En tiempos de guerra - Clara Conde


                                          


La vista desde la torre era desoladora.
Mirara a donde mirara no había más que guerreros y máquinas de asedio. Siendo optimista, les superaban en proporción de cuarenta a uno. Si presentaban batalla iba a ser una carnicería. Si rendían el castillo sin luchar, les habían prometido que vivirían.
Pero ¿qué clase de vida? La de los aldeanos una vida de esclavitud, en el mejor de los casos, y la suya una vida de deshonra. ¿Podría soportarlo? ¿Sería peor que ir al infierno con la conciencia llena de las muertes de todos los que dependían de él?
Tomó las estrechas escaleras para bajar al patio, comprendiendo por primera vez a su padre cuando le hablaba de la soledad del mando.
Allí le esperaban sus caballeros, enfundados cada uno en su mejor armadura; hombres valientes y leales a los que conocía desde niño.
Rodeaban al lepiota que había traído la oferta de rendición. Otro guerrero, surcado de cicatrices, que le miraba con una sonrisa burlona.
Y entonces, al ver esa sonrisa, tomó su decisión.
Cortadle la cabeza. Esa será nuestra respuesta”.






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