Dentro de una bolsa - Cristina Muñiz Martín


                                          Resultado de imagen de luz roja


Cuando despertó estaba dentro de una bolsa. ¿Quién lo había metido allí? ¿Qué había sucedido? Intentó recordar. La noche anterior estuvo viendo la televisión en su casa, con su mujer, y después se había acostado. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Lo habían secuestrado para experimentar con él o era cosa de los extraterrestres? Miró a su alrededor. Vio una sala amplia con hombres y mujeres dentro de unas bolsas trasparentes, parecidas a las del suero de los hospitales, todos en posición fetal. Sobre ellos una tenue luz azul. De pronto sintió pasos y una puerta abriéndose. Se dio cuenta que él estaba rodeado por una luz rojiza. Instintivamente cerró los ojos, dejando una pequeña ranura para ver qué sucedía. Aparecieron dos mujeres que no eran mujeres; eran dos piñas con piernas brazos y cabeza de mujer. ¿Se estaría volviendo loco? Pero no, las mujeres caminaron a lo largo de las filas comprobando las bolsas. Tenían unos tubos y unos botones exactamente igual a los del suero. No entendía nada. Tenía miedo. Decidió hacerse el dormido. Oyó hablar a las mujeres. Falsa alarma, a veces pasa, dijo una que parecía estar enseñando a la otra. Cuando terminaron su ronda desaparecieron. Lucas volvió a abrir los ojos y en cuanto lo hizo se vio de nuevo envuelto por la luz rojiza. Los cerró y al momento la luz cambió al color azul. Decidió esperar a que vinieran a por otro, porque en ese punto ya sabía que esperaban a que alguien despertara para llevarlo a no sabía dónde a hacerle no sabía qué. No tardó en suceder, media hora calculó, aunque bien podía haber sido más o menos tiempo. Las piñas reaparecieron, acercándose a una mujer que intentaba desesperadamente salir de la bolsa. Le dieron una especie de descarga con un aparato negro. La mujer quedó inmóvil. Las piñas hicieron descender la bolsa suspendida en el vacío, sacaron a la mujer y la colocaron sobre una camilla blanca, cubriéndola con una sábana blanca, como si fuera un cadáver. Volvió a pensar que quizás estaban todos muertos y no pudo evitar ponerse a gritar. Las piñas no tardaron en llegar. Sintió la descarga y luego nada.
Lucas despertó intranquilo. Lo primero que vio fue una luz blanca que le cegó los ojos. Cuando la vista se aclimató a la luz, comprobó que estaba en la habitación de un hospital, con el gotero sujeto a su brazo izquierdo. Su mujer dormitaba en una butaca a los pies de la cama. ¿Había sido solo un sueño todo lo anterior? Le había parecido tan real. Sandra abrió los ojos, se desperezó y se acercó a él. ¿Cómo estás Lucas? Menudo susto nos has dado. Pero qué ha pasado, preguntó él confuso. Tuviste un ataque esquizoide y hubo que ingresarte. Su mujer había dicho un ataque esquizoide. No. No podía ser. Él no estaba loco. Siempre había sido una persona de carácter estable y nunca en su vida había tenido ni una pequeña depresión. De qué caray estaba hablando Sandra. Intentó recordar. Si le hubiera dado un ataque esquizoide se supone que debería acordarse de algo. Pero no. Solo recordaba haberse metido en su cama y dormir. Lo demás ahora le parecía un sueño. Es más, estaba seguro de que había sido un sueño. ¿Mujeres piña? ¿Personas dentro de bolsas de plástico trasparente? Menuda tontería. Quería hablar con un médico, que él le explicara. Mientras llegaba el especialista comenzó a recordar como a retazos la noche anterior. Vio una película con su mujer sí, pero después no fue directamente a la cama. Antes se sinceró con ella. Había sido un poco brusco, lo sabía, pero no podía seguir callando más. Estaba enamorado de Lorena, su compañera de trabajo, y tenía decidido poner fin a su matrimonio de quince años para empezar con ella una nueva vida. Sandra se había puesto como loca. Ella sí que estaba loca o esquizoide, no él. Después él se había acostado antes que ella y ya no se acordaba de nada más. Cuando el especialista llegó a visitar a Lucas, estaba sufriendo un nuevo ataque. Ya no estaba dentro de una bolsa, si no dentro de las fauces de un lobo. Lloraba y chillaba y tuvieron que sedarlo. Sandra estuvo en todo momento a su lado, pendiente de las mínimas necesidades de su marido. Los ataques esquizoides se sucedieron sin saber qué los estaba produciendo. Un mes más tarde, tras un duro tratamiento, le dieron el alta. Debería seguir la medicación al menos durante un año. Lucas sentía que su vida ya nunca más sería la misma. Nunca se hubiera imaginado que acabaría siendo un enfermo mental. No lo entendía. Sandra lo atendía solícita, como si hubiera olvidado la conversación en la que le dijo que estaba a punto de abandonarla. ¿Lo habían hablado? Ya no estaba seguro. A lo mejor solo lo había pensado y no había llegado a decirle nada. De lo contrario estaría enfadada y tan solo la veía preocupada. ¿Y Lorena? ¿Dónde estaba Lorena? No lo había ido a visitar como el resto de sus compañeros. Tampoco lo había llamado por teléfono o enviado un maldito wasap. Estaba claro que no estaba dispuesta a vivir con un loco. Y él que creía que lo quería. Sandra sí. Sandra sí que lo quería. Pasaba el día pendiente de él, cuidándolo, dándole la medicación con mimo. Lo que Lucas no sabía, ni iba a saber nunca, es que había sido su mujer, química de profesión, la que había provocado los ataques. Solo había tenido que darle la dosis justa de una sustancia para provocarlos sin dejar huella. A ella no la abandonaba nadie. Y menos el idiota de su marido.







Licencia de Creative Commons

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario