Una obra de arte - Pilar Murillo


                                               Resultado de imagen de casa rural asturiana


Había decidido mudarse a una casa rural; donde tan solo escucharía el piar de los pájaros al amanecer o el crujir de la madera de la casa, sin los molestos ruidos de ciudad. Definitivamente, pura tranquilidad campestre. Pensaba ella, que quizás en mitad del campo, sin apenas ruidos le vendría la inspiración.
La casa que había alquilado era la típica casita asturiana con balcón de madera en la fachada de delante y una galería acristalada en la fachada de atrás desde donde se podía ver el pequeño huerto; y más allá, ya estaba el acantilado. La finquita estaba ubicada muy cerca del cabo de Peñas, en el norte de España, con el mar cantábrico como foro escénico y en frente un monte de eucaliptos y castaños.
La accesibilidad a la finca no era muy complicada tan solo había que desviarse antes de llegar al mismo Faro de Peñas y meterse por lo que los oriundos denominan “Calella” que no es más que un camino estrecho y sin asfaltar. Un camino que si tuviese vida propia y hablase, la de historias que podría narrar.
Muy cerca estaba una iglesia con una cruz un poco torcida y una campana que últimamente estaba harta de repicar a difuntos.
Ella se instaló en la habitación más soleada, acabó de colocar sus pertenencias en el armario sin sobrarle ni una percha y después decidió tomarse una ducha. El agua calentita callendo por su cuerpo siempre la ha relajado mucho a excepción de esa tarde de mudanza temporal que por distracción se le coló champu´en su ojo derecho lo cual le prodijo un soberano cabreo porque de seguro le dejaría más rojo que un tomate su globo ocular.
Despues de haberse acicalado se fue a la planta de abajo donde en una de las paredes había varios lienzos apoyados, miró uno de ellos donde había un retrato de un hombre junto a unos lirios. Su mente logró transportarla al momento que pintó a su ex, que también era artista, bueno con el cabreo que ella tenía tan sólo podía pensar que él era un pintor, uno más de tantos. Podía pensar en él como un artista cuando se calmasen las aguas, hoy en día no. El comportamiento de él fue como la de un niño.
Ella se había parado frente a un espejo y se percató que la rojez de su ojo no iba a menos, de seguro iba a necesitar un colirio. De repente escuchó en la parte de arriba unos ruidos extraños. La casa no podía estar encantada, no creía en fantasmas ni cosas paranormales. Pensar en la lógica era lo más acertado. Al día siguiente se compraría una ratonera, aunque lo que el ratón le daba igualmente asco, vivo o muerto.
Qué curioso, divagando con esos pensamientos se acordó también del título de una novela de Agatha Cristie y como con un toque mágico se sintió inspirada para crear una obra de arte.





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