El suero - Rufino García Álvarez




Dos altos cargos de la CIA acompañaban al prisionero y a su abogado. Era un terrorista internacional al que no le habían sido capaces de sacar ninguna información relevante y había sido elegido como sujeto de prueba de nuestro programa secreto de optimización de interrogatorios. Un micro robot con forma de mosquito, controlado por un sofisticadísimo programa de ordenador, le inocularía un nuevo suero de la verdad. Evidentemente, ni el prisionero, ni el abogado deberían darse cuenta de nada.

Además de los recién llegados, fuimos a la sala especial, el programador de software, un médico disfrazado de sargento, el capitán, dos policías y yo que sería el encargado de hacer las preguntas. Habíamos acordado, que cuando le ofreciera un vaso de agua, el capitán soltaría el mosquito.
Dinos dónde y cuándo se hará la entrega de las armas o vas a pasar el resto de tu vida en prisión”, le dije.
Eso ya veremos” respondió mirando a su abogado, “además, no se de qué me estás hablando”.
Había llegado el momento, “¿Quieres agua?”, le pregunté mientras por el rabillo del ojo veía al capitán abrir la cajita donde estaba el mosquito, todo iba de cine.

De pronto, el informático dio un brinco manoteando en el aire.
¿Qué pasa?” Le pregunté.
Pantallazo azul de Windows, el mosquito está descontrolado, creo que me ha picado” respondió. Evidentemente si lo había hecho.

¿Mosquito?”, dijo el abogado.
Un casi imperceptible pinchazo en la nuca me heló la sangre ¡Nos está picando a todos! “Arregla ese puto desastre “, le grité. “Eres un inútil, no me extraña que tu mujer te dejase por otro”. “Mejor eso que hacer como tú”, me respondió, “Vivir con una mujer que adora los galones ¿verdad capitán?”. Estaba claro que el suero de la verdad funcionaba mejor de lo esperado.

Con el rostro desencajado me encaré con el capitán y le grité: “¿Se está usted follando a mi mujer?”. El capitán sonrió y dijo “Sí, y a su ex también”. Del primer puñetazo le tiré al suelo y mientras el informático y yo le pateábamos, los dos policías se insultaban acaloradamente, los dos de la CIA estaban dándose mamporros y el médico agarraba al abogado de la corbata mientras le daba patadas en los huevos.

La situación se descontroló un poco, mas bien mucho. El balance fue nefasto, cuatro hospitalizados y un terrorista fugado. Durante la refriega, me preguntó la clave de la puerta. ¡Tuve que dársela! Me expedientaron y querían echarme, pero los de la CIA lo impidieron. ¡Habían sido tan locuaces!... Amenacé con contar quién mató a Kennedy.
Me he tenido que ir a vivir con el informático, ahora compartimos piso.
¡Será cabrona!






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