El
último día de vacaciones lo paso fatal. En la maleta no cabe ni una
chancla más. Mi marido baja al chiringuito a despedirse con una
cerveza tras otra de los compañeros de tumbona. Mis hijos se enredan
en una guerra sin cuartel alrededor de la piscina.
Grito
al aire impregnado de salitre y recojo las últimas bolsas llenas de
restos de comida y arena de playa; que masticaré conduciendo de
vuelta a casa pensando en el planning de la oficina del lunes.
Mientras en el asiento de atrás mis hijos siguen su guerra
particular y mi marido ronca agotado sirviéndome de inútil
copiloto.
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