Simbiosis - Marián Muñoz



Bullía de actividad el centro comercial, los dependientes atendían amablemente a sus clientes, las cajeras demostraban eficiencia y delicadeza al pasar los productos por el escáner, el personal de limpieza ejercía activamente su cometido y el gerente feliz en su oficina, porque el dinero fluía en comercios y establecimientos de restauración. El objetivo por el que se había creado dicho centro comercial se estaba cumpliendo, todo marchaba a la perfección y tanto empleados como personas que acudían a efectuar sus compras, lo hacían con placer.
El centro neurálgico de la edificación tiene techo de cristal, permitiendo entrar luz natural que inunda las calles comerciales adyacentes, la sensación es de estar paseando por las aceras de una ciudad. En ese mismo centro hay un conjunto de plantas que dan no sólo colorido, sino calidez y sensación de estar en un jardín, ayudando a crear una atmósfera relajante que incita aún más al consumo.
Cada empleado tiene un cometido que realiza con eficacia, cada cliente tiene oportunidades infinitas de lograr satisfacción en sus compras, y todo ello en un entorno limpio, gracias a un equipo competente. Nadie pensó en contratar el mantenimiento de las plantas ornamentales. Ellas no forman parte de ninguna economía, recrean la vista, pero poco más. Debido a dicho descuido comenzaron a presentar hojas secas y a deslucir su tonalidad verde. Menos mal que alguien se percató del triste cambio, y por iniciativa propia en horas nocturnas las regaba, no llegando a perder volumen ni prestancia.
Un vagabundo que en invierno se cobijó en el interior del centro comercial para no pasar frío ni humedad. Solía alimentarse cogiendo al descuido sobras de encima de las mesas y en la noche se refugiaba en un cuarto de limpieza hasta terminar la ronda de los vigilantes de seguridad. Estaba al tanto de puntos de alarma y de cámaras de seguridad, consiguiendo pasar completamente desapercibido para el personal. Todo funcionaba a la perfección, hasta que un día las plantas comenzaron a secarse. Primero un tiesto, luego otro, y aquel color verde intenso, lleno de flores según en qué estación, acabo por mostrar un feo marrón podrido o incluso negro leñoso. El ambiente a su alrededor también comenzó a variar. La clientela disminuía, los altercados entre delincuentes y dependientes crecieron, el dinero no fluía tan fácilmente y quien acudía compraba lo imprescindiblemente necesario. Poco negocio se hacía ya en aquel lugar. Comenzaron a despedir a empleados, algunos locales cerraron con pérdidas y los que aguantaban lo hacían con la esperanza de que la economía resurgiera nuevamente, y poder tener un mínimo ingreso para subsistir. Tenía visos de que el centro comercial iba a terminar muy mal.
El gerente no dejaba de dar vueltas en su cabeza cual pudiera ser el motivo de tan funesto cambio. Al caminar por los pasillos y llegar al punto central, vio la triste estampa que mostraban las plantas secas. Llegando a la conclusión que eran las culpables del deterioro comercial, encargando al equipo de limpieza trasladar los tiestos y jardineras a la sala de máquinas, porque ya no lucían, al contrario, daban un aire triste y decadente a todo el entorno.
A pesar de la retirada y adecentamiento del lugar, la refulgente actividad anterior no parecía asomar. Mientras tanto, las plantas llevadas al triste cubículo de las maquinas, iniciaron un leve pero continuo repunte de actividad. Respiraban una atmosfera húmeda, propiciada por el calor y las corrientes de ventilación. Sus ramas rebrotaron, crecieron y se fueron llenando de hojas pequeñas debido a la escasa claridad. De todos y cada uno de los tiestos y jardineras crecían ramas en dirección a un rincón del habitáculo, donde yacía enfermo el vagabundo. Preso de unas fiebres, estaba tendido e inconsciente en el suelo. Las plantas intentaban protegerlo y arroparlo como si una manta se tratase, le taparon. El hombre permanecía débil al llevar mucho tiempo sin probar bocado. En cuanto notó el contacto de las hojas, una a una las fue llevando a la boca y masticando las comía. Primero lentamente y tras ingerir las primeras, su cuerpo fue reaccionando, surgiendo algo de fuerza. Unos días más tarde el vagabundo logró por fin levantarse, y siendo consciente del esfuerzo y la ayuda que las plantas le habían proporcionado, quiso devolverles el favor, regándolas con su orín, que es buen abono y proporciona humedad. Una vez recuperado, tomó una botella de una papelera y llenándola en un grifo, continuó con la recuperación de sus verdes amigas.
En cuanto alguna estaba frondosa, la colocaba en su sitio original, el centro neurálgico bajo la luz natural. Poco a poco aquel lugar recuperó su color y frescor habitual, ya que las plantas en su función clorofila, destruían los iones negativos que los aires acondicionados expelían. No sólo alegraban la vista sino que recargaron el ambiente con mayor aporte de oxígeno, proporcionando alegría y bienestar a quien pasara por allí. La actividad económica tuvo un ligero repunte que luego consolidó, volviendo a ser el mismo centro comercial bullicioso y productivo de antaño. El gerente sorprendido y satisfecho, no fue consciente del motivo de tanto provecho, pero al menos reclamó al personal despedido para poder atender con esmero las demandas de pedidos.
A un vigilante de seguridad se le cayeron las llaves del coche en el vestuario, tras pasar la ronda nocturna y comprobar que todo estaba en regla, salió en dirección a su coche, al no encontrar las llaves, retrocedió, inquieto, por donde había pasado, por ver en qué lugar las había dejado. Al acercarse al punto verde del centro comercial, vio a un hombre mal vestido y con andares cansados, cómo regaba con mimo los tiestos y jardineras. Se acercó y le dio el alto, para preguntarle por lo que estaba haciendo, y el vagabundo le contó su historia y cómo las plantas le habían ayudado estando enfermo. El de seguridad optó por no denunciarle si le ayudaba a encontrar sus llaves, las cuales aparecieron al pie de su taquilla. Dejó abierta la puerta de un trastero, donde había una camilla vieja y deslucida, para que pudiera esa noche descansar y echar un sueño. Al día siguiente le llevó ropa limpia y una fiambrera con comida, la cual diariamente dejaba cerca de las plantas, para que el vagabundo la cogiera. Era su secreto y no hacía daño a nadie aunque supuestamente no cumplía con su trabajo.
La relación entre plantas, vagabundo y vigilante duró unos cuantos años más, hasta que en su turno de vigilancia apareció un cadáver en el trastero. Un hombre desconocido había fallecido por muerte natural. Al vigilante le despidieron por no cumplir bien con su cometido. Y por desgracia volvieron a olvidarse de las plantas, que tristemente perdieron su lozanía y se secaron, volviendo a enrarecerse el ambiente. El centro comercial inició un declive imparable, tanto que lo desalojaron, siendo pasto su exterior de la zarza y de la hiedra, ya que su interior es irrespirable.



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