Llegué a casa de la abuela agotada, con unas enormes ganas de
tomarme un vaso de leche.
– Estás de suerte –me dijo– Ahora mismo voy a ordeñar y un
vasito de leche recién ordeñada será lo mejor para reponerte, con
el frío que hace...
Salí detrás de ella hacia el cobertizo donde la Rubia mascaba
hierba sin parar. La abuela cogió un caldero, lo acercó al cuerno
de la vaca, abrió una pequeña espita colocada en dicho cuerno y de
la punta del mismo comenzó a manar leche. Yo no daba crédito. Miré
con disimulo los bajos de la vaca y vi sus tetas diminutas y
arrugadas, inservibles.
Un enorme estruendo me despertó y sentí alivio. Baje corriendo las
escaleras. La abuela salía a ordeñar a la Rubia y la seguí. Cogió
un cubo y lo acercó al cuerno de la vaca ¿Podré despertar de una
vez?
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