Bullía
de actividad el centro comercial, los dependientes atendían
amablemente a sus clientes, las cajeras demostraban eficiencia y
delicadeza al pasar los productos por el escáner, el personal de
limpieza ejercía activamente su cometido y el gerente feliz en su
oficina, porque el dinero fluía en comercios y establecimientos de
restauración. El objetivo por el que se había creado dicho centro
comercial se estaba cumpliendo, todo marchaba a la perfección y
tanto empleados como personas que acudían a efectuar sus compras, lo
hacían con placer.
El
centro neurálgico de la edificación tiene techo de cristal,
permitiendo entrar luz natural que inunda las calles comerciales
adyacentes, la sensación es de estar paseando por las aceras de una
ciudad. En ese mismo centro hay un conjunto de plantas que dan no
sólo colorido, sino calidez y sensación de estar en un jardín,
ayudando a crear una atmósfera relajante que incita aún más al
consumo.
Cada
empleado tiene un cometido que realiza con eficacia, cada cliente
tiene oportunidades infinitas de lograr satisfacción en sus compras,
y todo ello en un entorno limpio, gracias a un equipo competente.
Nadie pensó en contratar el mantenimiento de las plantas
ornamentales. Ellas no forman parte de ninguna economía, recrean la
vista, pero poco más. Debido a dicho descuido comenzaron a
presentar hojas secas y a deslucir su tonalidad verde. Menos mal que
alguien se percató del triste cambio, y por iniciativa propia en
horas nocturnas las regaba, no llegando a perder volumen ni
prestancia.
Un
vagabundo que en invierno se cobijó en el interior del centro
comercial para no pasar frío ni humedad. Solía alimentarse
cogiendo al descuido sobras de encima de las mesas y en la noche se
refugiaba en un cuarto de limpieza hasta terminar la ronda de los
vigilantes de seguridad. Estaba al tanto de puntos de alarma y de
cámaras de seguridad, consiguiendo pasar completamente desapercibido
para el personal. Todo funcionaba a la perfección, hasta que un día
las plantas comenzaron a secarse. Primero un tiesto, luego otro, y
aquel color verde intenso, lleno de flores según en qué estación,
acabo por mostrar un feo marrón podrido o incluso negro leñoso. El
ambiente a su alrededor también comenzó a variar. La clientela
disminuía, los altercados entre delincuentes y dependientes
crecieron, el dinero no fluía tan fácilmente y quien acudía
compraba lo imprescindiblemente necesario. Poco negocio se hacía ya
en aquel lugar. Comenzaron a despedir a empleados, algunos locales
cerraron con pérdidas y los que aguantaban lo hacían con la
esperanza de que la economía resurgiera nuevamente, y poder tener un
mínimo ingreso para subsistir. Tenía visos de que el centro
comercial iba a terminar muy mal.
El
gerente no dejaba de dar vueltas en su cabeza cual pudiera ser el
motivo de tan funesto cambio. Al caminar por los pasillos y llegar
al punto central, vio la triste estampa que mostraban las plantas
secas. Llegando a la conclusión que eran las culpables del
deterioro comercial, encargando al equipo de limpieza trasladar los
tiestos y jardineras a la sala de máquinas, porque ya no lucían, al
contrario, daban un aire triste y decadente a todo el entorno.
A
pesar de la retirada y adecentamiento del lugar, la refulgente
actividad anterior no parecía asomar. Mientras tanto, las plantas
llevadas al triste cubículo de las maquinas, iniciaron un leve pero
continuo repunte de actividad. Respiraban una atmosfera húmeda,
propiciada por el calor y las corrientes de ventilación. Sus ramas
rebrotaron, crecieron y se fueron llenando de hojas pequeñas debido
a la escasa claridad. De todos y cada uno de los tiestos y
jardineras crecían ramas en dirección a un rincón del habitáculo,
donde yacía enfermo el vagabundo. Preso de unas fiebres, estaba
tendido e inconsciente en el suelo. Las plantas intentaban
protegerlo y arroparlo como si una manta se tratase, le taparon. El
hombre permanecía débil al llevar mucho tiempo sin probar bocado.
En cuanto notó el contacto de las hojas, una a una las fue llevando
a la boca y masticando las comía. Primero lentamente y tras ingerir
las primeras, su cuerpo fue reaccionando, surgiendo algo de fuerza.
Unos días más tarde el vagabundo logró por fin levantarse, y
siendo consciente del esfuerzo y la ayuda que las plantas le habían
proporcionado, quiso devolverles el favor, regándolas con su orín,
que es buen abono y proporciona humedad. Una vez recuperado, tomó
una botella de una papelera y llenándola en un grifo, continuó con
la recuperación de sus verdes amigas.
En
cuanto alguna estaba frondosa, la colocaba en su sitio original, el
centro neurálgico bajo la luz natural. Poco a poco aquel lugar
recuperó su color y frescor habitual, ya que las plantas en su
función clorofila, destruían los iones negativos que los aires
acondicionados expelían. No sólo alegraban la vista sino que
recargaron el ambiente con mayor aporte de oxígeno, proporcionando
alegría y bienestar a quien pasara por allí. La actividad
económica tuvo un ligero repunte que luego consolidó, volviendo a
ser el mismo centro comercial bullicioso y productivo de antaño. El
gerente sorprendido y satisfecho, no fue consciente del motivo de
tanto provecho, pero al menos reclamó al personal despedido para
poder atender con esmero las demandas de pedidos.
A
un vigilante de seguridad se le cayeron las llaves del coche en el
vestuario, tras pasar la ronda nocturna y comprobar que todo estaba
en regla, salió en dirección a su coche, al no encontrar las
llaves, retrocedió, inquieto, por donde había pasado, por ver en
qué lugar las había dejado. Al acercarse al punto verde del centro
comercial, vio a un hombre mal vestido y con andares cansados, cómo
regaba con mimo los tiestos y jardineras. Se acercó y le dio el
alto, para preguntarle por lo que estaba haciendo, y el vagabundo le
contó su historia y cómo las plantas le habían ayudado estando
enfermo. El de seguridad optó por no denunciarle si le ayudaba a
encontrar sus llaves, las cuales aparecieron al pie de su taquilla.
Dejó abierta la puerta de un trastero, donde había una camilla
vieja y deslucida, para que pudiera esa noche descansar y echar un
sueño. Al día siguiente le llevó ropa limpia y una fiambrera con
comida, la cual diariamente dejaba cerca de las plantas, para que el
vagabundo la cogiera. Era su secreto y no hacía daño a nadie
aunque supuestamente no cumplía con su trabajo.
La
relación entre plantas, vagabundo y vigilante duró unos cuantos
años más, hasta que en su turno de vigilancia apareció un cadáver
en el trastero. Un hombre desconocido había fallecido por muerte
natural. Al vigilante le despidieron por no cumplir bien con su
cometido. Y por desgracia volvieron a olvidarse de las plantas, que
tristemente perdieron su lozanía y se secaron, volviendo a
enrarecerse el ambiente. El centro comercial inició un declive
imparable, tanto que lo desalojaron, siendo pasto su exterior de la
zarza y de la hiedra, ya que su interior es irrespirable.
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