Mi tío recibe visitas de
señores importantes en su despacho. Todos fuman tanto que, a veces,
Amparo, la cocinera, tiene que salir con un cuchillo para cortar la
densa cortina de humo que envuelve la casa. En esas ocasiones me
cuesta encontrar el camino del despacho a mi dormitorio.
Cuando sale el sol, que
calienta e ilumina la cristalera grande, todo se vuelve verde y azul.
Y entonces mis muñecas ya no me dan tanto miedo. Amparo dice que son
de París. Pero la voz artificial de mi tío me hace imaginar
destinos más terribles. Tanta mirada vidriosa me horroriza.
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