Siempre
fui mala, lo admito. Aunque no tengo maldad gratuita, eso no, pero
quién me las hace, las paga. Por eso cuando mi amiga Carmen me robó
a Carlos, mi novio de dos años atrás, comencé a planear una
venganza que tenía que ser ejemplar, para que no se le ocurriera
volver a hacer tal cosa. No era el primero que robaba, tenía
fijación con los chicos de sus amigas y al cabo de poco tiempo los
mandaba a freír churros, no sé cómo ellos no eran capaces de
verlo. Después de mucho pensar contacté por internet con una
hechicera africana y le expliqué el caso. Lo vio muy sencillo. El
remedio era un collar
de semillas de no sé qué, me importaba un pito de qué eran las
semillas si eran efectivas. Me gasté una pasta y se lo regalé a
Carmen el día que le pedí perdón por haberme puesto con ella como
una energúmena cuando me dijo que salía con Carlos. Todo mentira,
pero ella se lo creyó. A los dos días de ponerse el collar la piel
se le comenzó a poner rosa salmón,
los ojos se le empequeñecieron, la nariz le creció, se quedó sin
tetas y empezó a tartamudear. Ella no lo veía, ella pensaba que
estaba tan fashion como siempre. Los padres la llevaron al médico,
que no dio con el remedio. Tuvieron que internarla en un psiquiátrico
porque ella se empeñaba en que estaba bien. Carlos la dejó y volvió
conmigo. El día que lo hice le advertí:
-Pórtate
bien o acabarás como ella.
No
me contestó, aunque vi el miedo reflejado en sus ojos En el fondo él
también sabe que soy mala.
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