Cuando despertó estaba dentro de una bolsa. ¿Quién lo había
metido allí? ¿Qué había sucedido? Intentó recordar. La noche
anterior estuvo viendo la televisión en su casa, con su mujer, y
después se había acostado. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Lo
habían secuestrado para experimentar con él o era cosa de los
extraterrestres? Miró a su alrededor. Vio una sala amplia con
hombres y mujeres dentro de unas bolsas trasparentes, parecidas a las
del suero de los hospitales, todos en posición fetal. Sobre ellos
una tenue luz azul. De pronto sintió pasos y una puerta abriéndose.
Se dio cuenta que él estaba rodeado por una luz rojiza.
Instintivamente cerró los ojos, dejando una pequeña ranura para ver
qué sucedía. Aparecieron dos mujeres que no eran mujeres; eran dos
piñas con piernas brazos y cabeza de mujer. ¿Se estaría volviendo
loco? Pero no, las mujeres caminaron a lo largo de las filas
comprobando las bolsas. Tenían unos tubos y unos botones exactamente
igual a los del suero. No entendía nada. Tenía miedo. Decidió
hacerse el dormido. Oyó hablar a las mujeres. Falsa alarma, a veces
pasa, dijo una que parecía estar enseñando a la otra. Cuando
terminaron su ronda desaparecieron. Lucas volvió a abrir los ojos y
en cuanto lo hizo se vio de nuevo envuelto por la luz rojiza. Los
cerró y al momento la luz cambió al color azul. Decidió esperar a
que vinieran a por otro, porque en ese punto ya sabía que esperaban
a que alguien despertara para llevarlo a no sabía dónde a hacerle
no sabía qué. No tardó en suceder, media hora calculó, aunque
bien podía haber sido más o menos tiempo. Las piñas reaparecieron,
acercándose a una mujer que intentaba desesperadamente salir de la
bolsa. Le dieron una especie de descarga con un aparato negro. La
mujer quedó inmóvil. Las piñas hicieron descender la bolsa
suspendida en el vacío, sacaron a la mujer y la colocaron sobre una
camilla blanca, cubriéndola con una sábana blanca, como si fuera un
cadáver. Volvió a pensar que quizás estaban todos muertos y no
pudo evitar ponerse a gritar. Las piñas no tardaron en llegar.
Sintió la descarga y luego nada.
Lucas despertó intranquilo. Lo primero que vio fue una luz blanca
que le cegó los ojos. Cuando la vista se aclimató a la luz,
comprobó que estaba en la habitación de un hospital, con el gotero
sujeto a su brazo izquierdo. Su mujer dormitaba en una butaca a los
pies de la cama. ¿Había sido solo un sueño todo lo anterior? Le
había parecido tan real. Sandra abrió los ojos, se desperezó y se
acercó a él. ¿Cómo estás Lucas? Menudo susto nos has dado. Pero
qué ha pasado, preguntó él confuso. Tuviste un ataque esquizoide y
hubo que ingresarte. Su mujer había dicho un ataque esquizoide. No.
No podía ser. Él no estaba loco. Siempre había sido una persona de
carácter estable y nunca en su vida había tenido ni una pequeña
depresión. De qué caray estaba hablando Sandra. Intentó recordar.
Si le hubiera dado un ataque esquizoide se supone que debería
acordarse de algo. Pero no. Solo recordaba haberse metido en su cama
y dormir. Lo demás ahora le parecía un sueño. Es más, estaba
seguro de que había sido un sueño. ¿Mujeres piña? ¿Personas
dentro de bolsas de plástico trasparente? Menuda tontería. Quería
hablar con un médico, que él le explicara. Mientras llegaba el
especialista comenzó a recordar como a retazos la noche anterior.
Vio una película con su mujer sí, pero después no fue directamente
a la cama. Antes se sinceró con ella. Había sido un poco brusco, lo
sabía, pero no podía seguir callando más. Estaba enamorado de
Lorena, su compañera de trabajo, y tenía decidido poner fin a su
matrimonio de quince años para empezar con ella una nueva vida.
Sandra se había puesto como loca. Ella sí que estaba loca o
esquizoide, no él. Después él se había acostado antes que ella y
ya no se acordaba de nada más. Cuando el especialista llegó a
visitar a Lucas, estaba sufriendo un nuevo ataque. Ya no estaba
dentro de una bolsa, si no dentro de las fauces de un lobo. Lloraba y
chillaba y tuvieron que sedarlo. Sandra estuvo en todo momento a su
lado, pendiente de las mínimas necesidades de su marido. Los ataques
esquizoides se sucedieron sin saber qué los estaba produciendo. Un
mes más tarde, tras un duro tratamiento, le dieron el alta. Debería
seguir la medicación al menos durante un año. Lucas sentía que su
vida ya nunca más sería la misma. Nunca se hubiera imaginado que
acabaría siendo un enfermo mental. No lo entendía. Sandra lo
atendía solícita, como si hubiera olvidado la conversación en la
que le dijo que estaba a punto de abandonarla. ¿Lo habían hablado?
Ya no estaba seguro. A lo mejor solo lo había pensado y no había
llegado a decirle nada. De lo contrario estaría enfadada y tan solo
la veía preocupada. ¿Y Lorena? ¿Dónde estaba Lorena? No lo había
ido a visitar como el resto de sus compañeros. Tampoco lo había
llamado por teléfono o enviado un maldito wasap. Estaba claro que no
estaba dispuesta a vivir con un loco. Y él que creía que lo quería.
Sandra sí. Sandra sí que lo quería. Pasaba el día pendiente de
él, cuidándolo, dándole la medicación con mimo. Lo que Lucas no
sabía, ni iba a saber nunca, es que había sido su mujer, química
de profesión, la que había provocado los ataques. Solo había
tenido que darle la dosis justa de una sustancia para provocarlos sin
dejar huella. A ella no la abandonaba nadie. Y menos el idiota de su
marido.
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