Todo iba perfecto, tal y como lo había planeado, una noche de cine,
una cena perfecta en el mejor restaurante de la ciudad. Con el cava
vendrían mís nervios, había planeado meterle el anillo de pedida
en la copa, tenía que distraerla y dejarlo caer. El camarero nos
sirve la copa, entonces le digo: “¿No es esa tu amiga Sandra?”
ella mira para atrás y yo aprovecho para dejar caer el anillo, sí,
sí muy típico. Ya con el anillo en la copa, las alzamos para
brindar y ella comienza a gritar, yo creí que de contenta, que había
descubierto el anillo, pero no, “¡Un mosquito!, ¡Qué asco!”
gritó mientras dejaba caer de sus manos la copa que después de
rebotar en la mesa se cae al suelo rompiéndose en mil pedazos. Me
lancé en plancha a ver si cazaba al vuelo un anillo de tres mil
euros. Ella asombrada, el camarero flipando, todo el restaurante
sorprendido por mi reacción. Di las explicaciones pertinentes sin
dejar de buscar entre liquido y cristales rotos. Nada, no lo
encontré, las caras de los comensales me parecían muy sospechosas.
E intenté cerrar el restaurante y cachear a todo el mundo. El
camarero me intentó tranquilizar incluso el dueño del local que
dijo que nos invitaba a la cena con tal de que dejase tranquilos a
los demás clientes. Terminaron sacándome del restaurante a la
fuerza y mi novia que venía detrás entre lágrimas le llamaron a un
taxi, se subió en él y me dejó allí cabreado. Sin novia y sin
anillo. Un maldito pringado.
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