La casa - Gloria Losada




Siempre me había llamado la atención aquella casa. Tenía una veleta en forma de gallo en lo alto del tejado. Era grande, señorial, con las paredes mal pintadas y desconchadas aquí y allá, con las ventanas de madera medio desgastadas por el tiempo y la lluvia y las contraventanas casi cerradas. Cuando era niña, al regresar a casa del colegio, mis amigas y yo intentábamos atisbar a través del cristal los secretos que guarecía en su interior, pero solo alcanzábamos a ver una maceta con un ficus reseco sobre una antigua baldosa dibujada de forma churrigueresca. Uno de esos días en que se nos dio por curiosear, una de mis amigas soltó que aquella casa era peligrosa, que sus padres le habían dicho que en su interior había muertos y pistolas, y que era mejor que no nos acercáramos demasiado si no queríamos formar parte del elenco de fiambres que al parecer poblaban su interior. El miedo fue superior a la lógica y no nos volvimos a acercar. Con el tiempo la casa fue comprada por un constructor que la tiró para levantar en el solar un bloque de edificios horroroso. Cuando hicieron los cimientos encontraron varios esqueletos que al parecer llevaban allí muertos y enterrados más de cien años. Por lo visto lo que nos contó nuestra amiga no era leyenda urbana. No se encontraron sin embargo las pistolas. Cuando se lo dijo a sus padres éstos cruzaron una mirada muy elocuente y le dijo él a ella:
-Te lo dije. Tu bisabuelo las guardó en una caja de madera y las tiró al río.
Habíamos encontrado al asesino.





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