Aquella noche Mikel regresó a su
hogar más feliz que nunca. Por fin la plana mayor de la organización
había depositado su plena confianza en él y le habían encargado su
primera misión. Hacía poco más de un año que se había metido de
cabeza en aquello. Empezó con las revueltas callejeras, quemando
contenedores, cajeros....esas pequeñas historias, pero siempre tuvo
claro que quería entrar plenamente en la organización, luchar por
sus ideales, por su patria, por su raza. Ellos se fijaron en él
porque siempre hacía de cabecilla en las revueltas. Era rápido y
organizado, escurridizo en extremo, tanto, que jamás la policía le
había tocado un pelo y eso que se enfrentaba valientemente con los
putos maderos. Pero él era más rápido, más astuto y se escabullía
por donde fuera antes que dejarse torturar, porque eso era lo que
hacía la pasma, reprimirlos y torturarlos. Cuando lo llamaron y le
propusieron formar parte del clan no cupo en sí de orgullo. Por fin
iba a participar en actos de verdad, en misiones que contribuyeran a
conseguir la independencia ansiada, la liberación lejos del estado
opresor.
El primer año se sintió un poco
decepcionado. Quería acción, pero los jefes argumentaban que
todavía era pronto, que primero había que prepararse a conciencia y
eso llevaba su tiempo. Fueron días de agotamiento y en muchas
ocasiones de profunda desilusión, acudiendo a los montes frondosos,
lejos de los pueblos, en el medio de la nada, para practicar con las
armas, para aprender técnicas y tácticas que le ayudaran a ser un
buen guerrillero, el mejor. Ahora por fin había llegado el momento.
La cúpula lo había convocado para una reunión al día siguiente,
en la que le explicarían con detalle en qué iba a consistir su
primer trabajo. Estaba tan nervioso que sabía que esa noche no iba a
pegar ojo. Se desnudó delante del espejo y miró su imagen durante
un rato, fijándose en su torso musculoso y de carnes firmes, en su
espeso pelo negrísimo y en sus ojos duros y penetrantes. Sonrió
mientras se decía a sí mismo con orgullo y sin atisbos de modestia
que era el candidato perfecto para realizar aquel atentado, fuera el
que fuera, consistiera en qué consistiera.
Llegó temprano al piso donde le
esperaba Gorka, su instructor, con aquellos otros a los que jamás
había visto la cara. Lo saludaron con frialdad premeditada y sin
muchos preámbulos le explicaron lo que él deseaba. Se trataba de
matar a una guardia civil destinada en el cuartel de Lekeitio. Le
mostraron la foto de una muchacha uniformada, cuyos ojos lánguidos e
increíblemente azules le llamaron la atención.
-Es....es muy joven ¿no?
Su amigo Gorka sonrió.
-¡Venga Mikel! No me digas ahora
que te entran los escrúpulos. Tiene veintidós años, nació en un
pueblo de Barcelona y forma parte del aparato opresor del Estado. Es
suficiente que sepas eso. Tienes que matarla y punto.
-No tengo ningún escrúpulo –
le contestó Mikel molesto – sabes perfectamente que estaba
deseando que llegara este momento. Solo hice un comentario.
-Pues comentarios como ese están
de más – dijo fríamente Imanol, el que llevaba la voz cantante en
todo aquel cotarro – tú no tienes que fijarte en su aspecto, ni en
ningún detalle de su vida. Estás aquí para luchar, y la lucha
armada requiere que la mates sin más. Sin compasión y sobre todo
sin preguntas ¿entendido?
El muchacho asintió y no volvió
a abrir la boca, temeroso de soltar alguna incongruencia que pudiera
molestar a Imanol. No quería que se echaran atrás y confiaran a
otro aquella misión. Por el contrario, escuchó con atención las
instrucciones que tendría que seguir para el buen fin de su primera
actuación, reteniéndolo todo en su cabeza como si de guardarlo en
un fichero se tratara.
-Recuerda que para ella tienes
que ser un completo desconocido. Eso quiere decir que no te puedes
dejar ver, que la tienes que vigilar con suma discreción,
controlando todos sus pasos con firmeza pero con tiento, con
muchísimo tiento.
-¿Cuándo será el momento?-
preguntó Mikel.
-Aun no está decidido, dentro de
un mes o de dos como mucho. Primero tienes que estar absolutamente
preparado para el paso que vas a dar. Cuando lo estés, ese será el
momento.
La rubia, como empezó a llamarla
Mikel, salía de su casa a las ocho de la mañana y regresaba sobre
las tres. Nunca hacía el mismo itinerario, estaba bien enseñada. A
veces salía del cuartelillo, otras no se le veía el pelo en toda la
mañana. En ocasiones iba por la tarde. A Mikel le gustaba apostarse
cerca de su casa y mirarla, imaginando que allí dentro estaba la
mujer cuya vida él tenía que segar sin contemplaciones. Un certero
tiro en la frente, a quemarropa, y para ella todo abría acabado,
mientras que para él la vida que hasta ahora había sido un sueño
no haría más que empezar. No se percató de que la muchacha se
estaba convirtiendo en una especie de obsesión para él. Cierto día,
mientras apostado dentro del coche de turno esperaba a que ella
saliera de casa, pensó en los daños colaterales del asesinato que
iba a cometer. Los padres de la chica, los hermanos, su novio si es
que lo tenía, gente de cuyo sufrimiento él iba a ser el último
responsable. Por un segundo su corazón de piedra se ablandó y se
preguntó qué derecho tenía él a irrumpir en aquellas existencias
marcándolas para siempre con el estigma del odio. Fue sólo un
segundo, luego regresó su determinación sangrienta y suspiró
aliviado.
Cuando aquella noche de sábado
la vio en la discoteca, bailando con otras chicas en el medio de la
pista, pensó que también era puta casualidad encontrarse con su
objetivo. Pero él no sabía que inconscientemente la había buscado
en cada noche de juerga, deseando estar a su lado, verla de cerca,
saber de ella. Por un instante pensó en marcharse, pero una fuerza
desconocida le impulsó a quedarse, a contemplar sus movimientos
sensuales apoyado en la barra, delante de un whisky, a acercarse a
ella y susurrarle al oído lo guapa que era, lo bien que bailaba, a
invitarla a una copa que ella aceptó sin reparos. Estaba haciendo
todo lo que tenía prohibido, poniendo en peligro todo aquello por lo
que tanto había luchado, y no sabía porqué no lo podía evitar, o
lo que es peor, no lo quería evitar.
Ruth era una chica encantadora,
guapísima, con aquellos enormes ojos azules y su melena rubia
acariciando sus hombros. La mujer de la que cualquier hombre se
enamoraría sin remedio. Cualquiera menos él, por supuesto, él sólo
sentía curiosidad por conocer un poco a la muchacha que iba a matar
en unos días. Negaba la evidencia, arriesgando la misión
encomendada. Lo sabía y no quiso dar marcha atrás. Ruth le abrió
su corazón y su alma, contándole sus miedos.
-No me gusta vivir aquí, sola.
Echo de menos a mi familia y tengo miedo, ya sabes, hay tantos
compañeros muertos....Nunca he hablado de esto con nadie. A mis
padres no se lo puedo decir porque se preocuparían y aquí...no
confío en casi nadie. En realidad tampoco se si puedo confiar en ti,
apenas hace unos días que te conozco.
Una
oleada de adrenalina recorrió el cuerpo de Mikel de la cabeza a los
pies, mientras continuaba escuchando a la chica, sentado frente a
ella en una cafetería cualquiera.
-Gano mucho dinero aquí, pero
todas las noches me acuesto pensando que el día siguiente puede ser
el último de mi vida. Se que el fondo es una tontería, que si me
quieren matar en un atentado lo harán aquí o en cualquier parte. En
el fondo me consuelo pensando que soy un pobre objetivo, que si
quieren matar se fijarán en alguien más importante que yo.
Mikel, incapaz por un momento de
mantener su mirada, desvió sus ojos hacia fuera. Lloviznaba.
-¿No me dices nada? - preguntó
Ruth – lo siento, tal vez no debí hablarte de estas cosas.
-Si claro que si, y no te
preocupes, no te va a pasar nada. Yo voy a estar siempre a tu lado –
le contestó él, sintiéndose el ser más mezquino de la tierra.
-Llevamos más de un mes con el
operativo montado, la tienes totalmente controlada, no entiendo por
qué quieres retrasar el día de la acción – le recriminaba Gorka
– te advierto que si no lo quieres hacer estás en tu derecho,
buscaremos a alguien que si lo haga, pero vas a quedar muy
desacreditado a los ojos de los jefes. Ellos confían en ti y se
sentirán muy defraudados si te niegas a matar a la chica.
-No
me estoy negando. Pero no consigo controlar sus horarios. Es.....es
muy imprevisible no quiero que nada salga mal.
-Mira Mikel, la cúpula de la
organización ha señalado como fecha de la ejecución dentro de una
semana. No te dan ni un minuto más. Tú verás lo que haces.
La quería, la quería como nunca
había querido a nadie, y ese era su tormento. Había cometido el
error más grande de su vida acercándose a ella, pero ya era tarde
para dar marcha atrás. No quería separarse de su lado jamás, no lo
iba a hacer, mas como se consideraba un hombre de palabra no le
quedaba más remedio que cumplir con la organización. La noche
anterior al día señalado hicieron el amor por primera vez, recorrió
con sus manos cada rincón de su cuerpo, aspiró su aroma, degustó
el sabor de su saliva, de su sexo, la penetró despacio, prolongando
aquellos momentos de sublime placer que no volverían a disfrutar
jamás, o tal vez si, quién sabe.
Eran las tres en punto cuando
Ruth aparco su coche frente al portal de su casa. Gorka y Mikel
hacían guardia dentro de una pequeña furgoneta que el primero puso
en marcha en cuanto tuvo a la chica al alcance de su vista.
-Ahora Mikel. Pégale tres tiros
en la cabeza y vuelve al coche lo más rápido posible. Tenemos que
huir antes de que nadie reaccione.
Mikel bajó del coche como un
autómata, pistola en mano, dispuesto a levantarle la tapa de los
sesos a la mujer a la que apenas unas horas antes había amado con
desenfrenada pasión. Se acercó a ella mientras cerraba el coche.
Ruth le vio y esbozó una sonrisa.
-¡Mikel! ¿qué haces aquí? No
te esperaba.
No le dio tiempo a decir más.
Vio como él apuntaba su cabeza con el arma y escuchó el sonido
sordo del disparo. Después todo se volvió oscuridad.
Desde la furgoneta Gorka no podía
dar crédito al espectáculo que se presentaba ante sus ojos.
-Pero ¿qué coño hace ese
imbécil?
Mikel cayó de rodillas al lado
del cuerpo inerte de Ruth. Por las ventanas de las casas la gente
asomaba su cara con curiosidad y horror. Algunos empezaban a
acercarse. El muchacho lloraba en silencio. Gorka se acercó con la
furgoneta poniendo en riesgo el final de la operación: su huída.
-Sube al coche idiota, o acabarán
pillándonos.
-Diles que se ha cumplido el
objetivo, que pueden estar orgullosos de mí.
Apuntó a su cabeza y disparó.
También él se hundió en la oscuridad. Al cabo de unos segundos se
dio cuenta de que Ruth estaba a su lado, esperándolo.
-Te prometí que nos separaríamos
nunca- le dijo él
-Claro, y qué más da que sea
aquí o allí.
Al día siguiente los periódicos
daban la noticia del atentado...y del extraño suicidio del
terrorista.
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