeñó en que su mascota hablara, y no hacía más que repetirle: “Di sí, di sí, di sí” y con ese nombre se quedó, Disí. Su vocación, por aquel entonces, era ser profesora, y en la pared de su habitación escribía con tiza las vocales, luego las consonantes, y después comenzó a formar palabras y frases, teniendo como alumna aventajada a la ovejita, era tan aplicada que ni le rechistaba. Ella insistía, di sí, di sí, di sí, pero invariablemente su respuesta era Beeeee.
Disi lucía al cuello un gran lazo rosa en el que estaba escrito su nombre, era la más alegre y molona de todo el rebaño, al que visitaba mientras su amita permanecía en la escuela. En cuanto la niña volvía, las dos se volvían inseparables, ni siquiera para dormir.
Al cabo de unos meses, llegó el momento de la trashumancia, todo estaba preparado, iba a durar tres días el recorrido hasta los pastos de invierno, pues las nevadas se veían inminentes. Los pastores ayudados de sus perros recogieron el ganado y tras un torpe arranque, comenzó el viaje. Nadie se dio cuenta que Disi, entusiasmada y contenta, iba con todos ellos.
La primera jornada cruzaron un valle con ciertas zonas enfangadas, pero a nuestra pequeña amiga no le molestó. En la siguiente atravesaron un pequeño pueblo justo por su calle mayor, y al pasar cerca de un escaparate, Disi vio su reflejo en el mismo. Nunca se había contemplado tal cual era, creía que su imagen se parecía más a la de Rosita. Las clases impartidas por la niña valieron para que el pequeño animal reflexionara sobre su existencia. Poco duró esa introspección, ya que en dicho comercio había un letrero bien grande que decía REBAJAS. Consiguió leerlo, y justo al lado del letrero un jersey bien bonito y colorido lucía la siguiente nota: PURA LANA DE OVEJA VIRGEN.
El mastín se acercó cuidadosamente a Disi para que siguiera camino, sabía de sobra que debía respetarla como si de su amita se tratara. Se alejaron del escaparate y tras viajar las tres jornadas, lograron pasar el invierno en pastos lejanos a su granja. En ellos la mascota se comportó tal y como lo hacían los demás, comían, bebían y descansaban, pudo contemplar como algunas compañeras parían y como otras ya no volvían, tras darles caza alguno de los pastores. En ese tiempo dejó de reflexionar sobre el cartel del comercio, consiguiendo aborregarse.
Al cabo de unos meses, emprendían viaje de vuelta a las tierras altas de donde pertenecían. Nuevamente al pasar por delante del comercio, pudo contemplar su reflejo en el cristal, ahora era más grande y su lana más abundante. Leyó con algo de dificultad el mismo letrero de REBAJAS, fijándose en el bonito jersey, sobre él seguía poniendo PURA LANA DE OVEJA VIRGEN.
Deseaba que su lana sirviera para hacer un jersey bien lindo, así que decidió ser virgen para poder lograrlo. Cuando llegaron a la granja, Disi corrió hacia la casa en busca de Rosita, quien al verla lloró de alegría al haberla echado en falta. Entusiasmada comenzó a gritar ¡Disi, Disi! De la boca de la oveja se oyó un ligero siseo, que su amita interpretó como un sí.
Cuando llegaron los esquiladores, Rosita les pidió toda la lana de Disi, porque quería hacerse un jersey para el invierno. Su abuela le había enseñado a hilar, lavar, teñir y tejer la lana, confeccionando la prenda más bonita de todo el pueblo. El animal andaba ufano a más no poder. Seguía juntándose con el rebaño, hasta que un día un carnero se acercó por detrás para montarla, era algo tan inesperado que salió corriendo muerta de miedo, acabando en la charca de los cerdos. Tras lavarla a fondo, nadie logró entender el motivo de que allí se cayera, y siguieron a lo suyo.
Disi quería seguir siendo virgen, para que su lana fuese la más bonita de todas. Como estaba muy bien enseñada, reflexionando llegó a la conclusión que debía encontrar la forma de librarse de la monta de un macho. No se le ocurrió nada mejor que en cuanto notaba las dos patas encima, pegaba un gran salto en el aire, asustando al carnero que salía pitando. Los pastores al contemplar continuamente la escena, se partían de risa. El asunto llegó a oídos de los vecinos y hasta la noticia viajó a la ciudad. Periodistas, cámaras de televisión, todos querían contemplar y plasmar el salto de la que comenzaron a llamar, la oveja molona.
Durante algún tiempo Disi continuó con sus rechazos, y cuando se olía que iban a viajar, se escondía en casa bien quieta, para permanecer con su querida ama. La vida parecía transcurrir plácidamente, hasta que un día, concentrada bebiendo agua del abrevadero, un macho joven se acercó por detrás sin que se diera cuenta de sus movimientos, tan suaves fueron, que cuando lo notó ya no podía saltar. Se quedó muy quieta, con dolor al principio, pero pronto pasó, notando un cosquilleo agradable que por desgracia poco duró.
Tan grato le pareció el encuentro, que pensó en repetir, moviendo alegremente su culito, atrajo a otro macho hacia sí. Esta vez pudo disfrutar del encuentro con una electrizante sensación, y una vez que hubo terminado, comenzó a reflexionar: Lo de las rebajas y la ropita linda está muy bien, pero el gustirrínin que me da el cordero es aún mayor, así que lo de ser virgen, se acabó.
Sin darse cuenta Disi comenzó a engordar, su amita que no estaba al tanto, la puso a correr y a dieta para bajar peso, hasta que su abuelo le informó que su mascota estaba preñada.
Una linda ovejita parió, estaba muy contenta y orgullosa de lo fantástico que era ser madre. Tras darle de mamar el calostro, se la confió a Rosita y saltando alegremente, se dirigió en pos del rebaño para trotar y cantar con sus amigas las ovejas normales, dejándose querer por aquel joven macho que tan gratas sensaciones le descubrió.
Por aquel entonces la vocación de Rosita ya no era ser profesora, ahora quería ser astronauta, y su abuelo le había construido una tirolina que iba desde el tejado del pajar hasta el árbol de la entrada a la granja. Siempre se tiraba en compañía de su nueva amiga, Luna, que terminaba mareada porque tenía vértigo a las alturas.
Cuando finalicé la exposición de mis averiguaciones, el coordinador me echó la bronca, pues el tema principal era la oveja y no las rebajas. Pero le contesté que prefería mil veces el placer de un buen polvo a pelearme a brazo partido por una prenda de marca.
Me citó en su despacho, veremos en qué acaba.







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