Lo que oculta la marea - Esperanda Tirado


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Todos creen saber qué es lo que oculta la marea. Pero nadie ha conseguido descifrarlo aún. Por eso, durante el verano el pueblo se llena de turistas deseosos de hallar ese tesoro oculto. Que en días de mar en calma se intuye desde el paseo marítimo.
Ese remolino de olas y espuma les hipnotiza de tal manera que se han olvidado que la historia de la que tanto se habla llegó desde el otro lado del mar.

María era una indiana mestiza, hija natural reconocida de un rico hacendado de origen asturiano que hizo fortuna en Cuba. Guapa, elegante, culta. Lo tenía todo para atraer a los hombres. Su padre, sabiendo que los dones de María podían ser peligrosos para sus intereses sociales y económicos, la llevó a su terreno. A pesar del evidente disgusto de su esposa, la cobijó en su casa y le dio toda la formación que estuvo en su mano para que supiera manejarse en sus negocios. Y así, con su mano izquierda y su belleza podrían expandir su tráfico ultramarino.
Pero Don Antonio cometió un error de principiante. Estaba seguro de que María nunca le abandonaría. Ni a él ni a sus negocios. Pero se equivocó de pleno. María se sentía atrapada en aquella isla. Ni los negocios ni los hombres que allí habitaban le satisfacían. Ganaba dinero al lado de Don Antonio, pero no había emoción alguna en esos negocios. Enviar azúcar y especias exóticas a España, o traer madera y fruta a Cuba era algo rutinario.
A ella le interesaban la emoción y el peligro de lo desconocido. Tal vez había leído muchas novelas de filibusteros durante sus años adolescentes. Pero tenía la cabeza bien puesta sobre los hombros y dio un paso más. Quizá traspasó la raya de la legalidad, pero ahí estaba la aventura. O eso pensaba ella.
Entre sus contactos en el puerto de La Habana había varios africanos; marroquíes, que buscaban establecerse por cuenta propia huyendo de la inestabilidad política.
Bebiendo en las tabernas del puerto conoció el hachís. Sustancia que los africanos intentaban introducir en el Nuevo Mundo. Al probarlo, le sedujo esa sensación de suave relajación cuando la fumaba. Y, tras varios intentos fallidos por temporales que hundieron las cargas, consiguió introducirlo en Cuba.
Meses después, sus ingresos se habían multiplicado tanto como sus enemigos. Por lo que hubo de hacer las maletas y despedirse a la francesa. Don Antonio y su esposa permanecieron en La Habana hasta la muerte de ella. Él regresaría a España para enterrarla. Y la acompañaría años después, para descansar al fin ambos frente al mar Cantábrico, frío y azul, en una tumba en forma de blanca Muerte alada que saludaba al horizonte.
María dirigió sus pasos a Estados Unidos, donde sus negocios se triplicaron. Igual que aumentaron los peligros de mercadear con aquella sustancia tan gratificante en un principio. Se dieron casos de locura en la época en que el hachís apareció en la isla caribeña. Primero en La Habana, después por otras localidades de la costa y después en los Cayos de Florida, donde ella se asentó. Nunca se documentó con exactitud que esos efectos perjudiciales se debieran a esa sustancia, pero a María el miedo y la incertidumbre le agujerearon el cuerpo. Y pensó en dejar el negocio que tantos lujos le había procurado.
Sus miedos crecieron en aquella época de decisiones difíciles. Si ella lo dejaba, exponía a sus socios ante eventuales peligros.
Tan obsesionada estuvo María que pasó varios meses encerrada en su hogar americano, una mansión con todos los lujos, por miedo a enemigos invisibles. Desde el torreón de su hogar situado en un alto con vistas al mar, vigilaba día y noche la costa y el pueblo entero. Tomaba notas de las idas y venidas de todos, de los barcos que atracaban y los que iban de paso. Hasta que un día, la casa quedó totalmente vacía.
Nadie sabe cuándo abandonó María los Estados Unidos ni en qué barco llegó a España. Ni si de verdad había dejado completamente el negocio con aquellos africanos.
Se cuenta que regresó y se reencontró con Don Antonio en su palacete. Y que allí retomaron relaciones y negocios. Y que celebraban grandes fiestas donde alternaban con la burguesía de la comarca.
Y allí fue, en casa de Don Antonio, donde continuó su aventura comercial por cuenta propia. A espaldas de Don Antonio se mezcló con algunos comerciantes sin escrúpulos. Los productos coloniales eran, de nuevo, poco emocionantes para ella. Y se embarcó en el comercio de mercancías no muy legales.
A pesar de que el comercio de esclavos estaba prohibido y empezaba a estar mal visto, se agarró a los últimos coletazos de este negocio. Lo que le reportó grandes sumas de dinero y de enemigos al mismo tiempo. De nuevo, la emoción de lo prohibido despertaba en ella.
Aprovechando la generosidad de Don Antonio y otros comerciantes, se hizo construir una casona en la zona. De similar estructura y situación que aquella que había abandonado en Florida. Allí daba fiestas, entretenía a sus invitados y se celebraban veladas musicales. Y reuniones secretas en las que se concertaban negocios de dudosa o nula legalidad.
Y el dinero creció como la espuma y la comarca consiguió un gran auge económico jamás visto hasta entonces.
Por aquella época Don Antonio acompañó a su esposa a descansar frente al mar.
Y el miedo visitó a María de nuevo al otro lado del mundo. Se sintió insegura sin la protección de su mentor. Y volvió a asegurar y reforzar su mansión con extrañas medidas de seguridad que renovaron su inquietud. Compró perros que protegían la casa, a sus criados y a su persona.
Salía de casa siempre acompañada de una criada. Jamás volvió a dar fiestas multitudinarias nocturnas. Y vigilaba desde su atalaya el mar, el pueblo y a sus habitantes. Desconfiaba de todo y de todos.
Una noche de tormenta un barco quiso atracar en el puerto. Los marineros desde la ermita tocaron la campana avisando del peligro de hundimiento. Botaron sus chalupas para auxiliar a los que estaban en peligro. Pero fue imposible llegar. Y el barco se hundió con toda su carga y tripulación. Nadie sabe qué traían en las bodegas. Algunos dicen que eran esclavos con los que María aún comerciaba. Quizá fuera hachís. O simplemente caña de azúcar. La marea se lo llevó todo.
Y nadie llegó a saber la realidad de aquel barco por boca de María.
Porque una mañana, una de sus criadas que venía de hacer compras en el pueblo, entró en la casa y la encontró tendida en la salita con varios disparos de bala en la frente y el pecho.
No faltaba nada de valor en la casa. Todo estaba en su sitio. Incluso las pequeñas trampas que María había hecho colocar en todas las habitaciones estaban intactas. Pareciera como si un fantasma hubiera entrado y salido sin ser visto. Nada más que por María. Quien encontró el final de todos sus temores.
Nadie sabe, años después, quién fue el fantasma que acabó con la vida de María. Tal vez ese remolino que oculta la marea algún día cuente la verdad.




Relato inspirado en la leyenda que se oculta tras el asesinato sin resolver de una mujer, ocurrido en Comillas (Santander) en el año 2006.





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