Nunca entenderé la crueldad de algunos niños a maltratar a los bichos. Uno era mi hermano a la edad de ocho años. Cazaba saltamontes y le arrancaba las patas de saltar. A las moscas les arrancaba las alas y lo que hacía con las arañas era lo más cruel. Con un palo recogía la araña de cualquier lugar del campo. Daba igual qué tipo de araña era, cualquiera que fuese gorda le servía. Dejaba el bichejo en la acera y con otro palo en el cual había envuelto previamente un plástico, lo encendía con las cerillas que le había cogido a mi madre de la cocina y aquel plástico derretido goteaba sobre la araña que se retorcía de dolor.
Ahora que soy grande sé varias cosas, y sin haber estudiado psicología. La rabia acumulada de mi hermano por haber quedado sin nuestro padre tan pequeño hacía que explotase por algún lado y lastimosamente lo pagaba con los pobres bichos.
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