Dos
altos cargos de la CIA acompañaban al prisionero y a su abogado. Era
un terrorista internacional al que no le habían sido capaces de
sacar ninguna información relevante y había sido elegido como
sujeto de prueba de nuestro programa secreto de optimización de
interrogatorios. Un micro robot con forma de mosquito, controlado por
un sofisticadísimo programa de ordenador, le inocularía un nuevo
suero de la verdad. Evidentemente, ni el prisionero, ni el abogado
deberían darse cuenta de nada.
Además
de los recién llegados, fuimos a la sala especial, el programador de
software, un médico disfrazado de sargento, el capitán, dos
policías y yo que sería el encargado de hacer las preguntas.
Habíamos acordado, que cuando le ofreciera un vaso de agua, el
capitán soltaría el mosquito.
“Dinos
dónde y cuándo se hará la entrega de las armas o vas a pasar el
resto de tu vida en prisión”, le dije.
“Eso
ya veremos” respondió mirando a su abogado, “además, no se de
qué me estás hablando”.
Había
llegado el momento, “¿Quieres agua?”, le pregunté mientras por
el rabillo del ojo veía al capitán abrir la cajita donde estaba el
mosquito, todo iba de cine.
De
pronto, el informático dio un brinco manoteando en el aire.
“¿Qué
pasa?” Le pregunté.
“Pantallazo
azul de Windows, el mosquito está descontrolado, creo que me ha
picado” respondió. Evidentemente si lo había hecho.
“¿Mosquito?”,
dijo el abogado.
Un
casi imperceptible pinchazo en la nuca me heló la sangre ¡Nos está
picando a todos! “Arregla ese puto desastre “, le grité. “Eres
un inútil, no me extraña que tu mujer te dejase por otro”. “Mejor
eso que hacer como tú”, me respondió, “Vivir con una mujer que
adora los galones ¿verdad capitán?”. Estaba claro que el suero de
la verdad funcionaba mejor de lo esperado.
Con
el rostro desencajado me encaré con el capitán y le grité: “¿Se
está usted follando a mi mujer?”. El capitán sonrió y dijo “Sí,
y a su ex también”. Del primer puñetazo le tiré al suelo y
mientras el informático y yo le pateábamos, los dos policías se
insultaban acaloradamente, los dos de la CIA estaban dándose
mamporros y el médico agarraba al abogado de la corbata mientras le
daba patadas en los huevos.
La
situación se descontroló un poco, mas bien mucho. El balance fue
nefasto, cuatro hospitalizados y un terrorista fugado. Durante la
refriega, me preguntó la clave de la puerta. ¡Tuve que dársela! Me
expedientaron y querían echarme, pero los de la CIA lo impidieron.
¡Habían sido tan locuaces!... Amenacé con contar quién mató a
Kennedy.
Me
he tenido que ir a vivir con el informático, ahora compartimos piso.
¡Será
cabrona!
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