Eran
las tres de la tarde cuando esperaban al juez para el levantamiento
de cadáver, los guardias, mientras
tanto, echaban unos cigarrillos bajo un sol de justicia. Entre
las rocas, el cuerpo ensangrentado de un hombre, descansaba inerte
sin alterar el sosiego del paraje.Varios buitres planeaban en lo
alto, lejos, sin perder de vista la escena del crimen, esperaban que
los humanos abandonasen el terreno. Los guardias echaban un
cigarrillo entre rocas calientes observados únicamente por los
buitres hambrientos...
Eran
las tres de la tarde de un martes de verano...
Paco
era el único habitante de Pasantes de la Hoz, pueblo que en los años
cincuenta llegó a tener hasta medio centenar de vecinos que fue
perdiendo, casi sin enterarse, por ver los jóvenes mejores
horizontes en la ciudad. Vivía con Josefina, su madre, en la única
casa habitada del pueblo. Las otras habían sido abandonadas, y,
cuando el deterioro no podía más, caían en la ruina más absoluta.
Paco
tenía cincuenta y ocho años cuando Josefina murió, hace ya veinte
largos años, y se quedó solo en el pueblo. No quería abandonar a
sus ovejas.
Paco
era pastor desde siempre, y al quedar solo, tuvo que asumir las
múltiples tareas en las que se ocupaba su madre : lavar, cocinar,
comprar, limpiar, cuidar el huerto y adecentar el pueblo... porque
Paco quería a su pueblo y no le gustaba verlo entre maleza y malas
hierbas. Cada día se levantaba a las cinco de la mañana para
ocuparse del ganado, la casa, la plaza, los caminos que caleyaba y el
entorno de la ermita, donde le gustaba sentarse cada atardecer, a
rumiar sus cosas mientras el sol se esconde y antes de recogerse a
descansar.
Paco
era el claro ejemplo de la adaptación al medio en el que se crece,
porque... ¿se dedicaba al pastoreo porque no le gustaba hablar
o...no le gustaba hablar porque se dedicaba al pastoreo? Nunca lo
sabremos. Si sabemos que no hablaba y no porque no pudiese...
No
hablaba pero se entendía a las mil maravillas. Su perro sabía
interpretar sus gruñidos, silbidos, gestos...así como los
movimientos del cayado que siempre llevaba, mucho mejor que el
público del orador más erudito...y todo sin articular palabra.
Josefina,
su madre, era más bien taciturna y parca en palabras, con lo que se
entendían a base de gestos y monosílabos.Tampoco tenía mucho de
qué hablar con Paco, las tareas las tenían muy bien diferenciadas
y, en silencio, aprendieron a no necesitarse. Cuando su madre murió
Paco echó de menos lo que hacía más que a ella...pero enseguida
aprendió. Así fueron pasando los últimos veinte años de Paco,
entre ovejas, rocas, alimañas y naturaleza, viviendo como quería,
podría decirse que era feliz.
Paco
hablaba a su manera con el río, las nubes, el viento, el sol, las
estrellas, la oscuridad y el silencio. Se entendían. Sabía cuando
le anunciaban lluvia, frío, calor, sequía, nieve o hambre y se
preparaba. Había conseguido una simbiosis perfecta con su entorno,
adquiriendo una sabiduría muy peculiar propia de las personas
silentes.
Un
buen día apareció un hombre joven, preguntaba por la finca de Ramón
"El Choricín". Resultó ser el nieto de su vecino, con el que
compartía la linde del huerto. Quería instalarse allí y dedicarse
a trabajar la tierra. No tenía trabajo en la ciudad y quería
probar. No tenía nada que perder... Enseguida se mudó a la casa y
empezó a preparar el terreno, no tenía ni idea y acudía a Paco
cada poco a asesorarse. Le hacía mil preguntas sobre la tierra, las
semillas, el agua, el tiempo...Paco empezó a dormir mal. Las
digestiones cada día eran más pesadas: tenía algo en el estómago,
como una bola... Se volvió irascible, nervioso, malhumorado,
grosero...En pocas semanas fue evidente el deterioro, las ojeras lo
decían todo.
Después
de varios días sin poder tragar nada vio la solución a su problema
colgada tras la puerta del dormitorio:una escopeta Beretta, más
vieja que él pero preparada para matar cuando él lo decidiese, y en
ese mismo momento lo decidió : mataría a su vecino. Lo llevaría
fuera del pueblo, no quería ensuciarlo de sangre, y le dispararía,
así de sencillo.
Los
buitres alertaron a los guardas forestales que enseguida rastrearon
el lugar en busca del cadáver que acabaron encontrando entre las
rocas.
Tras
la guardia civil llegaría el juez para proceder al levantamiento,
mientras que éstos interrogaban a Paco. No les engañó, le parecía
que había hecho lo que tenía que hacer y así lo dijo.
Uno
de los guardias que conocía a Paco no salía de su asombro e
insistía en saber el motivo. Solo pudo sacarle un lacónico "no
callaba"
Eran
más de las tres de la tarde de un martes de verano cuando Pasantes
de la Hoz quedó definitivamente vacío pero, en silencio... ya
nunca.
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