Le
regaló aquel bolígrafo en su último cumpleaños, un bolígrafo
dorado, cuidadosamente guardado en una funda
de
terciopelo negra. Poco tiempo después le dijo que todo había
terminado y se marchó. Nunca supo el motivo. No le dio explicación.
Simplemente se fue dejando su corazón
destrozado y marchito. Ella decidió que no le quedaba otra opción
que seguir adelante y llorar a escondidas, llorar mientras sostenía
entre sus manos y miraba como una estúpida su último regalo. Un día
se dio cuenta de que sus lágrimas tenían el color y la textura de
la tinta, o tal vez fue producto de su imaginación enferma. Ese día
se percató también de que no merecía la pena. Tiró el bolígrafo
a la basura y comenzó a vivir de nuevo.
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