La
fortuna nada otorga en propiedad. Debí recordarlo cuando en aquella
mierda de fiesta me prometiste amor eterno, cuando dudé de tus
palabras pero... en tu sonrisa vi la sinceridad fluyendo
libremente entre tus perfectos dientes ... Me entregué sin reservas
allí mismo, lo sabes. Me sentí la mujer más afortunada del mundo.
Desde entonces quedé incapacitada para ver nada que pusiese en
peligro eso que iniciábamos, también lo sabes muy bien …¡que
tonta que fui!
No
fui capaz de ver nada. Ni tus ausencias ni las disculpas que ponías.
No vi tu distanciamiento, tu inapetencia, tu silencio… No vi tu
encierro empecinado en el ordenador... creía que teletrabajabas. Si,
teletrabajabas con otra, ahora lo sé. Nada más empezar la
desescalada fuiste a encontrarte con ella. Sé que te importó poco
la distancia de seguridad, el contagio, que te vieran con ella, que
yo pudiera enterarme… Sólo deseabas pasar de fase. Desfasarte.
Había sido todo tan evidente y tan natural desde hace tanto…
pensabas que seguiría tragando. Tu cara de inocente cuando te pedí
que me dijeras la verdad te delató. Menospreciaste mi confianza y
quedaste como un ignorante. Tenías que saber que cuando una mujer
pide la verdad es porque ya la sabe... Mentiste. Una y otra vez. Lo
negaste… que si con la mascarilla te confundieron, que si tenías
una reunión, que si soy la mujer de tu vida, que si el confinamiento
fue lo mejor que nos había ocurrido, que si…¡¡ películas!! En
tu sonrisa ya no quedaba ni rastro de aquello que viera apenas hace
un par de años, en tus ojos tampoco...
La
puerta de la calle al cerrarse de golpe sacó a Magdalena del
soliloquio que mantenía frente al espejo del cuarto de baño. Tiró
de la cisterna y se dirigió a la cocina sin cruzarse con él por el
pasillo.
-Cariño,
gritó, ¿quieres un café? Voy a poner la cafetera
-Si,
gracias Magda. Pongo un correo y enseguida estoy contigo.
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