- Lo que cobrarán por este plato... –comenta asombrado mirando la carta enmarcada tras un cristal al lado de la puerta.
- Ya ves. Si cobraran un euro por cada palabra el menú completo saldría por un riñón.
- ¿Crees que alguien se atreverá a pedirlo?
- Hoy en día, en estos restaurantes tan ultra chic puede suceder cualquier cosa. Hasta que un camarero te sirva enfundado dentro de una armadura oxidada una –lee de carrerilla– ensalada templada de espinacas salvajes sobre cama de lepiotas tiernas rehogadas de semillas de mijo y brotes de ternera caramelizada al jugo de vino Sherry dulce, aderezado con unas virutas de helado de limón al cava. –Respira exageradamente después de la retahíla.
- Si hasta agota leerlo ¿Cómo será recibir varias comandas de ese plato?
- Seguro que si pides unos huevos fritos estrellados con patatas y chorizo de pueblo te lo agradecen Y te saben hasta mejor.
- Seguro.
Caminan calle abajo, con los jugos gástricos revolucionados.
– ¿Vamos al Telepizza o al Museo del Jamón?
- Pues... Prefiero el jamón.
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