Sin salida - Rufino Álvarez García




Todo iba de mal en peor, la crisis se había llevado por delante la ferretería que teníamos. Habíamos vendido el piso para hacer frente a las deudas y el poco dinero que nos quedó, ya se estaba agotando. Nos fuimos a vivir al pueblo, a la pequeña casa que heredamos del abuelo. Desde que habíamos llegado hacía un mes, algo en aquella casa me provocaba un desasosiego que no podía explicar. Empecé a cultivar la huerta y me hice con unas gallinas y conejos pero estaba claro, que este invierno,  no íbamos a poder permitirnos ni siquiera el gasoil de la calefacción. Por más que lo había intentado no encontraba trabajo, unas veces por falta de experiencia, otras por falta de formación y otras por viejo. ¡50 años y me llamaban viejo! El dinero no alcanzaba aunque lo estirábamos más de lo imaginable. Se me caía el alma a los pies, dándole vueltas a cómo decirles a mis hijos, que tenían que dejar la Universidad porque no podíamos pagarla. Sólo había una salida, cada vez lo veía más claro. El seguro de vida de cuando tenía la ferretería aún no había caducado, 150.000 €, con ese dinero mi mujer y mis hijos podrían tener un futuro. Era cuestión de coger la escalera y subir al tejado, la caída parecería un accidente. Pero me faltaba valor. Aún quedaban dos meses para el vencimiento.

Me quedé contemplando el cuadro del abuelo. Él, sí que supo ser fuerte. Él, sí que lo había pasado mal huyendo de la Alemania nazi. Muchos de sus amigos judíos habían quedado por el camino. Mirándole a los ojos empecé a tiritar como si la temperatura de la habitación hubiera disminuido ¡qué invierno más duro íbamos a pasar! De pronto, me sentí inquieto, como si alguien me estuviera observando, ¡que tontería!, estaba solo. Raquel e Isaac habían ido a la facultad y mi mujer estaba cuidando por horas a un anciano, ganando el poco dinero que ingresábamos. El golpe del cuadro del abuelo contra el suelo me sobresaltó. Lo recogí y vi que le faltaba la alcayata y descubrí, pegada en la parte de atrás, una extraña y vieja llave. ¿De dónde sería? Fui hasta el cobertizo a buscar algo para reparar el cuadro. Allí dentro, en la penumbra, la sensación de no estar solo, se hizo aún más patente. No se lo que me impulsó a hacerlo, pero cogí la escalera y busqué en el viejo y polvoriento altillo. No había alcayatas, pero encontré una veleta que el abuelo había fabricado y que recordaba de niño. Estaba un poco oxidada, pero con un poco de lija, quedó como nueva. La coloqué en el huerto, aún estaba allí la piedra con el agujero donde la tenía puesta el abuelo.

Algo fallaba, la veleta se quedaba siempre apuntando hacia el mismo sitio, aunque el viento estaba soplando en otra dirección. Intenté girarla a mano pero seguía sin moverse. Curioso, en el cobertizo, el giro funcionaba perfectamente. De pronto salió el sol y un rayo, reflejado en el extremo de la veleta, lanzó un haz de luz a un punto a los pies de un ficus. Era una situación fantasmagórica. Sin haberla tocado, la veleta empezó a girar lentamente y el haz de luz apuntó hacia la pala que tenía para cavar el huerto y luego volvió a señalar al ficus. Sentí mi corazón latir acelerado y empecé a temblar. Todo era una locura. Pero las cosas no suceden porque si, cogí la pala y empecé a cavar frenéticamente donde apuntaba la luz. A los pocos centímetros note un ruido metálico. Seguí cavando a mano hasta desenterrar completamente un pequeño cofre envuelto en un plástico que quité con ansiedad. Tembloroso miré la cerradura. Recordé al instante la llave del cuadro y empecé a buscarla frenéticamente por mis bolsillos. La metí en la cerradura, la giré y sonó un pequeño click.  Al abrir la tapa, el haz de luz hizo brillar cinco piedras preciosas. Sabía perfectamente lo que eran, había oído muchas veces esa historia. Los judíos siempre guardaban unos pocos diamantes por si tenían que salir huyendo, poder empezar de nuevo en cualquier otro sitio. Empecé a llorar y mirando al cielo musité, te quiero, abuelo.
El haz de luz poco a poco se fue difuminando y la veleta se puso a apuntar en la dirección del viento.







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