Soy vieja. Eso me dicen los demás y eso me dice el espejo. Eso dicen
mis canas, mi piel marchita y la armadura de mis huesos. Pero no
estoy de acuerdo ni con los unos ni con los otros, porque yo sigo
siendo la misma por dentro. La misma persona que se sentía y se
siente feliz paseando por el monte buscando castañas o lepiotas,
leyendo un buen libro o contemplando un atardecer en la playa. Tal
vez, lo único que me separa de la mujer que fui y ya no existe es el
mundo de los sueños despiertos. Ese mundo que murió conmigo un día
del que ya no guardo recuerdo. O quizás no fue un día, quizás fue
el día a día, mientras mi cuerpo de niña, de joven, de mujer
madura, se iba transformando lentamente en el cuerpo de una anciana.
Pero yo sigo siendo la misma. Tan solo cambia el envoltorio.
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