Estábamos
expectantes, no cabía nadie más en el salón de actos del colegio,
menos mal que acudimos temprano y cogimos un par de sillas juntas,
muchos niños estaban de pie igual que algunos padres que se habían
retrasado. Era nuestra primera vez y apenas conocíamos a nadie, el
ambiente familiar se notaba distendido y bullicioso. Por fin tras
del telón salió un niño de los mayores pidiendo silencio y
contando cómo iba a desarrollarse la función. Las actuaciones se
notaban preparadas a la par que improvisadas, los alumnos fueron
interpretando sus papeles según su edad y soltura. Canciones,
lecturas, declamaciones y algunas piezas de teatro nos divertían
entreteniéndonos a la espera de los más pequeños, el grupo de
nuestra hija. Por fin salieron al abrirse nuevamente el telón, unos
cinco representaban el portal de Belén, el resto ataviados con sus
babis, unas gafas y un redondel de cartón, en hilera frente al
público comenzaron a cantar:
Con
mi 600
Sin
gasolina
Voy
por las calles
Que
es cosa fina
A
pesar del gracejo de movimientos con el redondel como si fuera un
volante y las dulces vocecitas de infantes de tres y cuatro años, no
pude evitar abstraerme durante unos segundos, echando la vista atrás
en aquel sábado de mayo en que mamá nos levantó más temprano de
lo habitual, diciendo como siempre ¡que
ya han pasado las burras de leche! Y
con premura desayunamos, nos vestimos y nos contó que papá había
ido a recoger el coche que había comprado. Nos pasamos parte de la
mañana pegados a la ventana esperando su aparición. Cuando por fin
le reconocimos, corrimos escaleras abajo para ver el coche. Un Seat
600 color arena, con matrícula O-75084.
Desde
aquel día nuestras vidas cambiaron por completo, aquel vehículo nos
dio independencia. Ya no tendríamos que tomar dos autobuses para ir
a la playa, ya no tendríamos que ir en tren para visitar a la
familia, ya no tendríamos que ir en el autocar del grupo de montaña
para hacer excursiones, aquel maravilloso vehículo nos abrió las
puertas del mundo. Cómo sería que al decir mi dirección siempre
ponía la coletilla de Avilés-Asturias-España-Europa-El mundo-El
planeta tierra-El Universo.
Los
peques seguían cantando y simulando conducir, vigilados desde un
lateral del escenario por su profesora Celia, quien un poco escondida
insinuaba movimientos o susurraba la letra, era tierna y simpática
aquella representación, quien mejor lo hacía sin duda, mi hija:
A
mi 600
Le
faltan los faros
Pero
no se los pongo
Porque
son muy caros
El
sonido de las risas en el salón de actos no me impedía rememorar
los muchos viajes realizados en aquel 600 que nunca se estropeó.
Recorrimos playas, montañas, puertos y ciudades de Asturias, también
visitamos las provincias limítrofes pasando alguna noche en
Santillana del Mar, León o La Coruña. Pero donde más
arriesgábamos era en Semana Santa o las vacaciones de verano,
siempre íbamos a Madrid o a Valencia, viajes largos pero
entretenidos al ir cantando, jugando al veo veo o estando pendientes
de la maleta que iba en la vaca vigilando la sombra de nuestro coche.
Los
niños seguían fielmente con su actuación, aunque alguno empezaba a
desperdigarse o perderse con los movimientos del volante, saludando a
sus padres o hermanos mayores. Los presentes reían, aplaudían, al
ser casi el final de la función estaban algo cansados de tanto rato
quietos, pero los peques seguían con su cántico:
Tu,
tu, tu, tu, tu, tu
Al
guardia de la esquina
Tu,
tu, tu, tu, tu, tu
Le
encanta mi bocina
Los
aplausos inundaron el salón de actos, los espectadores se ponían en
pie y los niños saludaban con auténtico arte. Les ayudaban a bajar
del escenario ya que los peldaños estaban más distanciados que sus
pequeñas piernas. Por un lateral los iban entregando a sus
familias. El abrazo tan cariñoso que nos dio nuestra hija me
permitió comprobar que aún le duraba la colonia con que la había
perfumado en casa. Retornando mi memoria muchos años atrás, cuando
justo al pasar el túnel de Guadarrama y empezaba a divisarse la gran
urbe de Madrid, mi madre nos espabilaba, nos daba un peine y un
frasco de colonia, teníamos que estar presentables para la familia
con la que íbamos a pasar unos días.
Después
de aquel 600 llegaron algunos coches más, pero ni los viajes ni las
canciones tuvieron la misma pasión, diversión e ingenuidad de
aquellos años con el mejor coche del mundo mundial, un Seat 600 de
color arena.
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