Me cuidé de que no me vieran y me
aposté dentro de mi coche a la entrada del hospital con el fin de
vigilar sus movimientos. No me hizo falta esperar demasiado. No sé
cómo se las arreglaron, pero apenas unos minutos más tarde salieron
en el mismo coche en que habían llegado, por la parte de atrás del
hospital, donde estaba la entrada de urgencias, supuse que el
muchacho accidentado también les acompañaría, aunque no fui capaz
de verlo con claridad. Sin embargo me equivoqué, pues en cuanto vi
desaparecer el vehículo me atreví a entrar en el hospital y
preguntar por el estado del chico, a lo que una enfermera muy amable
y con semblante preocupado me comunicó que nada habían podido hacer
por su vida y que había fallecido en la ambulancia que lo llevó
hasta allí.
Sorprendida por el cariz que
habían tomado los acontecimientos, que nada tenían que ver con lo
que yo imaginaba, regresé a mi casa sin parar de darle vueltas al
asunto. Lo que acababa de ocurrir había sido una desgracia, pero una
desgracia de lo más normal, como tantas que ocurren en la vida, no
tenía nada de sobrenatural, aunque la presencia de Macario en todo
aquello era un tanto sospechosa, por lo que decidí continuar con mis
pesquisas.
Hablé con mi amiga Esther, le
conté lo ocurrido y le propuse vigilar al enterrador entre las dos,
no fuera a ser que se nos escapara algo, cosa que para mí era más
que evidente. Accedió y establecimos turnos de vigilancia. Al día
siguiente por la mañana se apostaría ella ante la casa del hombre y
por la tarde sería yo la que observara sus movimientos.
Durante la mañana no ocurrió
nada digno de consideración, más cuando empezaba a anochecer
Macario salió de su casa, se metió en su coche y se puso en marcha
con rumbo incierto. Agitado mi ánimo por la emoción, lo seguí de
nuevo a una distancia prudencial. Para mi sorpresa estacionó el
coche delante del edificio en el que vive mi amiga Esther, salió del
vehículo y entró en el inmueble. No pasaron ni diez minutos cuando
le vi salir de nuevo con una mujer de mediana edad, que enseguida
identifiqué como la vecina muerta y resucitada de mi amiga. Se
metieron en el coche y arrancaron de nuevo. Pronto me di cuenta de
que se dirigían al cementerio y una oleada de adrenalina sacudió mi
cuerpo al sospechar que estaba a punto de hacer un importante
descubrimiento.
Cuando llegamos la oscuridad era
absoluta, lo cual me vino más que bien para pasar desapercibida.
Escondida entre las sombras de la noche me aposté cerca de la tapia
del cementerio, lugar desde el que podía observar los movimientos de
aquellos dos sin ser vista. Tal y como yo presumía se acercaron a
una tumba ante la cual esperaba una pareja que reconocí como los
padres del chico muerto el día anterior. Aquel hombre y Macario
tomaron unas palas y comenzaron a sacar tierra todavía fresca de un
pequeño montículo bajo el cual se adivinaba una tumba. No me cupo
la menor duda de que estaban realizando la operación contraria a la
previsiblemente efectuada unas horas antes: estaban desenterrando a
un muerto, huelga decir su identidad.
Lo que vi después fue lo más
absurdo del mundo. Desenterrado el féretro y sacado de su interior
el cuerpo del chico, Macario tomó a su minino, que había estado
todo el tiempo por allí dando brincos como un salvaje, y lo acercó
al cuello de la vecina de mi amiga, cual si fuera un vampiro. A pesar
de estar el siniestro grupo en una zona más o menos bien iluminada
por la luz de una farola, no pude apreciar con claridad el fin
último de aquella operación, pero sí lo intuí. La mujer soltó un
grito de dolor, ante lo que no me cupo la menor duda de que aquel
gato salvaje la había mordido. A continuación el enterrador acercó
su gato al cuello del muerto y a los pocos segundos el muchacho se
levantó como si nada. A pesar de que todo aquello formaba parte de
mis conjeturas, no pude evitar sentir cierto malestar y más temor al
confirmar que mis presagios eran ciertos. De pronto sentí unas
desmesuradas ganas de huir de allí, pero algo, no sé qué,
paralizaba mis músculos y me impedía moverme con soltura. En un
momento dado Macario volvió su vista hacía donde yo estaba, como si
intuyera mi presencia. Creí apreciar una sonrisa maliciosa en sus
labios e incluso un destello de su ojo revuelto, y presa del terror
por fin conseguí salir de allí, meterme en mi coche y escapar como
una posesa.
Pasé los días siguientes
inquieta y muy nerviosa. Mi amiga Esther insistía en que debíamos
ir a la policía, pero finalmente logré convercerla de que no
valdría de nada. Nadie nos creería semejante historia y lo más
probable es que nos tomaran por locas. Tal vez, si con ocasión de
otra muerte, lográramos que la fuerza pública fuera testigo directo
de las fechorías del enterrador, lográramos acabar con aquella
locura. Mientras, lo mejor sería esperar acontecimientos.
Al principio todo estaba
tranquilo, más una tarde el gato del enterrador apareció por mi
consulta, sólo, corriendo de un lado a otro, subiéndose por las
estanterías y destrozando todo. Lo eché de allí como pude, y
cuando me asomé a la ventana pude ver como el sinvergüenza del
enterrador se alejaba con el gato en brazos. Estaba claro que
pretendía asustarme, pero yo era más lista, o al menos eso pensaba.
Unos días después el gato apareció de nuevo, pero esta vez estaba
preparada. Le puse una inyección letal y lo incineré. Se terminó
el gato. Cuando al pasar las horas Macario se dio cuenta de que su
animal no iba a regresar se atrevió a llamar a mi puerta.
-¿No habrá visto usted a mi
gato? - me preguntó intentando colarse en mi clínica, cosa que yo
impedí.
-Pues lo siento pero no, no he
visto a su gato. Se le habrá escapado por ahí.
Se marchó regalándome una
mirada torva proveniente de su único ojo sano, mientras yo le
obsequiaba con la mejor de mis sonrisas. A ver cómo se las arreglaba
ahora sin el gato.
No sé como no me di cuenta de
que una mente malvaba y perversa es poseedora de muchos más recursos
que un cerebro normal como el mío. Macario ya no tenía a su gato
para asustarme, pero conservaba su mayor tesoro, todas aquellas
personas muertas pero vivas que deambulaban por la ciudad con sus
movimientos lentos y torpes y su mirada vacía. Y comenzaron a venir
por mi consulta de manera sospechosa. Primero fue el muchacho muerto
en el andamio, después la vecina de Esther, luego la mujer del
panadero, el dueño del bar, el director del instituto.... gente
desconocida, gente que se acercaba a mí azuzada por el enterrador,
gente que no sabía qué decirme, que apenas me hablaba, que
simplemente se ponía a mi lado, en la calle, en la tienda, y que me
atosigaba con sus andares tardos, con sus ojos vacuos, con sus
sonrisas estúpidas....
Esta mañana he ido a la
policía. Ya no me importaba si me iban a creer o no, simplemente la
situación se estaba volviendo insostenible y necesitaba ayuda o me
volvería loca. Cuando entré me dirigí a la primera mesa que
encontré y le conté al hombre que estaba al otro lado toda la
historia casi sin respirar. Por toda respuesta me sonrió como un
bobo, alargó su mano lentamente hacía su bolígrafo y se puso a
garabatear dibujos sin sentido en un trozo de papel. Presa del pánico
comprendí que allí no tenía mucho qué hacer y huí sin saber a
quién acudir. Por la calle la gente me sonreía, se acercaban a mi
con pasos vacilantes mientras alargaban sus manos en un gesto
angustioso. Quise gritar, pero de mi boca no salió ni el más mínimo
sonido.
El corazón se me salía del
pecho cuando conseguí despertar. Sentí alivio al darme cuenta de
que todo había sido una horrible pesadilla. Cuando mi gato Cosme se
acercó a la cama a darme los buenos días, no pude evitar mirarlo
con otros ojos.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario