Jeta - Marian Muñoz




¡Pero tú que te has creído! ¡Te has pasado tres pueblos! lo peor es que no eres consciente de ello.  No sé qué pensarás, pero así no puedes seguir, ¡sólo faltaba eso! Que no, ni se te ocurra replicarme, menudo enfado tengo por tu culpa, no sé a dónde vas a parar con tu comportamiento, ya puedes solucionarlo cuanto antes y no me vengas con monsergas de que no ha pasada nada, claro que ha pasado y como no lo arregles vas a recibir un escarmiento bien gordo porque no voy a consentirlo más, ya puedes espabilar y hacerme caso o te las verás conmigo y entonces atente a las consecuencias.

Intentaba relajarme del calor agobiante en la terraza del Kimpe cuando mi tranquilidad y la del resto de usuarios fue perturbada por la agitada conversación de una mujer, móvil en mano, en la mesa de al lado.  Imposible no escucharla, agitaba su mano izquierda como si estuviera dirigiendo el tráfico.  Aunque no me interesaba en absoluto pegué la oreja por intrigarme a quien iba dirigida la bronca, si a un familiar, a un amigo o a un vecino.

Antes de poder enterarme colgó diciendo bien alto ¡Qué a gusto me he quedado! Tenía razón el psicólogo no sabes cómo relaja desahogarse llamando a un número desconocido, sobre todo cuando quien responde es un contestador que no ha dicho ni mu. 

¡Menuda jeta ese especialista! en vez de aguantar el chaparrón de su paciente va y le aconseja que se desfogue con un desconocido, que por educación no replicará, al pensar y con razón, que esta señora esta zumbada del todo.  No sé si preguntarle quien es el tipejo para no ir jamás.

Dos días más tarde veo en el periódico una foto donde aparece la susodicha, el titular decía: “Mujer denunciada por amedrentar a político”.  ¡Toma ya, con la política hemos topado! Yo que ella denunciaba al psicólogo como responsable subsidiario, ¡de cemento armado, oiga!











Ritual - Esperanza Tirado







A disfrutar de la cerveza, se dijo, mientras el primer sorbo le enfriaba la garganta y le templaba el pulso. El trabajo estaba hecho: limpio, sin ruido, sin gloria. Un asesinato por encargo, sin épica, solo oficio.

En el bar donde entró después, nadie sospechó nada.

La espuma se deshacía como los rastros que dejó atrás. Mera rutina. Como quien apaga una luz al salir. En cada trago, un silencio. En cada burbuja, un recuerdo que no debía quedarse. Porque incluso la muerte, cuando se vuelve costumbre, merece una breve pausa dorada.
















Voces - Esperanza Tirado



Los siguientes serían los niños, sus huesos blanditos no molestarían mas a sus potentes mandíbulas, y al primer mordisco los llantos y peticiones de auxilio cesarían. Un buen postre, digno del mejor creador de patisserie.

Leyó las últimas líneas escritas y decidió quemar el manuscrito en la chimenea. Su cabeza funcionaba a su manera, por muchos ingresos psiquiátricos que acumulara, el horror y la crueldad formaban parte intrínseca de su historia. Esta vez escuchó a las voces con más atención.



El universo conspira a nuestro favor - Marga Pérez




Mi vida está atiborrada de hechos casuales, no sé si tanto, más o menos que las de los que me rodean. Nunca lo pensé, la verdad, pero sé que conocí a Luis de manera casual en una excursión de senderismo. Según me enteré allí, fui la última en apuntarme. Había veinticinco plazas y yo ocupaba ese lugar, y Luis la veinticuatro. La primera vez que pasaron lista, no sé por qué, nos pusimos juntos. ¿Reminiscencias escolares? ¿Por el poder de atracción de los números? Ni idea, pero fuera como fuese, todo fue casual. Después de tres años y medio de novios nos casamos. Podía haber sido de otra forma pero fue así y salió bien, llevamos treinta y ocho años juntos y además muy felices.

Casual fue también el encuentro con Clara. No nos conocíamos de nada y ambas ingresamos el mismo día en el mismo hospital para dar a luz a nuestro primer hijo. Y casual fue también que nos pusieran en la misma habitación. Pues ahí empezó una amistad que aún dura. Clara es un amor, está ahí siempre que la necesito, lo mismo que yo para ella ¡claro! Es mi mejor amiga. Ella y su familia han estado siempre con nosotros en los buenos y malos momentos.

Podría contar muchos más hechos casuales de mi vida, como… cómo conseguí mi primer trabajo, cómo una enfermedad puso ante mí personas y recursos que me hicieron ver cosas importantes para mí , cómo unas vacaciones propiciaron un giro en mi vida profesional… pero, no quiero cansaros, sólo quiero pensar en alto, nada más.

Si nuestras vidas están plagadas de hechos que no buscamos y nos van saliendo al encuentro, ¿por qué unas vidas son satisfactorias, felices y productivas y otras todo lo contrario? ¿Yo tuve más suerte? ¿La vida se fue ordenando para mí de una manera menos complicada que para otros? ¿O se va ordenando según nuestra forma de ser, de actuar, de pensar, de aceptar, de rechazar?... Es complejo saber cómo estos engranajes y lubricantes actúan para que todo salga bien. Sólo sé que confío en que el universo quiere lo mejor para mí, estoy convencida, y me dejo llevar, sin más, y no me va nada mal, pero nada mal. Seguro que otros opinan todo lo contrario.

No olvides quien te va a llevar a casa - Marga Pérez




Hace unos días puse mi casa en venta para ir a vivir al chamizo que tengo hace años en la playa y que a Rosa nunca le gustó. Ella me dijo que se iba a casa de sus padres, y la verdad es que no me importó. Hace tanto que entre nosotros no van las cosas cómo deseaba… ¿Sabes? nos acostumbramos a ir perdiendo, poco a poco aunque de manera constante, palabras, caricias, tiempo compartido, amor… No me di cuenta de qué era lo que pasaba hasta que me dieron el diagnóstico. Sin quererlo ni tan siquiera pensarlo, vi, de repente, en lo que me había convertido y no me gustó. Nada de nada. Ya me conoces, soy de espoleta retardada. No sé cuánto tiempo me quedará y quiero ser yo, libre de ataduras y convencionalismos sociales. Tú sabes que la naturaleza es mi hábitat. Soy animal salvaje. Nunca debí dejar que Rosa me convenciese. Vivir en la ciudad, sin ver el mar, con horarios, objetivos, trajes, atascos, ruidos…No sabía que lo echara tanto en falta. Fue darme el diagnóstico y ver dónde quería pasar mis últimos días. Mejor que Rosa decidiera irse, yo no era capaz de dejarla y además, allí no hay espacio para dos. Bueno, dos, siendo Rosa una. Lo había hecho para respirar yo solo, para encontrarme
conmigo mismo después de perderme en la vorágine de la gran ciudad. Si tú estuvieras cerca… Tuve que recibir un diagnóstico fatal para cambiar ¡qué paradoja! Ahora soy más feliz…”

Felipe escribía a su gran amigo de juventud mientras esperaba el turno para entrar a la consulta de su médico. Ayer su enfermera le había llamado para que fuera. No sabía por qué ni para qué, no le dio explicaciones, su tumor cerebral no era operable y aún no daba señales de tener que someterse a un tratamiento paliativo así que no sabía qué le iban a decir, aunque confiaba en ellos e iba a escuchar ¡¡no faltaba más!!.

Cuando entró en la consulta y oyó de boca de su médico lo que le tenía preparado, no supo reaccionar. No había tumor, no le quedaban tan sólo meses de vida, nada más tenía migrañas. Su diagnóstico fatal era el de otro paciente al que le habían informado que tan solo padecía de migrañas… Un fallo al poner los nombres en los informes. 

Felipe se sintió flotar. Tenía otra oportunidad. Podía ser el que siempre había querido ser. Abrazó y besó a su médico, a su enfermera. Ni por un segundo pensó en el que iba a recibir su primer diagnóstico, el ya no tenía sobre su cabeza la espada de Damocles, tenía frente a él todo el tiempo del mundo. Lo demás no existía. Así que después de recomponer sus emociones, borró el mensaje que escribiera a su amigo y lo llamó. Con él había vivido algo muy especial, difícil de borrar, a pesar de intentar olvidarlo por todos los medios.  No sabía si ahora, después de tantos años, iba a resultar, pero… intuía que sólo por intentarlo merecía la pena.




Lo que no calla - Esperanza Tirado





En aquel tiempo envenenado las canciones no solo se cantaban. También caminaban entre las piernas y los corazones de la gente. Salían de los timbales y trompetas como flores de fuego y se posaban en los oídos dormidos, calentando de nuevo espíritus amedrentados. En las paredes se dibujaban pentagramas con lo que el miedo callaba. Hubo muchos intentos de extirparlas, pero la raíz estaba allí dentro, bien sujeta a la tierra. Y siempre crecían más.

Cada vez que alguien canta con el corazón limpio, a pesar de la impuesta contaminación, el aire se llena de esas flores invisibles.

Canción: GDBD, de Rubén Blades y Seis del Solar










Estamos en casa - Marga Pérez





Hoy sorpresivamente tenemos un día bastante fresco. No era lo que esperaba cuando decidimos el sur para nuestras vacaciones pero, viendo las temperaturas tan extremas de otras provincias, me alegro de estar aquí, con la rebequita por los hombros al caer el sol y el atlántico más cálido que en otras ocasiones.
Escribo sobre la yerba de la terraza, en la tumbona, en pantalón corto y descalza a la sombra de la pérgola. Estoy empapada en efluvios aromáticos de yerbas que nunca acabo de distinguir y que cada verano me sorprenden como si nunca antes las hubiese olido, como si se tratase del primero… Quince van ya ¡qué barbaridad! Parece que fue ayer cuando compramos esta casita tan blanca, tan pegada al mar, tan metida entre pinos. Para mí fue una locura embarcarnos en esta compra, pero, Paco estaba tan ilusionado que accedí, con eso perdí muchas horas de sueño que se compensaron con todo lo que gané… Norte sur, dos polos de una misma realidad, la nuestra. Dos mundos unidos por el mismo sol y el mismo mar, pero qué distintos… Aquí no tenemos tele, ni corremos de un lado para otro, ni miramos el reloj… Yo no sé ni dónde lo tengo. Es salir del tiempo para entrar en el tcha tcha tcha de las urracas, el chip chip de los gorriones y el aroma de plantas que me embriaga de muchas y variadas formas según vayan subiendo o bajando las temperaturas... Ni un coche, ni una voz. Parece que estamos solos en el mundo… Menos mal que está Paco… No sé qué va a ser de mi cuando ya no esté… no quiero ni pensarlo… La semana pasada nos dijeron que el tratamiento no iba tan bien como esperaban. Ya sabíamos que esto podía ocurrir pero hasta que no te lo dicen confías en que todo va a ir bien, en que se va a curar, en que seguiremos con nuestra vida tranquila y plácida como hasta ahora, sin cambios ni sobresaltos… sin embargo… hoy está fresco, estamos en julio, en el sur, en medio de una horrorosa ola de calor y, tengo frío… ¿Dejarán de cantar las urracas, los gorriones, cuando ya no esté…? ¿Dejarán de oler los pinos, las yerbas aromáticas, el mar…? ¿Dejará de existir el silencio?...
¿Qué vendrá después?






Culpa del gobierno - Marian Muñoz



Iba a ser un verano encerrada, igualito a los dos anteriores, no cejaba en mi empeño de aprobar la oposición a fiscal, convencida que éste iba a ser mi último verano.  La familia se había escabullido al pueblo en cuanto aparecieron los persistentes primeros rayos de sol, huían como cobardes ante mi difícil temperamento previo al examen. 

Mi espacio preferido de estudio era el cuarto de costura, una mesa pegada a la ventana permitía relajarme mientras observaba el silencioso patio manzana.  Patio en el que apenas hay movimiento, salvo tender o quitar la colada. 

Me sabía el temario al 90% intentando memorizar el resto para no dar opción a un nuevo suspenso, en casa me dieron un ultimátum, aprobaba o trabajaba en la vinatería familiar.  Mis hermanos mayores ya lo hacían y los pequeños en cuanto acabaran el instituto, el negocio iba viento en popa y todos tenían ideas para mejorarlo, todos menos yo, el alcohol no me iba, por alguna razón desconocida le tenía alergia y preferí hacer derecho con master incluido preparándome para ser fiscal.

Madrina siempre me animó, trabaja en un despacho de abogados intentando siempre asociarme con ella, pero prefería la fiscalía, si se hacía bien podía resultar gratificante.  Estaba encerrada con aquellos calores, cuando oigo por la radio que el gobierno va a cambiar el sistema de entrar en la carrera por otro más liviano con cursos después del aprobado.  Me enfadé, me cabreé, porque ese plan sonaba a chanchullo, a tener que buscarme un padrino para entrar y luego permanecer ¡cómo no! también sonaba a haber tirado tres años de mi vida empollando leyes, reglamentos, decretos y un sinfín de organigramas para nada.

Decidí pagar mi frustración acudiendo al mueble bar, cogí la botella de ginebra, le di un trago escupiéndolo al momento ¡qué asco! Me había olvidado que odio el alcohol, lo de emborracharme no era plausible, pero tanta furia tenía dentro que cogiendo el huevo pisapapeles de mármol, recuerdo de Aranjuez, lo tiré por la ventana sin pensar en ello.  Nada más hacerlo me di cuenta del acto, pero al no oír ningún sonido de rotura o quejido, aliviada acudí a la cocina, me serví un cacao bien fresquito, ya más calmada decidí continuar con el estudio pues apenas quedaba un mes para el examen y si lo aprobaba entraría por el plan antiguo, importándome un comino lo que dijera la radio.

Por la ventana abierta comenzó a entrar un olor a chamusquina, como si una plancha quemara la ropa.  Me asomé intentando comprobar de dónde provenía, alarmada vi en el balcón del tercero izquierda las cortinas y la ropa de un tendal pequeño en llamas.  Grité y grité intentando que los vecinos me oyeran, pero al no recibir respuesta llamé rápidamente al 091, quienes avisaban a los bomberos.  Cerré todas mis ventanas y tras coger el móvil y las llaves de casa avisé a todos los que pude. Llegando a la calle ya estaban montando los dispositivos de seguridad y las mangueras.  Volví a contar que la terraza del tercero izquierda estaba en llamas.  Decidieron actuar entrando por la parte baja del patio, no nos permitían subir a casa hasta que el fuego se apagara por completo.

Entre los municipales que acudieron estaba Luis, compañero del instituto, preocupada le informé que los vecinos de esa vivienda eran nuevos, un matrimonio y su hija.  Al poco vimos salir en camilla y con oxígeno a un hombre, era el padre, al parecer estaba solo y le llevaban al hospital por inhalación de humo.  El fuego sólo ocasionó daños en esa vivienda, el resto parecían haberse salvado.  Aliviados un poco y preocupados por el vecino, regresamos a nuestras casas después del susto.

Dos días más tarde llamaron de la comisaría para ir a declarar.  Poco más sabía.  Intentando averiguar sobre el vecino herido y su familia, parece que seguía ingresado inconsciente debido al humo, nadie se había interesado por él.  Extrañada les hablé de las mujeres, dudando de mi porque en el buzón sólo figuraban los datos de un hombre.  ¡Imposible! En esa terraza he visto a tres personas diferentes tender la ropa o sentados tomando una bebida.  Un hombre, una mujer mayor y otra más joven que se le parecía mucho.

Por fin llegó el día del examen, me salió bastante bien, era cuestión de esperar la lista de aprobados para el siguiente.  Recogiendo unos temas y preparando otros, miro por la ventana observando los todavía restos calcinados del incendio.  En la prensa no había salido nada así que aprovechando la amistad con Luis decidí llamarle para ver si conseguía averiguar algo.  Tampoco tenía noticias, pero ante mi insistencia decidió informarse.

Reconozco que su llamada me dejó planchada en todos los sentidos, antes de contarme nada me preguntó acerca de las personas que residían en el domicilio.  Muy ufana respondí que un señor mayor con vestimentas un poco trasnochadas de chaleco, batín y pañuelo al cuello.  La supuesta esposa/madre con media melena oscura y rizada en bucle hacia arriba solía vestir con prendas de estampados de animales, un poco llamativos para su edad.  Luego la supuesta hija se parecía mucho a ella y lucía en su cabeza melena larga en tonos rosa o violeta, además de vestir prendas doradas o plateadas muy cortas y leotardos oscuros.  Su risa cortó mi narración además de indignarme, al parecer quien moraba allí era un travesti, trabajaba en dos salas de fiesta, en una como mujer mayor y en otra como joven alocada. 

Me quedé sin palabras, me excusé diciendo que desde casa no se veía muy bien la terraza, pero él continuaba riéndose por mi error, cuando por fin paró me informó de una investigación en curso por homofobia, al parecer el incendio fue provocado.  Sorprendida pregunté cómo era posible, al parecer en la terraza encontraron restos de una mesa de plástico, había indicios de una vela anti mosquitos encima de ella, al caer ésta encima de la ropa tendida por el golpe de un huevo de mármol, prendió también las cortinas y estando durmiendo en aquella habitación inhaló el humo, pasando tres semanas hospitalizado además de quedarse sin casa. 

No quise saber nada más, me sentí fatal por aquello, había sido un accidente por culpa de mi inconsciencia, era horrible, si confesaba sería mi ruina, si no decía nada me sentiría mal toda la vida, decidí que aprobara o no, iría a trabajar a la vinatería familiar.  Me castigaba yo solita e intentaría ayudar al vecino en todo lo que pudiera.  ¡Vaya marrón por culpa del gobierno!









La azotea prometida - Esperanza Tirado



Mientras la ciudad ardía bajo el sol de un verano que parecía más caluroso que nunca, julio se iba despidiendo entre memes.
Clara seguía atrapada en su cubículo gris. El aire acondicionado zumbaba como un insecto cansado, y las carpetas apiladas llenas de datos por compilar en el programa informático parecían multiplicarse por arte de magia.

—Hoy tampoco saldremos al café, ¿verdad? —murmuró la silla giratoria, con un crujido resignado.
Las lumbares estaban para un par de sesiones de fisio. Pero había lista de espera.

—No, Sandy. Hoy tampoco, lo siento. Tengo mucho trabajo pendiente —respondió Clara, sin inmutarse. Llevaban semanas conversando. Y ya había bautizado a todos sus compañeros, que tenían más alma que algunos de los humanos que aún deambulaban por los pasillos.

—Pues vaya —refunfuñó Coco, el perchero. —Yo que tenía una charla pendiente con la máquina de la tercera planta…

Las carpetas, entre arrugadas y celosonas, comenzaron a susurrar maldades entre ellas. Lidia, la azul, la más antigua, se quejaba de que nadie la abría desde 2019. Tina, la roja, siempre dramática, decía que si no la revisaban pronto, se desintegraría por dignidad. Vera, la verde aún mantenía la esperanza intacta. Ella era la favorita. O eso se creía. Daisy, la amarilla, más jovenzuela y picarona se mofaba de ella a sus espaldas.

—Sí, si…—respondió Lidia— Tú lo que quieres es ensayar un dúo con la canción de Miguel Bosé de fondo y tomarte un café gratis, que ya nos conocemos desde hace unos añitos. Esa Morenamía no es para ti, muchachote.

Coco le echó una mirada despectiva y se quedó en su sitio, tieso, aguantando el tirón.

Clara sonrió. Desde que el calor empezó la lógica se había derretido por las esquinas, y la oficina se había vuelto más llevadera.

Lolo, el archivador le contaba chismes del departamento de personal, y Asun, la impresora, aunque gruñona, le recitaba poemas de Gloria Fuertes cuando se atascaba.

En los descansillos de las escaleras, algunos escalones juguetones habían dejado mensajes de ánimo, cancioncillas y algún título de novela que olía a verano para los que aún no habían disfrutado de sus ansiadas vacaciones.
"Afuera, bajo el asfalto, está la playa&"
"Resistid. Ya queda menos."
"Las bicicletas son para el verano"
‘Vaya, vaya, aquí si hay playa…’
"En agosto nos vemos"
‘Cuando vayas a la playa no te olvides la toalla, uoh, sha la la, ye, ye ye ye…’
"El sueño de una noche de verano"
‘El chiringuito, el chiringuito…’
"Aquel último verano"
‘Será maravilloso viajar hasta Mallorca…’
"No hay verano sin ti"

Y mientras, el verano seguía ardiente, tanto de noticias de relleno como de temperaturas que batían récords de audiencia.
Dentro de la oficina, Clara vivía en su pequeño reino encantado, atenta a llamadas de teléfono, hastiada de ciudadanos intensos, prejubiladas histéricas y jubilados aún de buen ver, de visita, contando sus batallitas laborales.

— ¿Y si fingimos una reunión en la azotea? —sugirió Cuca, la grapadora, harta de su encierro en el cajón.

Clara se levantó de manera disimulada, como quien va al baño, cogió libreta y boli y dijo:

—Vale. Que alguien vaya subiendo y abra la puerta. Y que nos espere con unos cafés granizados y cotilleos varios.

Las carpetas aplaudieron a todo color. Coco se unió a la fiesta con todos sus brazos, olvidando la ofensa previa.

—Y ya mañana compro una sombrilla en los chinos, que no me quiero quemar más de la cuenta.–añadió Clara cerrando la sesión a Thor, su ordenador de sobremesa; que también estaba bastante calentito con tanto dato de último minuto.









    

La llave de la torre - Pilar Murillo






Desde niña, Lucía había sentido que entre ella y su madre había un muro invisible. No era odio, tampoco indiferencia, sino un abismo de palabras no dichas. Vivían en la misma casa, compartían la misma mesa, pero sus miradas se cruzaban como trenes en direcciones opuestas.

Su madre, Carmen, era devota de la Virgen de Covadonga, “la Santina”, mujer de misa temprana y silencios prolongados. Lucía, en cambio, prefería el bullicio de las sidrerías de Oviedo y las escapadas a la costa con sus amigos. Sus discusiones solían acabar con portazos o con Carmen retirándose a la cocina, donde el vapor de la olla ocultaba sus lágrimas.

Aquel invierno, Carmen enfermó. No fue una dolencia grave, pero sí lo bastante para obligarla a quedarse en casa. Lucía, a regañadientes, comenzó a encargarse de las compras y de subir cada domingo al santuario para encender una vela “por tradición”, como decía su madre.

Un día, al subir los escalones que llevan a la cueva de la Santina, Lucía encontró una llave antigua sobre un banco de piedra. La tomó sin saber por qué, y al entrar sintió un impulso extraño: subir sola hasta la pequeña campana que cuelga junto a la cascada.

Allí, con el murmullo del agua y el eco del bronce, recordó algo que había enterrado: de niña, su madre la llevaba de la mano hasta ese mismo lugar, y juntas tocaban la campana mientras Carmen le susurraba que cada repique era una promesa que la Santina escuchaba.

Al volver a casa, Lucía dejó la llave sobre la mesa de la cocina.
 —La encontré junto a la cueva. ¿Es tuya?
 Carmen la tomó, y en sus ojos se encendió una luz antigua.
 —Era de tu abuela. Yo… te la iba a dar el día que te sintieras preparada.

Esa noche cenaron juntas sin prisas. Las palabras fluyeron, primero tímidas, luego cálidas. Y cuando Lucía se fue a dormir, sintió que el muro invisible había comenzado a desmoronarse.

A veces, pensó, el amor no llega como un torrente. Llega como una llave: pequeña, silenciosa, pero capaz de abrir la puerta más cerrada.









Peque de vacaciones - Marian Muñoz


                                             



Amigas y vecinas correteando por la calles durante la mañana, sin madrugar, pero sin perder las escasas horas hasta el almuerzo.  La post comida era otra cosa, por la potente canícula no nos dejaban salir hasta ver el sol tras los árboles del parque, tiempo que aprovechaba para leer libros de la pequeña biblioteca del abuelo mientras los mayores sesteaban en sus habitaciones.  La piscina quedaba lejos, aprovechábamos el descanso del papi para llevarnos con su coche, la playa o el viaje a tierras extrañas como los que hago ahora era impensable, daba igual, la felicidad que nos daban los juegos y amigos son un sentimiento nunca más conseguido, el precio a pagar por crecer.


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Señales- Esperanza Tirado






No parece dormir allí. Las calles respiran cansadas después de días enteros de pies yendo y viniendo. Pero nadie duerme. Y las luces siguen encendidas de día y de noche. Desde el cielo, muy a lo lejos, se ven titilando, como pidiendo ayuda. O mandando una señal. Desde ese lejano otro lado hace tiempo que la han visto. Aún no entienden su significado. Por eso esperan. 


Basado en la canción Manhattan de Enrique Morente y Lagartija Nick






Todo a la vez - Esperanza Tirado






¿Fui un héroe, un hombre, un artista, una máscara?

No me queda mucho tiempo. Lo sé. Lo siento en los huesos, en la forma en que el aire se espesa en mi garganta.

He vivido tantas vidas que ya no distingo cuál fue la verdadera. Siento que mi cuerpo se vuelve torpe, ya no responde. He contado lo que debía, lo que sentía.  Solo pido que me escuchen, solo una vez más.

Cuando cierre los ojos, no será un final, sino mi triunfo. Siento una extraña paz.

Como si todo lo que fui estuviera, por fin, en su sitio.


Canción: Lázarus, de David Bowie





El poder de la música - Marian Muñoz




Purita iba feliz por la calle, su nieto pequeño le había dejado unos cascos con los que escuchaba música grabada en un pequeño reproductor guardado en el bolso, iba feliz oyendo sus canciones favoritas de adolescencia y juventud, iba casi flotando, no sentía su cuerpo setentón, al contrario, su espíritu era el de una muchacha de veinte. Con su bienestar llegó al supermercado de siempre donde hubo de quitarse los cascos para escuchar a Juan el del fiambre y a Tomás el pescadero, si bien sus oídos estaban libres, la música seguía sonando en su cuello y sobre todo en su cabeza.

Apenas compró cuatro cosas y fue directa a caja. Era bastante temprano, habiendo solo clientas madrugadoras de toda la vida. Le tocó Sonia aquel día, la conocía de mucho tiempo, siempre con una palabra amable y una sonrisa, como de costumbre pasó los productos por el escáner y mientras Purita sacaba el dinero del monedero le colocó la compra en su bolsa. Finalmente salió el tique y se despidieron.

Mientras cogía la bolsa echó un vistazo rápido a los papeles que acababan de salir de la máquina, pegando un grito de sorpresa e indignación. Todos la miraron, como si estuviera poseída se quejaba de los tiques descuento que el súper le ofrecía: pastillas para limpiar dentaduras postizas y tinte para colorear las canas.

Con una energía impropia de su edad, empezó a protestar de la injerencia de algunas compañías en vidas ajenas, a santo de qué le ofrecían pastillas para dientes postizos si conservaba perfectamente los suyos, por no hablar de las canas, ni siquiera su difunto Carmelo osó nunca decirle cómo debía cortar su cabello o que color usar, ¡eso era ya el colmo! Ante aquel desmadre momentáneo se unió otra usuaria comentando que al comprar una colonia para su sobrino, días más tarde salieron descuentos para cuchillas de afeitar y condones. Otra más que por haber cogido una colonia de bebé que le gustaba mucho le propusieron descuento en pañales y potitos cuando no podía tener hijos.

La cajera sobrepasada por aquella protesta llamó inmediatamente a la supervisora, quien tras comprobar que más vecinas entraban de la calle fisgando lo que pasaba y uniéndose a la protesta, optó por llamar a la policía a pesar de que la mayoría pasaban de los sesenta. Cuando llegaron los municipales intentando calmar ánimos, no tuvieron más remedio que dar la razón a las alborotadoras y conminar a la supervisora que pidiera al equipo informático cambiar el sistema de descuentos.

Después de aquel desahogo Purita volvió feliz y contenta a casa con la compra y con la sensación de haber librado una pequeña batalla como cuando era joven y corría en las manifestaciones contra el gobierno. ¡Que nadie dude del poder de la música!












Nido vacío - Esperanza Tirado









Adiós, mamá, adiós. Sí, que cuelgo ya, que no me quedan más monedas y hay 


una cola que da vuelta al campamento. Que sí, mamá, que me ducho todos los


días. Como bien, de verdad, hasta los guisantes gordos. La mochila está debajo


de la cama, con la etiqueta que me bordaste. Y no he perdido ni un calcetín, te 


lo juro. Cuando vuelva llamo. Vale, llamaré todos los días hasta la vuelta. Te lo 


prometo. Celebraremos mi treinta cumpleaños el domingo siguiente. 




             

Todo/ Nada es igual - Esperanza Tirado






Sigo dando la cena a los niños a las ocho. Les pongo el pijama, les acuesto, les

 leo un cuento y apagamos la luz. Ellos siempre te desean buenas noches antes

 de cerrar los ojos. Yo voy a la cocina, me sirvo un vino, picoteo algo, veo la tele 

me acuesto mientras repaso el horario de mañana. A las seis suena el

despertador. Como ves, nada ha cambiado desde que tú decidiste cambiarlo todo

 para siempre. Bueno, ahora tu madre me llama los domingos. Y, a veces,

 quedamos para dar un paseo y dejarte flores.









       

Vecinos de arriba - Marian Muñoz




En ocasiones el cerebro va a su bola enviando recuerdos que conecta de forma un tanto peculiar, por ejemplo: estaba compadeciendo a los amigos que el día del apagón tuvieron que subir a casa sin ascensor, a partir de un quinto piso. Es la altura con escaleras a la que actualmente llego sin gran esfuerzo, a partir de ahí mi cuerpo no esta preparado para tanto peldaño. Y sin saber cómo recordé mi niñez viviendo en un primero, el ascensor era algo anecdótico y objeto de asombro y curiosidad. Mis mejores amigas vivían encima nuestro, al despertar cada mañana oía sus pisadas o la pelota corriendo por el pasillo pateada por su hermano, señal de estar despiertas. Entonces me apresuraba con el desayuno, preparándome a la carrera para salir a la calle con la comba o la goma, llamándolas a gritos desde la acera, asomándose a la ventana bajaban rápidamente. A pesar de ser pequeña mi voz se oía perfectamente al no haber tantos coches por la carretera como ahora, ni el entorno era tan ruidoso como el de hoy en día.

Después nos trasladamos a vivir a un dúplex en Salinas, al estar los dormitorios en la planta baja, el sonido mañanero más cotidiano era el rumor de las olas o conversaciones a gritos de veraneantes en la playa. Si en el piso de arriba se oía a mamá cacharreando en la cocina o despidiendo a papá para acudir al trabajo, nos indicaba el momento apropiado para levantarnos. Continuando el periplo nos mudamos a la ciudad, aunque ya era adolescente he de reconocer a la postre mi ingenuidad. En el piso de arriba vivía otra familia, más joven que la nuestra, y justo encima de mi habitación se encontraba el dormitorio conyugal. Solía tener el sueño profundo hasta que algún sonido fuera de lugar me despertaba, era entonces cuando oía el ñiqui, ñiqui de muelles de una cama, los imaginaba saltando encima de ella jugando a yo que sé, el caso es que al compartir ascensor por más que los miraba parecían poco joviales, eso sí, llegaron a ser familia numerosa.

Tras una larga búsqueda me mudé con mi chico a un nuevo hogar, el piso de arriba estaba alquilado a estudiantes, las juergas con música o ruidosas conversaciones eran constantes los fines de semana, por no hablar de arrastrar muebles o broncas entre ellos. Por suerte duraron poco y los que les sucedieron han sido más formales, más cuidadosos con el mobiliario y las fiestas son ocasionales, afortunadamente aún conservo la profundidad de mi sueño si bien he de reconocer que con los años he ido perdiendo oído y no me entero de nada.

Es posible que el problema ahora sea yo, mi torpeza va en aumento, se me caen cosas a menudo o tropiezo con patas y puertas por el trajín diario, además del alto volumen del televisor al haber canales que susurran más que hablan y locutores que no vocalizan bien, en fin, a pesar de ello, espero no ser una molesta vecina de arriba.










Fiel lectora -Marian Muñoz








Todos los días a media mañana se entretenía leyendo el periódico hasta el momento del almuerzo.

Ojeaba detenidamente página a página, centrándose en artículos más destacados de firmas reconocidas del país para después hacer los crucigramas.

Se enteraba bien de las noticias y novedades con las que amanecíamos a diario, pero era inútil preguntarle, al terminar su lectura no recordaba nada.

Vivía en una residencia de mayores, siendo la única mujer que leía el periódico y ganaba al dominó. Siempre preguntando el día que era para cerciorarse de leer las noticias del momento. Tenía 99 años, una mente lúcida, gustaba de leer el periódico, no uno cualquiera sino el ABC, del que era fiel lectora, al tener formato de libro era más fácil su manejo. Conocía de memoria autores y colaboradores que escribían en él. Se interesaba por el bitcoin, el gas o que pasaba en Cataluña, pero eso sí, que el ABC no le faltara porque se hubiera sentido muy sola.

Pronto hará seis años que no está entre nosotros, no somos eternos. Sin embargo, al oír o leer las noticias no puedo evitar recordar cuan certeros fueron sus adjetivos calificativos a ciertos políticos, si continuara viva lo hubiera clavado



Crímenes amargos - Esperanza Tirado

                                 Diferencia entre homicidio y asesinato y las penas correspondientes

 

 

 

Con una piruleta como único consuelo, el detective dejó la escena del crimen. Esta vez no habían llegado a tiempo. ‘Parece que quien te quiere, te quiere mal, nena’, le escucharon murmurar al subirse al coche patrulla. 


 

 

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Lado oscuro - Esperanza Tirado

                                          Desmantelan un quirófano clandestino que hacía aumentos de pecho y ...

 

 


El prohibitivo tratamiento de mi nieto me hizo pasarme al lado oscuro. Conocí a estafadores, usureros, traficantes de todo género; desde simple hachis hasta seres vivos, también de todo género y condición. La mía, sin embargo, no cambió ni un ápice. Mientras buscaba el camino y mi pequeño ángel se debatía entre la vida y la muerte, logré ver la luz. Desde un tugurio, mal llamado quirófano, conseguí mi propósito. Me había costado un riñón. Viendo a mi nieto jugar al fútbol desde la grada olvidé mis oscuras cicatrices.


 

 

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Día a día - Esperanza Tirado


                                           La Cuna Vacía: Comprendiendo y Acompañando el Duelo Perinatal desde la ...

 


Adiós, mamá, adiós hermanita. Qué pena que te fueras sin nombre. Con la de listas que habíamos hecho y la de regalos que nos habían llegado a casa para las dos. No sé qué hará papá ahora que mamá no está. Él sabe cocinar, la abuela también nos trae tápers los fines de semana, la chica que planchaba y me llevaba al cole viene mañana. Pero me siento un poco rara con tanto silencio en casa. Supongo que papá venderá la cuna y volveré a mi habitación con mis juguetes.



 

 

 

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Lágrimas de niña - Esperanza Tirado

                                          Ayude a la anciana o anciana asiática en silla de ruedas eléctrica y use una máscara facial para proteger la infección de seguridad en el parque. - 169601262

 


Adiós, mamá, adiós, te quedas en buenas manos, le digo abrazándola. Aunque, lo que en realidad pienso, no se lo digo. Ella me mira con su sonrisa de niña que fue y vuelve a ser, y me da un beso en la mejilla. No te preocupes tanto, me dice, que estás adelgazando mucho. Y a los hombres no les gustan tan flacas. Mis lágrimas resisten. Le doy un último beso y la celadora del turno de tarde me sonríe. Ella ya está acostumbrada a estas despedidas.

 

 

 

 

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Tan a gusto - Esperanza Tirado


                                     Entierro, Ataúd, Funeral

 


El prohibitivo tratamiento de mi nieto, la hipoteca a treinta años de mi hija, la dentadura de mi santa, las deudas de juego de mi ahijado, que valiente sinverguenza… Todo eso me ronda por la cabeza mientras intento redactar un testamento que agrade a todos los que me sobrevivan. No me aclaro, porque nadie parece hacer méritos. Así que dejo los folios a medio garabatear y miro catálogos de ataúdes. Al menos que alguien esté a gusto en algún sitio.

 

 

 

 

 

 

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Deseos para un nuevo año - Esperanza Tirado

                                             Comida, Sopa, Menú, Cena

 


La larga cola de novicias que se estaba formando delante de las cocinas fue providencial. Con el frío de diciembre a nadie le apetecía estar mucho tiempo afuera. Así tardarían menos en repartir la comida a los residentes del refugio de enfrente. Comer caliente, dormir bajo techo, una ducha y ropa limpia. Podrían desear más. Regresar a sus países era en lo que coincidían todos. Pero ese ansiado regalo tendría que esperar otro año más.

 

 

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                                           Arma De Fuego, Revólver, Bala, Pistola

 


Pagaba al asesino por el trabajo realizado, al repartidor que traía a casa el pedido del supermercado, a sus empleados de la lavandería y del restaurante de cinco tenedores que regentaba, a las ONGs a las que estaba asociado para reforestar el planeta o dar una mejor vida a niños que jamás conocería. Era un ciudadano ejemplar que cumplía sus obligaciones y saldaba sus deudas. 

No entendía cómo, en un momento de relax fumando en el callejón trasero de su local, un tipo apareció, apuntándole con una pistola. 

Algo de su mujer cabreada, farfulló antes de dispararle.

 

 

 

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