Cuando
despertó se encontró dentro de una bolsa,
pensó
que era una tienda de campaña muy rara, un poco estrecha y oscura,
pero sentía menos calor, estaba fresquito y con tanto cansancio
acumulado decidió dormir, la postura boca arriba nunca le había
gustado, con algo de esfuerzo se puso de lado, apoyó la cabeza sobre
sus manos y retomó el sueño.
Mientras
tanto, el furgón de la funeraria continuaba su recorrido hacia el
juzgado, en la rampa que daba al instituto forense el conductor se
apeó, abrió la puerta trasera del vehículo para bajar la camilla
con el cuerpo, fue entonces cuando se dio cuenta que la postura en
que lo había dejado no era en la que estaba. Pegó la oreja al
bulto, sintiendo una fuerte respiración. El primer segundo lo
dedicó a recordar la dichosa canción “no
estaba muerto, estaba de parranda…”
y cogiendo su móvil, llamó a una ambulancia.
Los
sanitarios, con mucho tiento, rasgaron la bolsa de plástico que
envolvía a un supuesto cadáver que respiraba, el olor era muy
fuerte, pero no a putrefacción, sino a sudor rancio y a suciedad.
Al tomarle la temperatura en el oído, despertó. Despistado y
desorientado, con amables palabras le tranquilizaron y tras tomarle
las constantes vitales, le hicieron caminar hasta la camilla de la
ambulancia, trasladándole sin dilación al hospital más cercano.
Pese
a estar vivo, su estado de salud era delicado. Dio negativo en el
test de drogas y tampoco era alcohólico, su extrema delgadez y la
suciedad con que se arropaba mostraban a las claras llevar una vida
de vagabundo y con los calores que apretaban aquel julio, no era de
extrañar hubiera perdido la consciencia y lo tomaran por muerto,
hasta el más sano caería al suelo bajo este sol ardiente.
El
médico de urgencias, con buen tino, decidió ingresarlo. Por cómo
había ingerido la merienda proporcionada se percató que hacía
mucho tiempo no comía nada sólido, y su cuerpo empezaba a
resentirse de tanto ayuno. Respondía con tranquila amabilidad a las
preguntas realizadas, y si en alguna dudaba, en cuanto reflexionaba
unos instantes, la contestaba, se le notaba buen nivel de educación.
El
azar, el destino o como quiera que lo llamemos, hizo que en planta se
topase con otra alma caritativa, con vocación de cuidar de las
personas a través de su trabajo. Aquel hombre vagabundo le conmovió
y decidió ayudarle como buenamente pudiera. El pensar que se había
librado de terminar en un cajón del instituto forense, era señal de
que su mala racha estaba acabando.
Poco
a poco se fue recuperando gracias a los cuidados y atenciones del
personal del hospital. Le afeitaron, le cortaron el pelo y las uñas,
le lavaron, le proporcionaron ropa limpia, e incluso conociendo la
frugalidad de la comida hospitalaria, le llevaban a escondidas
pasteles y bocadillos de chorizo que con tanta ansia devoraba. Tras
las pesquisas de la policía y al no ver indicios de mala fe o
conducta delictiva en el asunto, el juez archivó las diligencias,
porque simplemente se trataba del desvanecimiento fortuito de un
vagabundo en el interior de un cajero bancario.
El
día anterior a darle el alta su doctor dudaba, no deseaba verle
errante por las calles sin rumbo fijo, pidiendo o robando para
subsistir, debía hacer algo en su favor pues parecía un poco
pusilánime debido a su infortunada vida. Llamó a su hijo
periodista quien se prestó a dar publicidad a su desdichada
historia, porque realmente clamaba al cielo cuantas malas personas
habían hecho sufrir a aquel buenazo, débil de espíritu, pero buena
persona al fin y al cabo. Justo el día que salía del hospital se
publicó el artículo, y en aquel momento una multitud comenzó a
interesarse por él, por ayudarle, algunos por darse publicidad y
otros por razones humanitarias.
Manuel,
fue ejecutivo en una multinacional, casado y con un hijo, llevaba una
vida de lo más normal, hasta que su mujer le pidió el divorcio por
estar enamorada de otro. Justo en el mismo periodo en que un ERE en
su empresa le echó a la calle con una importante indemnización,
arrebatada ésta por su ex mujer al estar en trámites de separación.
Él se busca un piso pequeño en un barrio tranquilo, pagado con un
préstamo hipotecario gracias a las mensualidades del subsidio de
parado. Trató de conseguir un nuevo empleo, acudió a amigos, pero
nadie le prestó la menor atención. Intentó seguir en contacto con
su hijo, pero su ex se lo negaba con la excusa de que ahora tenía
una nueva familia y no debía perturbar al muchacho. La tristeza se
apoderó de Manuel y su apetito fue desapareciendo, cada vez comía
menos y la vida apenas le ofrecía momentos de interés, por lo que
se encerró en casa. Dejó de asearse, no se cambiaba de ropa, su
pelo y su barba cada vez estaban más descuidados. Un día que
animosamente salió a la calle en busca de algo para alimentarse, le
asaltaron dos individuos robándole su DNI y su cartilla del banco,
así como las llaves de casa. Sin saber qué hacer, se sienta en un
banco, y ese fue el momento en que se hizo invisible para los demás.
Su casa fue ocupada por una familia desconocida, su cuenta bancaria
vaciada a cada mensualidad que ingresaban, y tampoco podía demostrar
quién era porque carecía de un documento que lo avalara.
Denunciado por el banco al no pagar su hipoteca, por los vecinos al
no pagar la comunidad, por el estado al no abonar los tributos, era
delincuente económico sin saberlo.
Una
vez propagada su historia, los vecinos del edificio y del barrio se
volcaron en ayudarle, obligaron a desalojar a los ocupas de su
vivienda y se la restituyeron, le dieron un pequeño trabajo en una
frutería cercana. La policía le expidió un nuevo DNI y el banco
tras la denuncia correspondiente no tuvo más remedio que abonarle
las cantidades robadas. Manuel comenzaba a superar su mala racha,
las personas le reconocían por la calle y le invitaban a tomar algo,
o a charlar un rato. Su dicha comenzó a ser completa cuando un
abogado se ofreció gratuitamente a presentar demanda por la custodia
de su hijo y a negociar las deudas que en sus horas bajas le habían
creado.
Un
nuevo futuro se abría camino para este hombre, que casi termina
haciendo compañía a los muertos, sin aún estarlo.
NOTA:
Esta historia está basada en una real, cuyo final no fue tan feliz,
porque tras años sin pagar comunidad ni hipoteca, el banco le
desahucia y al entrar la policía judicial a tomar posesión de la
vivienda, le encuentran en una de las habitaciones, momificado.
Había fallecido hacía cuatro años, para los vecinos era un jeta
que no pagaba, para el banco un moroso que no hacía caso a ninguna
de las notificaciones de impago, para su familia y amigos un
apestado, pero él era tan sólo un hombre solitario y perdido en su
tristeza.
Tras
descubrirse su fallecimiento y ser enterrado, una familia de rumanos
ocupó ilegalmente su vivienda.
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