Pareciera que los comentarios de la gente reclamen la cotidianidad del clima. En los saludos de los encuentros entre las personas, se intercambia siempre, como algo sorprendente, una nota sobre el comportamiento de la atmósfera palpable.-“Buenos días vecino, que calor tan sofocante tenemos” -“Buenas tardes Pedro, ponme una pechuga de pollo. Ay!! que no sé qué van a pastar tus vacas como siga sin llover”. –“Hola doña Anita, voy al parque a tomar este sol radiante que tenemos” Y es que ya estamos en enero y no hace frio y las nubes no tapan el sol ni quieren llorar. Hasta las cumbres más altas esperan impacientes el manto blanco que enfría los ardores del estío y que tras fundirse en agua con la loca primavera las hará explosionar en esplendor de vida hermosa. Adela saborea feliz este verano eterno e inagotable. No le gusta el frío, ni el viento que enfurecido silba en las ventanas y embravece los mares que se tiñen de gris y rugen en marea de olas gigantes. Lo ha visto una vez cuando Teresa la llevó a su pueblo de marineros a pasar unos días. Pasó mucho miedo. Y el agua,¿çómo va a faltarnos un día el agua?. Solo hay que mirar el río que pasa por el pueblo. Serpentea cuando encuentra la montaña y forma meandros que pregonan su poderío ante ella. Discurre caudaloso y raudo en la llanura silenciosa hasta llegar a la cascada donde en un salto de gigante entona un sonido perfecto, una melodía entre la piedra y la espuma. En Urbel jamás ha faltado el agua. Le ha contado Matías que el poblado se asienta sobre un lago subterráneo que al filtrarse regala arroyuelos y fuentes y que en el descaro de su rebose cuando llueve mucho, escupe por la boca de la cueva que lo contiene, el aluvión de su crecida. Matías sabe mucho sobre esto, bueno, y sobre muchas cosas más. Ha estudiado en una universidad muy buena. Matías es joven y es simpático. Le gusta hablar con los lugareños cuando se acerca los fines de semana para descansar en la casa que un día fue de sus padres. A Adela le gusta escucharle, como es maestro, sabe muy bien cómo hacerse entender. Ella pocas veces ha salido del pueblo. Ya es mayor para emprender caminos. Estuvo a punto de hacerlo cuando Teresa su amiga del alma, se marchó al norte a aquel pueblecito donde el mar se junta con el cielo y huele a sal y a una hierba que reposa en la playa, ocle lo llama Teresa. Pero no, ese no era su lugar. Si agasajas a la tierra con tu trabajo, la tierra te obsequia con la dádiva de alimentos que ves crecer y madurar. Los cuidas, los mimas y son como hijos que te devuelven en gratitud toda su energía. Y ahí quiso quedarse ella Las tierras de Urbel son muy fértiles en lentejas y el hierro de esta legumbre ha legado a toda la personalidad y persona de Adela la valentía y el arrojo para vivir sola, que no en soledad.
Tiene un pequeño huerto que es la admiración de muchos vecinos y la envidia de muchos otros. Tomates que colorean, pimientos verdeando, lechugas de todos los colores, calabacines blancos y verdes, anaranjadas calabazas que expanden ramas y hojas adueñándose del suelo y muchos más hijos. Variedad y calidad. Es Enero y el huerto está en descanso. Adela sigue el calendario de siembra agrícola aunque si el tiempo sigue siendo eterno verano tal vez haya que cambiar ese calendario. Los frutales parecen confundirse en su proceso de maduración y crecimiento Este año las nueces anticipadamente maduras han caído del nogal sin esperar el viento que las ayuda a desprenderse en los meses de octubre y noviembre.
En un rincón de su vergel tiene Adela unas azucenas blancas y amarillas que por la época del año deberían dormir en sus bulbos. El sol camelador las ha dado con su luz y calor el poder de lucir en invierno Adela las contempla cada día desde su ventana. Son preciosas, Esta noche hay un perfume distinto en el aire. El descanso nocturno se vuelve agitado. La pesadilla se cuela en los sueños de Adela. Ve con claridad nítida como Urbel desaparece tragado por el lago subterráneo que emerge violento sin pedir permiso, enfadado por no recibir el alimento que se le debe, la lluvia El ruido ensordecedor de un trueno la arrebata del mal sueño. Corre descalza y observa que tras la ventana están las azucenas mordidas por la lluvia. Van a sufrir su destiempo. Ha llegado el invierno a Urbel. Ojalá que la película de su dormir no sea una premonición, el lago subterráneo ya tiene su alimento y la vida de las bellas azucenas del huerto.
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