Diez minutos - Esperanza Tirado




Los ojos tristes de la pequeña prisionera se reflejaban en los ojos amarillos de los cocodrilos. Era carne envuelta en celofán, una cría de algún ave, criada para alimento. Soy yo, sin aire, sin alas, colgada de un gancho, me balanceo. Ellos esperan. No me odian. Solo tienen hambre. El zoo abre en diez minutos. Yo ya he terminado mi tiempo.




Todos - Marian Muñoz



Caminaba por el pasillo sin rumbo, un pasillo blanco con puertas blancas y luces blancas, no había ningún detalle en las paredes, caminaba sin saber adónde ir o donde acabar mi paseo.  El silencio era estremecedor, ni un sonido o una voz humana, nada, pero allí estaba, caminando sin rumbo.

De repente me encontré frente a la puerta de un ascensor, se abrió sin darle a ningún botón, accedí a su interior y tal como se abrió se cerró.  No era consciente de si subía o bajaba, o simplemente permanecía en la misma planta, inesperadamente se abrió su puerta y salí hacia un pasillo, quizás el mismo o quizás uno igual que el anterior.

Vagaba sin rumbo, no estaba segura si sentía u oía el arrastrar de mis pantuflas de papel, la suela era tan fina que transmitía el frío de las losas que iba pisando.  Temblaba, quizás por frío quizás por pánico, por más que deambulaba el paisaje no cambiaba, pasillo y puertas blancas todas iguales.  Por fin alcancé una abierta, de su interior emanaba una luz amarillenta transmitiendo calidez, entré por ella buscando a alguien o algo que me hiciera compañía, que me ayudara a comprender donde me encontraba y lo que allí hacía.

Sobresaltada desperté tumbada en una cama, mis pies no sentían frío, mi cuerpo desprendía calor y una cara sonriente se acercó para decirme: Bienvenida, no temas estas en el hospital y te vas a poner bien.  En ese momento comencé a oír pitidos de diferentes tonos y a sentir dolor en mi cuerpo, al menos estaba acompañada y eso me reconfortaba después del viaje por aquel pasillo anodino.

Me dolía la garganta, aun así, haciendo un tremendo esfuerzo y emitiendo un sonido de ultratumba pregunté: ¿Dónde están todos?


Verónica a las seis - Esperanza Tirado




Te reinsertan en unos grandes almacenes. Las luces de neón parpadean como vigilantes cansados, esperando el fin de su turno. Vendes perfumes, pero aún hueles a pólvora. A las seis, entra ella. Abrigada entre pieles, labios rojos, melena rubia a lo Verónica Lake. No te ha olvidado. Tú tampoco. Y para callar su corazón y el tuyo echas mano de un revólver que ya no existe. 

                     

Mudanza - Marian Muñoz






Le habían concedido el traslado, en tres meses diría adiós a la ciudad, a los compañeros y a los ignorantes profesores de la escuela de arte.  Tres años matriculándose, tres años acudiendo a todas sus clases, sus prácticas, sus insoportables rutinas de técnicas, todo ese sufrimiento para que finalmente dijeran que no valía, que lo dejara y se arrimara a otra disciplina artística porque la pintura no era lo suyo.

Se enfadó, al terminar el curso se llevó un cabreo monumental, que sabrían estos pardillos de ciudad de tres al cuarto, iba a demostrarles su valía, su arte, su creatividad, pero no en su escuela, no, sino en una más grande. 

Madrid la había seleccionado entre un millón de solicitudes, a ella nada menos, allí demostraría su valía, nada de tecnicismos clasistas, paisajistas o escuelas trasnochadas, ella quería abstracto, puro y duro, sin que el cuadro contase nada, sino que simplemente estuviera y llenara ausencias.  Ese era su arte incomprendido en aquella ciudad de provincias.

Empezó a preparar la mudanza de sus pertenencias, tenía pocas cosas valiosas, sus libros lo que más; Kandinsky, Mondrian, Klint y Rothko su favorito.  Iba a comprar cajas de cartón, pero recordó que camino del trabajo solía haber para reciclar delante de un comercio.  Casualidad que al día siguiente las tenía, cogió todas las que pudo llevarse y tras comprar cinta de embalar se puso a guardar sus pertenencias en ellas.  Las almacenó en su habitación/estudio para que no le incordiaran en el día a día, las que sobraron las tenía también preparadas para los enseres de la cocina y el dormitorio.  Satisfecha por ello, no quiso ver más un caballete hasta llegar a Madrid, no quería que su malestar por el rechazo influyera en su arte.

Dos meses más tarde, ya instalada en la capital y un día antes de comenzar las clases en su nueva escuela, comenzó a desembalar sus pinceles, pinturas y elementos de trabajo para tenerlo todo a punto, quería empezar con buen pie y dar una primera buena impresión.  En el trabajo se sintió algo indispuesta, mareada más bien, con una sensación extraña, pidió permiso para salir antes e ir descansada a las clases vespertinas.  Cuando llegó aún se encontraba rara, con la cabeza dándole vueltas, les pidieron dibujar lo que quisieran, y con una rapidez de vértigo lo realizó, el profesor quedó prendado de su estética y color, pasándole al grupo A, el de los alumnos aventajados.  Cuando ya estuvo algo más despejada de mente lo celebró con una estupenda cena en un restaurante cercano, era su primer triunfo y únicamente fue un boceto.

Durante dos semanas su malestar le impidió trabajar correctamente, sus compañeros empezaron a quejarse al superior y éste la mandó al médico de empresa.  Mientras tanto las tardes eran prolíficas, sus dibujos gustaban, no cortaban alas a su creatividad y eso la satisfacía.  Estaban preparando una exposición para Navidad escogiendo tres de sus trabajos, si bien apenas se relacionaba con el resto de estudiantes, notaba cierta animadversión hacia ella, pura envidia se decía así misma. 

Finalmente llegaron los resultados del reconocimiento médico de la empresa, en letra bien grande y negrita venía la recomendación de dejar de consumir estupefacientes, por lo demás su analítica era correcta.  Alucinada por ese aviso que no entendía, ella no consumía, estaba en contra de las drogas y el alcohol además del tabaco, como era posible que le pusieran esa referencia.  Solicitó cita nuevamente con el doctor quien le informó dar positivo en cocaína, imposible dijo ella, nunca me he drogado y ahora menos. El médico la creyó e intentó descubrir como podía ser.  Preguntó por la comida, por los locales a donde iba, por la ropa, si en clase alguien fumaba o llevaba algún tipo de comida. 

Ante tanta pregunta se le encendió una luz, le preguntó si la caja de una floristería podría transmitir droga por el aire.  El galeno lo vio claro, ella contó que en su estudio aún tenía abiertas cajas que cogió de un comercio de flores, quizás en su día transportaron droga como algo normal y al ser su casa un recinto pequeño la estuviera esnifando sin saberlo.

Ambos acudieron a la comisaría a poner una denuncia, un policía acudió a su piso a tomar muestras de las cajas que efectivamente dieron positivo en cocaína.  Asustada empezó a vaciarlas e iba a tirarlas cuando reflexionó: “¿si resulta que mi gran capacidad de crear arte ha sido motivada por ir colocada, que escojo tener un curro monótono para ganarme la vida o una vida alocada vendiendo cuadros de por vida?” Menudo dilema tenía en ese momento, era tanto como decidir si ser honesta y aburrida o alocada y exitosa, tenía que pensárselo bien porque estaba su futuro en juego.

Y sí, como pensáis, pillaron a la floristería con cocaína, marihuana y cannabis, es posible que alguien más fuera intoxicado, pero ¿Quién va a sospechar de unas simples cajas?








Crónica de una Reforma casi Eterna - Esperanza Tirado





Todo comenzó con una frase inocente:

—Solo vamos a cambiar los muebles y el suelo de la cocina, nada más— dijo Ella, con la ingenuidad de quien no ha visto nunca a una cuadrilla de albañiles levantando nubes de polvo con una radial entre las manos.

Y cada mañana, desde hacía al menos tres semanas, -ya no recuerdan ni quieren recordar el momento fatal-, comenzaba con el rugido de un taladro y el crujido de varios pares de botas llenas de cemento sobre el descansillo y el pasillo de la casa.

La reforma, que en teoría parecía una renovación sencilla, se había convertido en un caos interminable de polvo, ruido y decisiones imposibles.

Él, con su taza de café frío en la mano, esquivaba cables colgantes y cajas de azulejos apoyadas en las paredes como si fuera parte de una coreografía.

Trabajar en el comedor, que ahora era una mezcla entre oficina, almacén de herramientas y zona de paso para los obreros, se había vuelto una misión tan imposible que ni Tom Cruise hubiera sido capaz de lograr su objetivo a la primera.

Empezó a odiar el teletrabajo. Cada videollamada era una ruleta rusa: o se colaba el sonido de una radial o aparecía un albañil saludando con un “¡Buenos días!” a grito pelado. Lo peor era cuando se agachaban y una hucha peluda asomaba para jolgorio de los que aparecían en la otra ventanita de la pantalla del portátil, sentados en un elegante despacho decorado con pinturas futuristas. Le daban entonces ganas de desaparecer del mundo.

—Ya que estamos, podríamos…

Ella se vino arriba.


Ahí empezó el segundo capítulo.

El baño principal quedó fuera de servicio.

Así que la familia y los albañiles compartían el pequeño aseo del fondo, que ahora tenía más tráfico que la M-30 en hora punta.

El gato, molesto por los cambios, se había instalado dentro del armario de las toallas y salía solo para mirar con desprecio a los intrusos que osaban invadir su reino.

Las discusiones sobre azulejos, enchufes y tipos de grifería se habían vuelto parte del desayuno.

— ¿Mate o brillante? ¿Uñero o con tirador? ¿Suelos de imitación cemento gris o vinílico sin juntas? ¿Interruptores modernos o vintage, como esos tan ideales de la casa rural del verano pasado? -preguntaba Ella, como una ametralladora llena de ideas locas, mientras cortaba rodajas de aguacate para su tostada integral.

— ¿Qué…?, -respondía Él, con los auriculares puestos intentando aislarse en algún podcast, sin saber si hablaban de pintura, muebles, de reuniones de trabajo o de su estado de ánimo.

Hacía varias jornadas que había guardado el portátil en el canapé de su cama, para prevenir posibles daños mayores. Que su puesto en la oficina le esperara a la vuelta de la reforma ya no lo veía nada claro. Sería el polvo que se le acumulaba delante cada mañana.

—Miiiaaaaaauuu - el gato ponía sobre la mesa sus patas y su punto de vista.

—Mamá, que hoy me voy a la piscina de Sara y después nos quedamos a dormir en una fiesta de pijamas. -Sabiendo que no le dirían ni que si ni que no, como adolescente que era, la Hija colaba sus pequeñas mentiras dentro de aquel desbarajuste familiar.

El caos alcanzó su punto álgido el día que se rompió la tubería del baño secundario.

Durante horas, el agua brotó como una fuente de celebraciones por el ascenso de un equipo de futbol a Primera División. Mientras los obreros gritaban cosas como:

” ¡Cierra la llave de paso!”

“¡Que pasas a dónde? ¡Si esto tiene dos palmos de agua!”

¡Pepe Gotera era un profesional y no vosotros! ¡Chapuceros!”

Él, perdida la compostura de ejecutivo de traje y corbata y apretón formal, se volvió histérico. Y caminaba pasillo arriba y abajo, teléfono en mano, buscando soluciones inútiles y voceando al aire:

— ¡Me niego a pagar los sobrecostes de las facturas!

 — ¡Esto no estaba en los planos!

— ¡No vuelvo a contratar impresentables en mi casa!

— ¡¿Otra licencia urbanística?! ¡¿Acaso es esto un dúplex de la Gran Vía?!

— ¡Me mudo a un minipiso! ¡Necesito respirar aire sin polvo de obras!

Ella, con una toalla en la cabeza y una fregona en las manos, se preguntaba si aquello era una reforma o la prueba divina de supervivencia de su matrimonio.

 

La hija adolescente hacía días que había huido en dirección a la piscina de la que, en esos días, se convirtió en su mejor amiga.

Y, sin embargo, entre los martillazos, los chillidos de las radiales y las discusiones sobre si el gris antracita era demasiado oscuro o si el verde té matcha era demasiado chic y podría cansar enseguida, surgió una extraña rutina.

Ella aprendió a cocinar platos fríos como si vivieran en el buffet de un hotel.

Él, pasados los momentos de histeria, aliviados con media pastillita de lorazepam, se volvió experto en distinguir marcas comerciales de pintura por el color de secado final.

El gato desarrolló la habilidad de abrir puertas correderas con la pata. También aprendió a ahuyentar obreros al primer ‘MIAU’ con tono agresivo.


La Hija había pasado olímpicamente del tema y se había mudado a la piscina de su amiguísima.

Wi-fi gratis, música a tope a todas horas, el hermano guaperas de su amiga y los colegas en bañador, una cocinera que hacía milagros para sus dulzones y poco sanos caprichos culinarios, un vestidor lleno de ropa de su talla. El Paraíso en la Tierra.

Cuando por fin terminaron —o al menos eso dijeron los obreros antes de desaparecer como ninjas en una nube de mezcla de mortero seco—, la casa era otra.

Moderna, luminosa, funcional. Y, lo más importante, muy silenciosa.

— ¿Y si tiramos la pared del pasillo? He estado mirando revistas y en los programas de reformas de la tele parece que el concepto abierto se lleva mucho —dijo Ella, recién desayunada una mañana, con una chispa peligrosa en los ojos.

En una milésima de segundo, las pocas neuronas que se habían salvado con la reforma y el café de la taza de Él, quedaron instantáneamente congelados.

 








Quedarse - Esperanza Tirado






No los puedo dejar tirados. Están en el andén, bajo la lluvia, con las mochilas empapadas y los

 ojos llenos de preguntas. La niña aprieta la mano de su padre, que disimula su nerviosismo

 fumando su última cajetilla. El tren silba a lo lejos. Yo tengo billete, ellos no. Podría subir, cruzar

 la frontera, ignorar que he visto su situación desesperada. Pero la mirada de esa niña me

 sigue.
 
Me doy la vuelta, camino hacia ellos, les entrego mi billete. Veo cómo se aleja el tren. 



Tercer tiempo - Esperanza Tirado




No los puedo dejar tirados. Están sentados en un bordillo, con las bufandas colgando, las camisetas sudadas y los ánimos por los suelos. Son del otro equipo. El autobús se marchó antes de la hora fijada, y ya no hay taxis en la parada. Podría pasar de largo con el coche, celebrar la victoria en silencio. Pero algo en sus caras me detiene. Bajo la ventanilla. “¿Os llevo?”, pregunto. No dudan. 

En el camino, hablamos de fútbol, de lo caro que está todo y del madrugón que nos arrastrará durante la mañana del lunes.




Vistas al caos - Esperanza Tirado









A disfrutar de la cerveza, pensó mientras se acomodaba en la terraza de su bar de siempre, justo frente a una obra que llevaba meses de retraso, prometiendo su finalización y una nueva plaza con ambiente relajado.

El camarero le dejó la caña con desgana y ella la recibió como quien abraza una tregua.

A su lado, una pareja discutía sobre cortinas, alguien hablaba a voces por el manos libres y un niño gritaba por un juguete inexistente.

Dio un sorbo y cerró los ojos, saboreando su ciudad, envuelta en el caos de las obras eternas.











Zona de bajas emisiones - Esperanza Tirado




Tere conducía como quien atraviesa un lunes: con prisas, sueño no aprovechado, resignación y lamparones de café en la blusa recién planchada.
Al llegar a la rotonda, vio un cartel:

Zona de bajas emisiones. Solo vehículos autorizados.”

Pero en su atontamiento mañanero lo leyó como:

Zona de emociones bajas. Solo conductores resignados.”

Y pensó: Perfecto, cumplo con el perfil.

Y cruzó la zona con su coche, más tartana que vehículo eficiente, que casi parecía un extensión de su ánimo.
Dos semanas después, la multa llegó con precisión matemática: 100 euros por circular sin autorización. Tere la leyó sin sorpresa, como quien recibe una factura por existir.
Ni protestó, no le quedaban fuerzas ni ganas de pelarse con la burocracia de ventanilla.
Por pronto pago la multa se reducía a la mitad. Eso le sacó media sonrisa. Algo era algo.
Guardó la notificación en el cajón de “cosas que pasan” y siguió adelante.
Con la cuenta corriente algo mermada, con las emociones a nivel bajo mínimos, su tartana descansando en su plaza de garaje.
Últimamente las emociones bajas no contaminaban, pero sí costaban.





Al que madruga... - Marga Pérez



Los altavoces del aeropuerto rugían como nunca antes lo habían hecho.  Repetían una y otra vez nuestros nombres y apellidos y solicitaban con insistencia que pasásemos por el mostrador catorce de facturación…

No entendíamos nada. Habíamos llegado con dos horas y media de antelación para facturar sin agobios, pasar el control de seguridad con toda tranquilidad y situarnos frente a la puerta de embarque antes que el resto de pasajeros.

Los altavoces seguían repitiendo nuestros nombres y apellidos sin darnos tiempo ni a levantarnos. ¡Qué vergüenza! Todos nos miraban. Seguro que pensaban que éramos unos viejos ineptos. Que no habíamos hecho bien las cosas. Que no teníamos ni idea. La verdad es que era la primera vez que íbamos con el IMSERSO pero nos había explicado con detalle todos los pasos y los seguimos todos, uno detrás del otro.

Yo empecé a sudar y Luis no daba pie con bola con la salida. Nos dijeron que teníamos que ir por donde salen los viajeros que llegan. Con lo fácil que sería recorrer el mismo camino que habíamos hecho… ya lo conocíamos, pero no, por otro. Bajamos en un ascensor cargado de
viajeros con prisa por salir y maletines con olor a trabajo. Nos costó hallar hueco. Éramos dos intrusos en tránsito por dependencias de llegada rumbo a lo desconocido de un mostrador vociferado por un altavoz disruptivo y atronador. ¡Qué nervios! Tuvimos que atravesar una cola interminable de pasajeros que querían facturar sus maletas. La cola que habíamos querido evitar llegando temprano. 

Nos miraban con recelo pensando que nos estábamos colando. No sabían que nos habían llamado por los altavoces. Hablamos con el empleado del mostrador y todo aquello para cambiarnos los asientos. Pensé mal, como siempre, convencida de que alguien había tenido mucho interés en los nuestros y a nosotros nos pasaban a otros peores. Menos mal que no dije nada. Nos dieron los mejores del avión, en la fila dos no existiendo la uno, así que el espacio que teníamos era inmenso. Los pies, por mucho que estirase las piernas, no pegaban con nada, una gozada. Nunca fui tan cómoda y ¡menos mal! porque Luis empezó a encontrarse mal nada más empezar a bajar, y otra vez fuimos protagonistas por megafonía. 

La azafata solicitó la presencia de un médico y enseguida aparecieron dos personas encantadoras que lo tumbaron en el suelo y determinaron que era algo cardiaco.  No dijeron la palabra infarto hasta que no aterrizamos y llegó la ambulancia. Seguro que no querían asustarme pero me lo imaginé después del trajín que tuvimos de un sitio para otro y del susto que llevamos. Luis es muy sensible y lo de pasar por el control de seguridad, la policía, los pitidos que dio al pasar…¡ dos veces! porque tuvimos que volver a pasarlo… ¡Qué quieren! Menos mal que estábamos llegando… del avión entramos en la ambulancia y de ahí al hospital. Fue todo lo que vimos de Valencia. Los diez días con el IMSERSO quedaron en una habitación de hospital.

Menos mal que Luis se recuperó muy bien y lo podemos contar pero se nos han quitado las ganas de volver a intentarlo. ¡Ah! Creo que al amigo de nuestro hijo, el que trabaja en el aeropuerto, tampoco se le ocurrirá volver a hacer un favor como el que nos hizo a nosotros, que agradecemos mucho ¡por supuesto! fuimos como reyes, la verdad que sí. Si no hubiésemos madrugado tanto…




Malas compañías - Esperanza Tirado




A la muerta hoy también le ha arrancado la cabeza. Su madre ya no sabe qué hacer con él. Desde que se hizo amigo del troll está imposible. Quiere convertirse en espíritu nocturno, pero aún no sabe de qué mitología. Y ya lo de castigarlo en el rincón más húmedo del cementerio no funciona.



Todo se acaba sabiendo - Marga Pérez





Hace tiempo que duermo mal, bueno, más bien poco porque mientras duermo lo hago fenomenal, ni me entero. Hoy desperté demasiado temprano para insistir en tener que dormir y me levanté y aproveché el tiempo haciendo las tareas domésticas. A las ocho en punto estaba sentada en una terraza, al sol de este maravilloso verano y con un té como única compañía. A esas horas hay mucho para observar y disfrutar y pocas personas alrededor que interfieran en ello. Los jardines a esa hora exhalan aromas frescos muy distintos a los del mediodía cuando el sol cae a plomo sobre ellos. La camarera repartía por las mesas servilletas y ceniceros. Yo era la única cliente hasta que un conocido mío, con atuendo deportivo, se sentó solo en el otro extremo de la terraza. Me llamó la atención pero en verano los hábitos cambian, seguro que a el también le llamó la atención verme a mí allí sentada, sola y a horas tan tempranas.  Enseguida apareció la mujer que lo había cuidado de pequeño, y sin pasar ni cinco minutos, su hermana también se dirigió hasta la misma mesa. Desde donde yo estaba los veía charlar animadamente pero sus palabras no se distinguían. Me emocionó verlos tan unidos después de tantos años, incluso después de haber perdido a su madre que era la que mantenía una muy buena relación con la niñera, tanto que le había dejado una finca muy bien situada desde que el corte inglés decidiera construir al lado un nuevo centro. Me emocionó ver cómo dos hermanos seguían ocupándose de la persona que los había cuidado de pequeños, a pesar de haberse independizado de la familia hacía más de medio siglo.

Con los días me di cuenta que desde mi mesa no se podía ver la puñalada trapera que le estaban propinando a la pobre anciana. Yo no la vi pero me contaron que los dos hermanos se habían aliado para despojarla de aquella finca que su madre le había legado, y lo hicieron con premeditación, alevosía y casi nocturnidad… Me gustaba más mi versión, la verdad, ya no hay valores… Una pena que en los sitios pequeños todos acabemos sabiéndolo todo de todos ¡Adiós al encanto!




Deudas - Esperanza Tirado





El prohibitivo tratamiento de mi nieto fue un duro golpe para la familia. Oramos a nuestras deidades, hicimos ofrendas a nuestros antepasados, pedimos a nuestros vecinos, tan pobres como nosotros, esperando el milagro. Ni endeudándonos durante las siguientes tres generaciones podríamos pagar todo lo que hizo por nosotros el equipo médico que vino del otro lado del mar.



Observo y escucho mis pensamientos - Marga Pérez





Hace ya un mes. Estoy sola hablando conmigo misma a todas horas. El médico me dijo que siempre lo hice pero que al dejar de oír, ahora soy más consciente porque no hay sonidos que lo tapen. ¡¡No callo!! Me gustaría tanto poder desconectarme… Hoy al fin decidí salir de casa. La primera vez que salgo a pasear desde que de repente dejé de oir. Cuantos mensajes escritos por todas partes: compro oro, merluza de oferta, prohibido jugar a la pelota, esquelas, fiestas fin de curso, concierto del coro parroquial, prohibido entrar con animales, entrada por la otra puerta, tus vacaciones en Cancún, zona wifi, la línea 2 llegará en dos minutos, ojo al perro, menú del día doce euros, temperatura hoy veintidós grados…

¡Anda! El dos es el número que más se repite. Veo a muchas personas de un lado para otro, algunas van solas y con cara de prisa, otras muchas en pareja, más relajadas, charlan. Los que pasan de tres en el grupo son los que van más lentos, se paran a cada poco, hacen corrillo para decirse algo, se ríen, no tienen ninguna prisa. Yo voy sola y tampoco la tengo, veo letreros de SE VENDE en las fachadas, de SE ALQUILA en los locales, algunos hasta con derecho a compra… Qué sorpresa ver fachadas que nunca había visto. Tienen la belleza del paso del tiempo reflejada en sus balcones, cornisas, entradas… Me acerco a un portal intrigada al ver la puerta abierta y veo que en el entresuelo hay un centro de yoga, hay una placa en la fachada. Entro y descubro una escalera señorial de mármol blanco oscurecido y desgastado por muchos años de limpiezas y repetidas pisadas. ¡Qué guapa! Igual puedo hacer yoga, aunque no oiga… El horario puesto en la puerta me invita a que venga en otro momento. Lo haré. Sentí algo especial al entrar allí… la de veces que pasé por delante y nunca me fijé ni en la casa ni en que se practicaba yoga en ella.

Una conocida me para. Hacía tiempo que no nos veíamos y no sabía nada de lo mío. Enseguida se despidió con un apretón en el brazo que nunca antes me había dado… qué cariñosa es la gente cuando saben de tu vulnerabilidad…

Llevo conmigo una tablet de esas que se borran y se puede escribir hasta el infinito pero, prefiero acostumbrarme a leer los labios. De momento yo no tengo problema para hablar, me dijeron que es fácil que lo vaya perdiendo. Con Paco ya empiezo a tener problemas… bueno, hace años que los tengo pero ahora son más evidentes. Antes pensaba que sólo era porque él no hablaba, ahora veo que ¡no escucha! ¿Tan difícil es? El oye perfectamente. Antes sólo hablaba yo pero pensaba que me escuchaba, me entendía, aunque no dijese nada. Ahora me doy cuenta de que no.  Está a mi lado pero desconectado de mí, como aquellos perros que se ponían en la bandeja de atrás del coche y movían continuamente la cabeza. Hasta le veo los ojos más perrunos cuando intenta esbozar una media sonrisa ante mis soliloquios. Antes apenas le miraba… Creo que estábamos mejor que ahora, la verdad, al menos yo, el oir otras cosas impedía que viese con tanta nitidez ¡¡ quien lo iba a decir!! Perder para ganar… y cómo sube el enfado conmigo misma… ¿por qué tengo que perder siempre algo? ¡Ya está bien! Quiero oir y quiero ver ¿es mucho pedir?



Jeta - Marian Muñoz




¡Pero tú que te has creído! ¡Te has pasado tres pueblos! lo peor es que no eres consciente de ello.  No sé qué pensarás, pero así no puedes seguir, ¡sólo faltaba eso! Que no, ni se te ocurra replicarme, menudo enfado tengo por tu culpa, no sé a dónde vas a parar con tu comportamiento, ya puedes solucionarlo cuanto antes y no me vengas con monsergas de que no ha pasada nada, claro que ha pasado y como no lo arregles vas a recibir un escarmiento bien gordo porque no voy a consentirlo más, ya puedes espabilar y hacerme caso o te las verás conmigo y entonces atente a las consecuencias.

Intentaba relajarme del calor agobiante en la terraza del Kimpe cuando mi tranquilidad y la del resto de usuarios fue perturbada por la agitada conversación de una mujer, móvil en mano, en la mesa de al lado.  Imposible no escucharla, agitaba su mano izquierda como si estuviera dirigiendo el tráfico.  Aunque no me interesaba en absoluto pegué la oreja por intrigarme a quien iba dirigida la bronca, si a un familiar, a un amigo o a un vecino.

Antes de poder enterarme colgó diciendo bien alto ¡Qué a gusto me he quedado! Tenía razón el psicólogo no sabes cómo relaja desahogarse llamando a un número desconocido, sobre todo cuando quien responde es un contestador que no ha dicho ni mu. 

¡Menuda jeta ese especialista! en vez de aguantar el chaparrón de su paciente va y le aconseja que se desfogue con un desconocido, que por educación no replicará, al pensar y con razón, que esta señora esta zumbada del todo.  No sé si preguntarle quien es el tipejo para no ir jamás.

Dos días más tarde veo en el periódico una foto donde aparece la susodicha, el titular decía: “Mujer denunciada por amedrentar a político”.  ¡Toma ya, con la política hemos topado! Yo que ella denunciaba al psicólogo como responsable subsidiario, ¡de cemento armado, oiga!











Ritual - Esperanza Tirado







A disfrutar de la cerveza, se dijo, mientras el primer sorbo le enfriaba la garganta y le templaba el pulso. El trabajo estaba hecho: limpio, sin ruido, sin gloria. Un asesinato por encargo, sin épica, solo oficio.

En el bar donde entró después, nadie sospechó nada.

La espuma se deshacía como los rastros que dejó atrás. Mera rutina. Como quien apaga una luz al salir. En cada trago, un silencio. En cada burbuja, un recuerdo que no debía quedarse. Porque incluso la muerte, cuando se vuelve costumbre, merece una breve pausa dorada.
















Voces - Esperanza Tirado



Los siguientes serían los niños, sus huesos blanditos no molestarían mas a sus potentes mandíbulas, y al primer mordisco los llantos y peticiones de auxilio cesarían. Un buen postre, digno del mejor creador de patisserie.

Leyó las últimas líneas escritas y decidió quemar el manuscrito en la chimenea. Su cabeza funcionaba a su manera, por muchos ingresos psiquiátricos que acumulara, el horror y la crueldad formaban parte intrínseca de su historia. Esta vez escuchó a las voces con más atención.



El universo conspira a nuestro favor - Marga Pérez




Mi vida está atiborrada de hechos casuales, no sé si tanto, más o menos que las de los que me rodean. Nunca lo pensé, la verdad, pero sé que conocí a Luis de manera casual en una excursión de senderismo. Según me enteré allí, fui la última en apuntarme. Había veinticinco plazas y yo ocupaba ese lugar, y Luis la veinticuatro. La primera vez que pasaron lista, no sé por qué, nos pusimos juntos. ¿Reminiscencias escolares? ¿Por el poder de atracción de los números? Ni idea, pero fuera como fuese, todo fue casual. Después de tres años y medio de novios nos casamos. Podía haber sido de otra forma pero fue así y salió bien, llevamos treinta y ocho años juntos y además muy felices.

Casual fue también el encuentro con Clara. No nos conocíamos de nada y ambas ingresamos el mismo día en el mismo hospital para dar a luz a nuestro primer hijo. Y casual fue también que nos pusieran en la misma habitación. Pues ahí empezó una amistad que aún dura. Clara es un amor, está ahí siempre que la necesito, lo mismo que yo para ella ¡claro! Es mi mejor amiga. Ella y su familia han estado siempre con nosotros en los buenos y malos momentos.

Podría contar muchos más hechos casuales de mi vida, como… cómo conseguí mi primer trabajo, cómo una enfermedad puso ante mí personas y recursos que me hicieron ver cosas importantes para mí , cómo unas vacaciones propiciaron un giro en mi vida profesional… pero, no quiero cansaros, sólo quiero pensar en alto, nada más.

Si nuestras vidas están plagadas de hechos que no buscamos y nos van saliendo al encuentro, ¿por qué unas vidas son satisfactorias, felices y productivas y otras todo lo contrario? ¿Yo tuve más suerte? ¿La vida se fue ordenando para mí de una manera menos complicada que para otros? ¿O se va ordenando según nuestra forma de ser, de actuar, de pensar, de aceptar, de rechazar?... Es complejo saber cómo estos engranajes y lubricantes actúan para que todo salga bien. Sólo sé que confío en que el universo quiere lo mejor para mí, estoy convencida, y me dejo llevar, sin más, y no me va nada mal, pero nada mal. Seguro que otros opinan todo lo contrario.

No olvides quien te va a llevar a casa - Marga Pérez




Hace unos días puse mi casa en venta para ir a vivir al chamizo que tengo hace años en la playa y que a Rosa nunca le gustó. Ella me dijo que se iba a casa de sus padres, y la verdad es que no me importó. Hace tanto que entre nosotros no van las cosas cómo deseaba… ¿Sabes? nos acostumbramos a ir perdiendo, poco a poco aunque de manera constante, palabras, caricias, tiempo compartido, amor… No me di cuenta de qué era lo que pasaba hasta que me dieron el diagnóstico. Sin quererlo ni tan siquiera pensarlo, vi, de repente, en lo que me había convertido y no me gustó. Nada de nada. Ya me conoces, soy de espoleta retardada. No sé cuánto tiempo me quedará y quiero ser yo, libre de ataduras y convencionalismos sociales. Tú sabes que la naturaleza es mi hábitat. Soy animal salvaje. Nunca debí dejar que Rosa me convenciese. Vivir en la ciudad, sin ver el mar, con horarios, objetivos, trajes, atascos, ruidos…No sabía que lo echara tanto en falta. Fue darme el diagnóstico y ver dónde quería pasar mis últimos días. Mejor que Rosa decidiera irse, yo no era capaz de dejarla y además, allí no hay espacio para dos. Bueno, dos, siendo Rosa una. Lo había hecho para respirar yo solo, para encontrarme
conmigo mismo después de perderme en la vorágine de la gran ciudad. Si tú estuvieras cerca… Tuve que recibir un diagnóstico fatal para cambiar ¡qué paradoja! Ahora soy más feliz…”

Felipe escribía a su gran amigo de juventud mientras esperaba el turno para entrar a la consulta de su médico. Ayer su enfermera le había llamado para que fuera. No sabía por qué ni para qué, no le dio explicaciones, su tumor cerebral no era operable y aún no daba señales de tener que someterse a un tratamiento paliativo así que no sabía qué le iban a decir, aunque confiaba en ellos e iba a escuchar ¡¡no faltaba más!!.

Cuando entró en la consulta y oyó de boca de su médico lo que le tenía preparado, no supo reaccionar. No había tumor, no le quedaban tan sólo meses de vida, nada más tenía migrañas. Su diagnóstico fatal era el de otro paciente al que le habían informado que tan solo padecía de migrañas… Un fallo al poner los nombres en los informes. 

Felipe se sintió flotar. Tenía otra oportunidad. Podía ser el que siempre había querido ser. Abrazó y besó a su médico, a su enfermera. Ni por un segundo pensó en el que iba a recibir su primer diagnóstico, el ya no tenía sobre su cabeza la espada de Damocles, tenía frente a él todo el tiempo del mundo. Lo demás no existía. Así que después de recomponer sus emociones, borró el mensaje que escribiera a su amigo y lo llamó. Con él había vivido algo muy especial, difícil de borrar, a pesar de intentar olvidarlo por todos los medios.  No sabía si ahora, después de tantos años, iba a resultar, pero… intuía que sólo por intentarlo merecía la pena.




Lo que no calla - Esperanza Tirado





En aquel tiempo envenenado las canciones no solo se cantaban. También caminaban entre las piernas y los corazones de la gente. Salían de los timbales y trompetas como flores de fuego y se posaban en los oídos dormidos, calentando de nuevo espíritus amedrentados. En las paredes se dibujaban pentagramas con lo que el miedo callaba. Hubo muchos intentos de extirparlas, pero la raíz estaba allí dentro, bien sujeta a la tierra. Y siempre crecían más.

Cada vez que alguien canta con el corazón limpio, a pesar de la impuesta contaminación, el aire se llena de esas flores invisibles.

Canción: GDBD, de Rubén Blades y Seis del Solar










Estamos en casa - Marga Pérez





Hoy sorpresivamente tenemos un día bastante fresco. No era lo que esperaba cuando decidimos el sur para nuestras vacaciones pero, viendo las temperaturas tan extremas de otras provincias, me alegro de estar aquí, con la rebequita por los hombros al caer el sol y el atlántico más cálido que en otras ocasiones.
Escribo sobre la yerba de la terraza, en la tumbona, en pantalón corto y descalza a la sombra de la pérgola. Estoy empapada en efluvios aromáticos de yerbas que nunca acabo de distinguir y que cada verano me sorprenden como si nunca antes las hubiese olido, como si se tratase del primero… Quince van ya ¡qué barbaridad! Parece que fue ayer cuando compramos esta casita tan blanca, tan pegada al mar, tan metida entre pinos. Para mí fue una locura embarcarnos en esta compra, pero, Paco estaba tan ilusionado que accedí, con eso perdí muchas horas de sueño que se compensaron con todo lo que gané… Norte sur, dos polos de una misma realidad, la nuestra. Dos mundos unidos por el mismo sol y el mismo mar, pero qué distintos… Aquí no tenemos tele, ni corremos de un lado para otro, ni miramos el reloj… Yo no sé ni dónde lo tengo. Es salir del tiempo para entrar en el tcha tcha tcha de las urracas, el chip chip de los gorriones y el aroma de plantas que me embriaga de muchas y variadas formas según vayan subiendo o bajando las temperaturas... Ni un coche, ni una voz. Parece que estamos solos en el mundo… Menos mal que está Paco… No sé qué va a ser de mi cuando ya no esté… no quiero ni pensarlo… La semana pasada nos dijeron que el tratamiento no iba tan bien como esperaban. Ya sabíamos que esto podía ocurrir pero hasta que no te lo dicen confías en que todo va a ir bien, en que se va a curar, en que seguiremos con nuestra vida tranquila y plácida como hasta ahora, sin cambios ni sobresaltos… sin embargo… hoy está fresco, estamos en julio, en el sur, en medio de una horrorosa ola de calor y, tengo frío… ¿Dejarán de cantar las urracas, los gorriones, cuando ya no esté…? ¿Dejarán de oler los pinos, las yerbas aromáticas, el mar…? ¿Dejará de existir el silencio?...
¿Qué vendrá después?






Culpa del gobierno - Marian Muñoz



Iba a ser un verano encerrada, igualito a los dos anteriores, no cejaba en mi empeño de aprobar la oposición a fiscal, convencida que éste iba a ser mi último verano.  La familia se había escabullido al pueblo en cuanto aparecieron los persistentes primeros rayos de sol, huían como cobardes ante mi difícil temperamento previo al examen. 

Mi espacio preferido de estudio era el cuarto de costura, una mesa pegada a la ventana permitía relajarme mientras observaba el silencioso patio manzana.  Patio en el que apenas hay movimiento, salvo tender o quitar la colada. 

Me sabía el temario al 90% intentando memorizar el resto para no dar opción a un nuevo suspenso, en casa me dieron un ultimátum, aprobaba o trabajaba en la vinatería familiar.  Mis hermanos mayores ya lo hacían y los pequeños en cuanto acabaran el instituto, el negocio iba viento en popa y todos tenían ideas para mejorarlo, todos menos yo, el alcohol no me iba, por alguna razón desconocida le tenía alergia y preferí hacer derecho con master incluido preparándome para ser fiscal.

Madrina siempre me animó, trabaja en un despacho de abogados intentando siempre asociarme con ella, pero prefería la fiscalía, si se hacía bien podía resultar gratificante.  Estaba encerrada con aquellos calores, cuando oigo por la radio que el gobierno va a cambiar el sistema de entrar en la carrera por otro más liviano con cursos después del aprobado.  Me enfadé, me cabreé, porque ese plan sonaba a chanchullo, a tener que buscarme un padrino para entrar y luego permanecer ¡cómo no! también sonaba a haber tirado tres años de mi vida empollando leyes, reglamentos, decretos y un sinfín de organigramas para nada.

Decidí pagar mi frustración acudiendo al mueble bar, cogí la botella de ginebra, le di un trago escupiéndolo al momento ¡qué asco! Me había olvidado que odio el alcohol, lo de emborracharme no era plausible, pero tanta furia tenía dentro que cogiendo el huevo pisapapeles de mármol, recuerdo de Aranjuez, lo tiré por la ventana sin pensar en ello.  Nada más hacerlo me di cuenta del acto, pero al no oír ningún sonido de rotura o quejido, aliviada acudí a la cocina, me serví un cacao bien fresquito, ya más calmada decidí continuar con el estudio pues apenas quedaba un mes para el examen y si lo aprobaba entraría por el plan antiguo, importándome un comino lo que dijera la radio.

Por la ventana abierta comenzó a entrar un olor a chamusquina, como si una plancha quemara la ropa.  Me asomé intentando comprobar de dónde provenía, alarmada vi en el balcón del tercero izquierda las cortinas y la ropa de un tendal pequeño en llamas.  Grité y grité intentando que los vecinos me oyeran, pero al no recibir respuesta llamé rápidamente al 091, quienes avisaban a los bomberos.  Cerré todas mis ventanas y tras coger el móvil y las llaves de casa avisé a todos los que pude. Llegando a la calle ya estaban montando los dispositivos de seguridad y las mangueras.  Volví a contar que la terraza del tercero izquierda estaba en llamas.  Decidieron actuar entrando por la parte baja del patio, no nos permitían subir a casa hasta que el fuego se apagara por completo.

Entre los municipales que acudieron estaba Luis, compañero del instituto, preocupada le informé que los vecinos de esa vivienda eran nuevos, un matrimonio y su hija.  Al poco vimos salir en camilla y con oxígeno a un hombre, era el padre, al parecer estaba solo y le llevaban al hospital por inhalación de humo.  El fuego sólo ocasionó daños en esa vivienda, el resto parecían haberse salvado.  Aliviados un poco y preocupados por el vecino, regresamos a nuestras casas después del susto.

Dos días más tarde llamaron de la comisaría para ir a declarar.  Poco más sabía.  Intentando averiguar sobre el vecino herido y su familia, parece que seguía ingresado inconsciente debido al humo, nadie se había interesado por él.  Extrañada les hablé de las mujeres, dudando de mi porque en el buzón sólo figuraban los datos de un hombre.  ¡Imposible! En esa terraza he visto a tres personas diferentes tender la ropa o sentados tomando una bebida.  Un hombre, una mujer mayor y otra más joven que se le parecía mucho.

Por fin llegó el día del examen, me salió bastante bien, era cuestión de esperar la lista de aprobados para el siguiente.  Recogiendo unos temas y preparando otros, miro por la ventana observando los todavía restos calcinados del incendio.  En la prensa no había salido nada así que aprovechando la amistad con Luis decidí llamarle para ver si conseguía averiguar algo.  Tampoco tenía noticias, pero ante mi insistencia decidió informarse.

Reconozco que su llamada me dejó planchada en todos los sentidos, antes de contarme nada me preguntó acerca de las personas que residían en el domicilio.  Muy ufana respondí que un señor mayor con vestimentas un poco trasnochadas de chaleco, batín y pañuelo al cuello.  La supuesta esposa/madre con media melena oscura y rizada en bucle hacia arriba solía vestir con prendas de estampados de animales, un poco llamativos para su edad.  Luego la supuesta hija se parecía mucho a ella y lucía en su cabeza melena larga en tonos rosa o violeta, además de vestir prendas doradas o plateadas muy cortas y leotardos oscuros.  Su risa cortó mi narración además de indignarme, al parecer quien moraba allí era un travesti, trabajaba en dos salas de fiesta, en una como mujer mayor y en otra como joven alocada. 

Me quedé sin palabras, me excusé diciendo que desde casa no se veía muy bien la terraza, pero él continuaba riéndose por mi error, cuando por fin paró me informó de una investigación en curso por homofobia, al parecer el incendio fue provocado.  Sorprendida pregunté cómo era posible, al parecer en la terraza encontraron restos de una mesa de plástico, había indicios de una vela anti mosquitos encima de ella, al caer ésta encima de la ropa tendida por el golpe de un huevo de mármol, prendió también las cortinas y estando durmiendo en aquella habitación inhaló el humo, pasando tres semanas hospitalizado además de quedarse sin casa. 

No quise saber nada más, me sentí fatal por aquello, había sido un accidente por culpa de mi inconsciencia, era horrible, si confesaba sería mi ruina, si no decía nada me sentiría mal toda la vida, decidí que aprobara o no, iría a trabajar a la vinatería familiar.  Me castigaba yo solita e intentaría ayudar al vecino en todo lo que pudiera.  ¡Vaya marrón por culpa del gobierno!