Alas quemadas - Esperanza Tirado

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  En el libro de su destino ya estaba escrito desde antes de que él naciera. Habría de seguir los pasos de la tradición familiar, en la herrería que su tatarabuelo construyó con sus propias manos. Dicen las malas lenguas que con ayuda del mismo Diablo, que vino del Infierno a traerle las brasas con las que el metal es todavía ablandado para darle forma.

Aunque entiende el valor que supone el duro trabajo en la herrería, sus pies y su cabeza siempre sueñan con ir más allá, a un lugar más ligero, más amable, donde lograr que sus alas vuelen. Donde su suave piel no se queme y su pelo rubio no se vuelva tizne.

Eso quisiera también su madre, que cuando le acunaba por las noches le cantaba que dio a luz a un ángel; pero que no le entregó unas alas para irse lejos, ya que debería ser fuerte y luchar por ellas.

Cuando el fuego se calienta en la forja y su padre da un nuevo martillazo contra el viejo yunque, su cuerpo menudo se estremece y sus sueños sucumben chamuscados. Y otro trocito de su alma se quema. Junto con sus incipientes alas, que dejan una nueva cicatriz en su espalda.

 

 

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El Insti - Marian Muñoz

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Estoy emocionado al verme rodeado de tan buena gente en la presentación de mi quinto libro, guardo un recuerdo entrañable de los momentos vividos entre estas paredes con profesores y compañeros de clase, algunos incluso se han atrevido a cruzar nuevamente el umbral del Insti, por el que alegremente salíamos y tan pesarosos entrabamos. Con los años he descubierto que un instituto no es más que un reflejo en pequeño de nuestra sociedad, si logras encontrar la parte buena y mejorar, has logrado tu objetivo.

Como decía nuestro profesor de filosofía Don Samuel, cada uno forja su destino, y el mío quedó ligado a Dimas, nuestro bedel, un hombre afable con eterna sonrisa en su rostro. Como tuviera que reñirte por alguna trastada escuchabas una buena reprimenda por lo demás era un buenazo, todos le queríamos y siempre estaba dispuesto a escucharnos cuando las notas nos daban un disgusto, por eso de niño siempre quise ser como él. Al terminar los estudios en el centro el siguiente paso era ir a la Universidad o hacer un módulo de formación profesional. Lo tuve muy claro desde ese día, iba a preparar oposiciones para bedel.

Familiares y amigos pusieron el grito en el cielo, el trabajo estaba bien pero el sueldo era otra cosa, tenía que seguir formándome para conseguir un puesto mejor, un sueldo mejor es lo que venían a decirme. Ya sabéis que no lograron convencerme y fui el primero de clase que se puso a trabajar. Efectivamente el sueldo era y es muy justito, pero las condiciones laborales increíbles. Algunos de vosotros trabajáis ocho horas con buen sueldo, pero estáis diez o incluso doce horas fuera de casa debido al traslado hasta vuestro lugar de trabajo. Sin embargo, yo lo tengo bien cerca, no hay que madrugar demasiado, somos dos y nos turnamos cuando hay que echar horas de más, pero lo mejor de todo es el trato con los alumnos no creáis que son tan diferentes a como éramos nosotros. Tengo libres puentes y vacaciones escolares y en verano tan sólo nos acercamos para comprobar que todo esté en orden, eso me permite dedicarme a mis aficiones favoritas: viajar y escribir. Este es mi quinto hijo, y agradezco que me acompañéis en el parto, aunque nunca llegaremos a ser familia numerosa.

El título del libro SINSABORES DE UN BEDEL parece triste, pero si os animáis a bucear entre sus líneas veréis que mi ocupación y anteriormente la de Dimas tiene muchos momentos alegres y divertidos.

No voy a aburriros más con mi charla, agradeceros nuevamente vuestra presencia y deseando que seáis tan felices en vuestras vidas como lo he sido escribiendo este libro, gracias.



 

 

 

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Novela - Dori Terán

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 El sol se estrella en la ventana decidido y con fuerza. No pide permiso, invade la habitación como si quisiera cargarla más allá de la vitamina D que la leyenda cuenta que él posee. Cargarla de luz, de energía, de ese misterio cálido, ardiente que encierra en su esencia,…de vida. Escribo esta novela desgarradora que algún día aún lejano se tornará libro. No cuenta historias soñadas aunque si sueños rotos y heridos y también alegrías, emociones y logros que saben a cielo. No cuenta conquistas y hazañas aunque si la forja de una vida valiente y comprometida. –¡A si María¡- Me dice socarrón Ismael- ¿qué valentía es esa?- pregunta mientras me mira muerto de risa. Juega con la consola y a pesar del ruido le llega el murmullo de mi pensamiento ¿Cómo voy hacerle comprender al muchachito de apenas trece años las vivencias cotidianas habidas en una mujer de sesenta?. Ismael tal vez crea que el mundo ha sido siempre como él lo ha encontrado cuando lo nacieron en este planeta. Ismael carece de datos, su existencia es facilona. Aún no ha abierto su gentil boca para pedir, ¡ que digo pedir¡, reclamar con exigencia algo, cuando ya lo tiene. No le importa ni como, ni a través de quién, ni el precio en dinero o sacrificio. Lo tiene. El peligro es inminente en estos sucesos, llegará un día que algo o alguien en la vida le obsequiará un no a cualquiera de sus deseos inmediatos y gratuitos. Estos son los niños y los hombres que eligen el suicidio. Tampoco en la escuela le hablan a Ismael del discurrir de la historia, los retos de cada tiempo, las esclavitudes, los avances, las mentiras, las pérdidas, las mejoras… Solo conoce una historia almibarada, anecdótica, disfrazada, como un cuento de buenos y malos, de reyes y plebeyos, de batallas y sucesiones, de algoritmos políticos... y nunca de un pueblo que jamás nombra personas con nombre y apellido con alma y corazón. Los auténticos protagonistas. Miro a Ismael con cariño y con pena. Ignorar la verdad por dolorosa que sea es siempre una pobreza cruel e inmensa. Revuelvo el pelo de Ismael juguetona y entre carantoñas le doy un beso. Corro a continuar escribiendo mi novela. Hay mucha vida cierta que contar. Espero que muchos Ismael la lean.


 

 

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Último verano - Marga Pérez

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Cuando despertó no sabía dónde estaba. La excesiva claridad le cegaba y el ruido la aturdía. La cabeza le iba a explotar y el estómago le daba vueltas .Todo se movía de forma acompasada: el techo,las olas, los ronquidos … ¿ronquidos? ¿olas? ... ¡Oh cielos! ¡estaba en un barco! sabe dios dónde y en la cama con alguien al que no se atrevía a mirar. Aquello no le podía estar pasando a ella, así que cerró los ojos con la esperanza, que al volver a abrirlos, lo hiciera en su cama. Tenía que ser un mal sueño…

Nada más cerrarlos quedó dormida y al despertar comprobó con estupor que estaba en el mismo sitio. La cabeza ,ya más despejada, le dejó ver el camarote. Sobre su almohada el mar salpicaba el ojo de buey, al bajar ,y después, al subir, cambiaba a azul cielo. Sólo luz. Ese sube-baja era lo que la tenía tan revuelta. Tanto o más que lo que le rodeaba: ropa por el suelo, cristales de una copa, otra derramada, botellas vacías, una con su tanga alrededor del cuello a modo de servilleta, el sujetador sobre la lámpara de sobremesa que oscilaba entre botellas y copas que iban de un lado para otro. La cama deshecha y unas piernas depiladas y musculosas sobre una sábana tan arrugada que, apenas distinguía el resto del cuerpo que ocultaba. Qué mal se sentía… Había bebido como una cosaca en aquella discoteca a la que no quería ir. Cómo no vas a venir, estamos en Ibiza, vístete ya, estamos de vacaciones, ¿me vas a dejar sola? Podías haberme avisado antes de organizar el viaje ¿vale? No hay excusas que valgan, vamos a ir, las dos ¿eh? Vamos a ir… No hubo escapatoria, era el peaje que tenía que pagar por ser su amiga. No tenían nada en común más que ser amigas. Se conocieron en infantil y se acababan de graduar. Siempre juntas. Este era el último verano antes de separarse para ir a la universidad, una a Toronto y la otra a Bruselas. Iba a ser un reto, si . Lo afrontaban con ilusión y, en el fondo, con alivio¡Eran tan distintas!

En la discoteca hubo que beber. La entrada era con dos consumiciones y ella no iba a dejar que Lucy se emborrachara tomando las cuatro. Era su amiga. Sabía que era capaz, la había visto, pero estaban solas, lejos de casa... instinto de protección, le dirá cuando la vea. Las dos consumiciones fueron letales. A ella, que no le gustaba bailar, acabó sobre la barra rodeada de músculos bronceados que se contoneaban como animales en celo ante su presa.. bebía y su vaso siempre estaba lleno. Lucy no aparecía entre sus recuerdos y trataba de recordar, cómo había llegado al barco, cómo había conocido a aquel de las piernas depiladas, qué había pasado entre ellos...Era incapaz. Lo último que recordaba era ella bailando sobre la barra ¡subidón, subidón! Se hubiese comido el mundo.

Se levantó, procurando no hacer ruido, avanzaba con dificultad. Aquello se movía como una coctelera y ella también. Todo le daba vueltas. Necesitaba un sitio donde arrojar tanto malestar. Lo encontró y, como pudo, atinó con el retrete, echó hasta la bilis, así y todo no mejoró. Volvió a acostarse y enseguida sintió sobre su cuello el vaho caliente, apestoso y lujurioso del de las piernas depiladas. Se le erizó todo lo erizable, menos las ganas de sexo. Se dio la vuelta dejando claro que dormir era lo que quería pero sintió su cuerpo sobre ella, y por lo que notaba en el muslo, a punto de ser penetrada. ¿cómo podía tener aquella erección con aquel mareo? Igual el meneo del barco… No sabía nada y quería dormir. Se quitó de encima al musculitos fingiendo arcadas y se encerró en el minúsculo retrete dispuesta a no salir . Se sentó sobre la tapa y entre duermevela y duermevela oía los gritos, los golpes en la puerta y las lindezas que el le dedicaba cuando vio que no quería seguir con el juego.

Ella acurrucada y desnuda se abrazaba las piernas sin ver el final . Cada vez tenía más miedo. No sabía cómo iba a salir de aquella. Rebuscó en los compartimentos que había debajo del lavabo con la esperanza de encontrar un móvil pero sólo encontró una revista de fotografías de barcos, de pescadores con sus capturas, de tiburones colgados por las colas… Menos mal que no era porno, habría potado, seguro.

Ya oscurecía cuando oyó una sirena. Se puso de pie sobre la taza para mirar por el ventanuco. Un barco estaba cerca ¡estaba salvada!

Enseguida oyó la voz de Lucy tras la puerta, abre, no seas tonta, vamos a tierra, pero ¿por qué no abres? Ella tenía los dedos agarrotados, no le salía la voz, lloraba, estaba desnuda, muerta de frío… . Cuando al fin pudo abrir no entendió sus risas, ni la ironía de su tono, ni la algarabía general. Todos sabían algo que ella desconocía. Lucy se lo contó en el hotel compartiendo, como no, la achicoria caliente que tanto le gustaba. Todo lo había preparado ella, era su último verano juntas y quería que lo recordase como el mejor de su vida… Hasta aquí llegó nuestra amistad, querida Lucy, tantos años juntas y ni siquiera admites que a mi me guste el café.¡ Que te den! Y con un portazo puso el punto final a su infancia.


 

 

 

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Por una buena causa - Esperanza Tirado

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No sabe si celebrar el triunfo obtenido en el juzgado unas horas antes o tomarse una infusión de achicoria para quitarse el mal sabor de boca que le amarga la existencia. Defender a un asesino tiene esos inconvenientes. Pero no es ella quién decide, sino las altas esferas del bufete.

Mira al techo, imaginando a sus jefes, su familia, tres pisos más arriba, nadando entre fajos de billetes; como el Tío Gilito en los cómics de Don Mickey que leía de pequeña en casa de sus primos, regocijándose de sus éxitos, presentes y futuros.

El Gran Tiburón es el rey del mar y el apodo de los más duros de los despachos de abogados. Ella aún no llega a merluza, ni siquiera a pez payaso. Y cree que no conseguirá sumar puntos sin hincar bien fuerte el diente al oponente de turno.

Todavía duda si está hecha para este trabajo. A pesar de que toda la estirpe familiar la mire con cara de ‘o eres de los nuestros o te quitas de en medio, perdedora’, desde la foto que tiene colgada en su despacho. Arriba también pensarán lo mismo. Aún está verde, más que el plancton, que todos los peces se comen.

Cada mañana les mira a todos, de uno en uno, sentados, con cara seria, vestidos de negra toga y blancas puñetas, intentando descubrir qué heredó de ellos; foto de estudio en blanco y negro y un empujón hacia la carrera de Derecho aparte.

Que no logró rebatir con su escasa dosis de elocuencia de entonces.

A freír puñetas me van a mandar a las primeras de cambio, pensó, cuando se sentó en la banca de su primer curso el primer día de clase. Sintió un frío espeluznante en su espalda. Eran sus antepasados que, sin mirarla, la obligaban a seguir sus pasos.

Pero, contrariamente a su idea, aquello le gustó. Como para quedarse el primer curso y continuar hasta terminar de subir una larga escalera que concluyó tras pelear a lo largo de 240 créditos, cuatro largos años.

Pero la agonía del Licenciado en Derecho es larga y tortuosa. Aún le quedaban las prácticas. En el bufete familiar, por supuesto.

Y desde abajo. Los apellidos en su caso no sirvieron ni para ponerlos en una placa en su mesa, puesto que no le dieron ni un triste pupitre escolar.

Tenía que ganarse el derecho de ser una licenciada de ley, nunca mejor dicho. La copa del triunfo estaba lejos de ser alcanzada.

Así pues, empezó un lunes de buena mañana en el bufete familiar, acompañada de su padre, de su hermano mayor y de su tío. Que pronto la dejaron sola, nada más traspasar las puertas de sus elegantes despachos de caoba, decorados con cuadros y esculturas de artistas de prestigio. Sus reuniones con los clientes VIPs eran más importantes que una hija, hermana, sobrina, que empezaba de cero.

Y allí se quedó ella, en recepción, mirando con cara de haba a la recepcionista. Que de vez en cuando le dirigía miradas de refilón, intentando evitar ser ella quien tuviera que cargar con el pececillo.

Por mucho apellido ilustre que tuviera, ella ya tenía bastante con filtrar y redirigir llamadas entre sudokus y pintauñas. Y nada ni nadie le iba a cambiar los esquemas. Su culo ya estaba bien acomodado en aquella silla de cuero rojo, a juego con sus uñas.

Así que tenía que empezar desde abajo… Como todos, claro.

Pero… ¿Cómo de abajo? ¿Y hasta dónde era arriba?

Se sabía toda la legislación de la A a la Z, había sacado dieces en
Derecho Romano y Derecho Constitucional, se había ido de Erasmus todo un curso a Bolonia… ¡Bolonia, nada menos!
Ciao Bella Italia… Qué bellos italianos… Caros bambinos

Su madre, abogada también durante un tiempo, le sufragó varios Másters, entre ellos uno sobre Derecho Digital y otros sobre Asesoría de Empresas. Estaba a medias de otro, sobre Propiedad Intelectual y Derecho Tecnológico. Pero como era online pensó que lo podría compaginar con las prácticas.

Una vez puso un pie en el bufete con los títulos en la mano, sus conocimientos se escondieron en una bolita e hicieron ‘puf’, despareciendo bajo la gruesa moqueta que decoraba todo el espacio, que ahora le era hostil. Tantas tardes había pasado haciendo los deberes en este o aquel despacho, o en la sala de juntas. Ahora la sensación era distinta, como de ahogo. Como un pez fuera del agua.

¿Quién le guiaría? ¿Cuánto más tendría que aprender? ¿Tendría que fotocopiar dosieres, organizar archivos de papel del año catapúm, limpiar cada lámpara de cada elegante despacho? ¿Apagar los ordenadores y las impresoras cuando todos se fueran de copas los viernes?

Recuerda aquellos tiempos con nostalgia. Era como un pez de acuario, ligero y sensible, que tuvo que crecer a golpe de recurso y aletear rápido, comparando y estudiando casos y más casos. Nunca se acababan, lo cual era bueno para la profesión. Pero una tortura para su cerebro, consumido por los datos.

A día de hoy su cabeza se ha transformado en una especie de ordenador humano, compatible con el que tiene en la gran mesa de su despacho con su nombre y apellido reluciendo en una placa dorada; y ambos llenos de archivos y carpetas de casos ganados, alguno perdido, y mucho dinero aportado a la empresa familiar. Que crece disparada, a veces sin mirar el currículum, en ocasiones dudoso, de sus defendidos.

Mira la foto familiar con otra cara. Ya soy uno de vosotros, se dice, sonriéndoles. Sin amabilidad, pero tampoco con rencor. Aún no se ha ganado el título de tiburona. En su corazón sabe que no tiene esa alma dura que hay que tener para ser como los que la observan desde esa foto. O quizá es el blanco y negro, ya amarilleado, que hace que se endurezcan los sentimientos retratados hace tantos años.

No quiere defender a más asesinos, ni que prestigiosas abogadas de universidades americanas le impartan lecciones magistrales para forjar su coraza frente a los tribunales.

No. Está segura de que ella celebrará muchos triunfos más, sin tener a su lado alguien con las manos manchadas de sangre.

Pero será, o eso querría ser, una abogada justa luchado por causas buenas y justas. Tal vez nunca tan dura como Alicia Florrick, ni sus sueños tan idealistas como los de Ally McBeal.

Cuando consiga que su nombre y su apellido suenen por sí mismos fuera de las alfombras del bufete familiar, sin tener que defender casos que la hagan sentir náuseas de repugnancia ante lo indefendible, sabrá que su verdadero camino habrá empezado. Saltando sobre el agua, entre juicios, veredictos y fiscales. Como un delfín, con curiosidad e inteligencia para evitar ser mordida.

 

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En paro - Marian Muñoz

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Por fin he encontrado ánimos para hacer alguna tarea en casa, esto de estar en el paro ha trastocado mi ritmo de vida y no sé si voy o vengo, tanto tiempo libre no sé cómo ni en qué emplearlo y la vagancia está haciendo mella en mí, pero creo que hoy es el primer día de mi nueva existencia. He conseguido madrugar e ir preparando mi currículo en el ordenador, ¡ya es algo! Ahora voy a limpiar que tengo la casa un poco abandonada.

¿Uy que es esta hoja? Parece una lista y es la letra de David, ¡qué raro! “Lámpara, copa, techo, fotografía ¿por qué lo habrá escrito? Que yo sepa no se ha roto nada y tenemos lámparas de sobra, espera que voy a mirar al techo no sea que tengamos alguna humedad. Pues no, parece estar todo en orden, cuál será el motivo, no me lo explico, ya sé voy a llamar a la mayor por ver si sabe algo del tema.

  • Hola cariño ¿estás bien?

  • Sí mamá ¿y tú?

  • Bien, bien, oye ¿has hablado últimamente con tu padre?

  • No, porqué, ¿es que le ha pasado algo?

  • No, no, pero ya sabes, tú y yo charlamos a menudo y no quiero que pierdas la relación con tu padre

  • ¡Mamá hace dos semanas que comimos juntos!

  • Sí, ya lo sé cariño, pero bueno, sabes lo que quiero decir ¡eh!

  • Mamá estoy trabajando, si no es para nada más, te dejo.

  • ¡Claro cariño, un beso!

  • Adiós mamá.

Pues nada, no me ha aclarado nada, estoy de lo más intrigada, ¡ay madre seguro que tiene una querida y eso es para su nidito de amor! ¡Será lagartona! como sea Mónica la secretaria te aseguro que la borro del mapa, siempre poniéndole ojitos a mi David, estas chicas jóvenes ni siquiera respetan la calva de los casados, pues que se prepare porque la venganza se sirve en plato frío. Déjame pensar, creo que voy a llamar a la pequeña, quizás sepa algo, la tantearé, es más ingenua que su hermana y seguro que canta.

  • Buenos días me pone con la doctora Carrillo, por favor.

  • Hola cariño, ¿qué tal llevas hoy la consulta?

  • Bien mamá, ¿ocurre algo?

  • No, no, bueno era para preguntarte si has hablado últimamente con papá, creo que le noto algo raro y era por si tiene algún problema de salud.

  • Mamá sabes que no puedo contarte nada de un paciente, ni aunque sea papá, pero estate tranquila que no me ha comentado nada. ¿Crees que está enfermo?

  • No, claro que no, pero era por si sabías algo de él que yo no sepa.

  • Mamá hace dos semanas que comimos juntos y tengo mucho trabajo, ya estoy retrasando la cita de mi paciente por esta charla sin motivo, así que sintiéndolo mucho te dejo, búscate un entretenimiento durante este período, vete al gimnasio, a la piscina o haz manualidades, ya verás cómo dejas de preocuparte por papá. Un beso, ciao.

  • Adiós cariño.

Bueno, ya veo que no consigo sonsacar nada a las chicas, voy a dejarlo reposar un rato por ver si se me ocurre a quien más preguntar. Ya sé, me tomaré una taza de achicoria e intentaré leer en los posos, creo que era mi prima Julita quien decía que el poso de una infusión habla mucho del destino. ¡Pues ale, a la cocina! Esta achicoria debe ser malísima porque se ha disuelto toda y lo que ha quedado en la base de la taza es el azúcar que no removí, pues no me quedo tranquila, voy a registrar los bolsillos de sus chaquetas o pantalones por ver si pillo alguna infidelidad.

¡Madre mía cuanta ropa tiene! Y yo que cada poco estoy comprándole algo porque siempre se pone lo mismo, está visto que de ahora en adelante he de escogerle lo que lleve al trabajo y que airee tanto traje. ¡Puf que cansada estoy! Voy a sentarme un rato delante del televisor y entretenerme con algo, hacer no he hecho nada, pero estoy agotada, y todo es por la incertidumbre de esa dichosa lista. ¡Seré tonta! Dentro de poco es nuestro aniversario y quizás ha comprado por fin ese apartamentito en la playa que tanto me gusta, ¡anda que si es una sorpresa! Y yo pensando que tiene una amiguita por ahí ¡ay que tonta! Bueno espera, igual el pisito es para disfrutar con la otra y a mí me tiene para lavarle los calzoncillos y lustrarle los zapatos. Pues no, por ahí no trago, si tiene otra que se vaya con ella que no soy segundo plato de nadie.

  • ¡Cariño, ya he llegado!

  • Hola, que pronto has vuelto.

  • ¿Pronto? Si son las tres de la tarde, ¿qué ha pasado en el dormitorio que esta toda mi ropa encima de la cama?

  • Nada, estuve limpiando un poco.

  • Hoy me ha entretenido el tiburón de Miguel, no para de exigir cada día más y estoy por cambiarme de departamento a pesar de estar a gusto con el trabajo.

  • Ya, claro, ¿muy a gusto?

  • Pues sí, ¿Qué hay para comer? ¡tengo un hambre de león!

  • ¿Comer, dices comer de comida?

  • Sí, claro, no me digas que te has entretenido limpiando y no has preparado nada, ¡hombre menos mal que apareció! Estuve buscando esta lista como loco y no sabía dónde la había perdido.

  • ¡Pues ya la tienes aquí! ¿Se puede saber qué es?

  • Claro, la pequeña que por culpa del trabajo no para en casa y me dijo que tenía unas cosas que arreglar y lo anoté para no olvidarlo, y ya ves, pierdo el papel, ¡si es que no se puede llegar a mayor!

  • ¡Ah, era eso!

  • Sí claro, pero venga, vamos a ver que tenemos en la nevera o acabaré hincándote el diente.


 

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Cumplir un sueño - Cristina Muñiz


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Avanzaban en fila, las lámparas frontales rivalizando con las sombras de la noche, el frío, insolente, tratando de abrirse paso entre las diversas capas de ropa térmica. En sus estómagos una infusión de achicoria y unas galletas. Los pasos cortos, perezosos, fatigosos… Pese a todo, Nuria se sentía eufórica. Llevaba mucho tiempo soñando con ese momento, desde que había visto un documental sobre una expedición al Everest y algo se removió en su interior. “Un día yo subiré allí”, dijo llamando la atención de su familia. “Sí, y yo bajaré a la fosa de las Marianas” se mofó su hermano.

Nuria comenzó a entrenar durante la semana como si se fuera a presentar a una competición olímpica. No sabía a qué dedicarse en la vida, no había nada que le llamara la atención, que la emocionara, salvo la montaña. Una montaña que visitaba todos los fines de semana integrada en un grupo de escalada para principiantes primero, de gente experta después. El tiempo fue pasando entre gimnasios, carreras al aire libre y paredes de escalada. Finalizado el bachillerato decidió estudiar Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, algo que no sorprendió a sus padres, pues el deporte se había convertido en su modo de vida. En cambio, su hermano, aunque no soñaba con descender a la fosa de las Marianas, estudió Ciencias del Mar, abandonó el hogar familiar y se trasladó a vivir al Caribe como instructor de buceo. La casualidad hizo que estuviera en casa el día de su partida. Le había colgado al cuello una cadena con un tiburón “hay que ver que diferentes somos: mar y montaña. Quiero que lleves contigo este amuleto para que vuelvas a casa sana y salva”, le susurró al oído. Luego se había despedido de los tres seres más importantes de su vida con un abrazo emocionado y los ojos luchando por retener las lágrimas.

Nuria sentía su respiración entrecortada, las piernas como si se estuvieran convirtiendo en piedras, pero era normal, estaba bien y llegaría arriba. No buscaba ninguna copa que certificara una hazaña deportiva, tan solo quería alcanzar la cima. La columna continuaba avanzando, comunicándose a menudo con el campo base. Habían tenido suerte, el día era bueno, aunque en ese lugar nunca se sabía. Delante de ella, Marc, su compañero italiano, tropezó arrastrándola en su caída. Por unos instantes sintió que el mundo rodaba alrededor de ella, envuelta en un torbellino de nieve y emociones. Pero la cuerda aguantó. Los otros compañeros aguantaron. Y tan solo habían descendido unos diez metros. El sol ya había hecho su aparición, apagaron los frontales y reanudaron la marcha a través del extenso y peligroso nevero. Desde el campo tres, donde habían pasado la noche, los prismáticos perseguían la multicolor fila india que ya se iba aproximando a la escalera situada plana entre los dos bordes de una gran sima. Pasaron sin problema dos de sus compañeros. Le tocaba a Marc que comenzó a tambalearse ya antes de pisar el primer peldaño. Le gritaron para que avanzara pero permaneció inmóvil, mirando al vacío como si él mismo fuera una estatua de hielo entre el hielo. El jefe de la expedición, Gabriel, se acercó y le ordenó dar un paso atrás. Marc sentía nauseas, dolor de cabeza y desorientación, no estaba en condiciones para continuar la marcha. Debía abandonar y comenzar el descenso y debía hacerlo acompañado. Gabriel se puso en contacto con el campo tres para comentarles la situación y luego pidió un voluntario para bajar con Marc; ya se estaban preparando para subir a ayudarlos. Nadie se ofrecía. Marc ya había empezado a descender con pasos tambaleantes. Durante unos segundos, en el silencio absoluto de la montaña, resonó con fuerza la tensión; todos se habían preparado para llegar arriba. Nuria, aterrada, temblaba de frío y de miedo. No. No podían elegirla a ella, esa era su única oportunidad. De pronto, Felipe, levantó un brazo a modo de despedida y fue tras los pasos de Marc. Nuria respiró aliviada y se relajó. Le tocaba a ella atravesar la escalera. Cuando sus grampones se agarraron con fuerza al primero de los helados peldaños sus ojos se desviaron hacia la inmensa fosa azul y blanca, pese a que le habían advertido de no hacerlo. Obvió los gritos de Gabriel y permaneció un breve momento deleitándose en la inmensidad del abismo. No creía que existiera en el mundo nada más hermoso. Luego, elevó la vista y se concentró hasta llegar al final. Continuaron la ascensión, ya venían varios grupos detrás, ellos habían sido los primeros en salir, aún en mitad de la noche. El aire era cada vez más escaso, la marcha más lenta, el cansancio más acentuado. Nada de eso importaba. Nuria estaba cumpliendo el gran sueño de su vida, pese a todo, pese a lo acontecido tan solo un mes antes, cuando el mundo comenzó a derrumbarse bajo sus pies. Pero estaba allí, como una más de la expedición, luchando para lograr su objetivo. Se fotografiaron en la cumbre, abrazados, satisfechos y agotados. Nuria les pidió una fotografía sola, con el tiburón de su hermano asomando sobre su pasamontañas, haciendo la señal de la victoria con sus dos manos, sintiendo no poder trasmitir la felicidad que la invadía por dentro. Comenzaron el descenso. Desde el campo tres les avisaron de un cambio de tiempo. Debían apresurarse. A Nuria no le importaba lo que pasara a partir de entonces. Solo volver a posar sus grampones sobre la escalera. Asomarse una vez más al vacío. Empaparse de ese mundo salvaje, azul y blanco. Al llegar a la mitad de la escalera, ante la estupefacción de sus compañeros de cordada, se desató, tiró su mochila al fondo del abismo y luego se dejó ir tras ella. Ese era el lugar que había elegido para vivir eternamente. Gabriel, su íntimo amigo, ya en el campo base, roto de dolor, encontró entre sus cosas las tres cartas que Nuria le había dejado. Una para él, otra para sus padres y la tercera para su hermano. Nadie sabía nada pero Nuria estaba sufriendo los primeros síntomas de una enfermedad incurable que en pocos meses la convertiría en un vegetal, sin capacidad para moverse o decidir sobre su vida. Y ella no quería acabar así. Les pedía perdón y les suplicaba que, aunque no estuvieran de acuerdo con su decisión, la respetasen. Su cuerpo viviría para siempre, intacto entre las rocas heladas que tanto amaba, y su espíritu acompañaría a las hileras de escaladores que, como ella, continuarían dando un paso tras otro, en busca de un sueño.

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Dormir, dormir y dormir - Marga Pérez

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La incertidumbre del momento introdujo el ruido en su interior. Un ruido continuo que la tiene al borde del desequilibrio. No es capaz de dormir. Por el día pasa desapercibido . Por la noche es insoportable.

El médico le recetó unas pastillas cargadas de infinidad de efectos secundarios , adversos, persistentes, peligrosos, molestos e incluso permanentes, que por supuesto no tomó.

Una noche se quedó dormida observando las imágenes que una vela, encendida para ahorrar energía, se reflejaban sobre ella. Antes había prescindido de la lavadora y dejado la nevera tan solo de alacena... No necesitaba electrodomésticos, se decía mientras pensaba en la electricidad como un invento moderno. Desde entonces la vela forma parte de su ritual para llamar al sueño. Al principio funcionó a las mil maravillas pero a los pocos días el ruido regresó, justo cuando el titilar de la vela llegaba a su fin.

-Es cuestión de dar con el tamaño -Pensó- Necesito una que dure encendida todo el tiempo que quiero dormir.

Cuando la encontró, el ruido ya no regresó al apagarse. Tampoco ella fue capaz de despertar… Algo había fallado en sus cálculos.

 

 

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Profepanda - Esperanza Tirado

                                             Emoji Insomnio

 

 Me he pasado la noche en vela. Es la décima este mes. Estoy harta. Ni los tapones de la farmacia me sirven ya. Ese ruido incesante es insoportable y me va a volver loca. En el instituto ya me conocen como ProfePanda, y no me extraña. Estas ojeras que gasto son terribles.

He preguntado a algunos vecinos cuando coincidimos en el ascensor, pero ninguno escucha nada raro y todos duermen a pierna suelta.

El portero de la finca me comentó algo de una antigua inquilina que se quedó encerrada en el trastero un invierno gélido, mientras organizaba cajas, maletas y trastos varios. Seguramente sea eso, me dijo; que su alma vaga por los pasillos, arrastrando cajas, lamentándose del frío que sufrió aquella noche.

Me parecieron absurdas esas explicaciones de almas vagantes, trasteros misteriosos o golpes del más allá o del más acá.

Pero antes de que esta caja de tapones se me termine, comenzaré la búsqueda de un nuevo piso de alquiler. No sea que me confundan y me metan en la jaula del zoo. Qué Chulina iba a estar allí.


 

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Vela - Marian Muñoz


 

                                                 Resultado de imagen de velas enn una iglesia

 

 

Se guareció del aguacero en una iglesia, el portón abierto invitaba a entrar. Carecía de paraguas y gabardina, se lo habían robado nada más llegar a la ciudad. Estaba en precario sin ser capaz de asumir la situación, lo daba todo por perdido, el viaje había sido en balde y su espíritu quebradizo estaba a punto de romperse. Desamparado y triste el silencio del templo le procuró un instante de relax que su mente aprovechó para recordar imágenes de niñez. Su madre dándole una moneda para acercarse al altar y encender una vela, algo que siempre le había intrigado ¿cómo se enterarían en el cielo cual era la rogativa al santo?

Mirando a su alrededor no vio a nadie, se acercó tímidamente hasta el soporta velas, carecía de dinero, pero quería encender una por si le ayudaba a encontrar solución a su desgracia. En ese instante oyó un ruido, lo asoció a un trueno, aunque sonaba más cerca, parecía provenir del coro. La curiosidad le incitó a subir las escaleras viendo a un hombre caído en el suelo, se acercó para auxiliarle pues respiraba con dificultad. Enseguida comprendió que no tenía conocimientos suficientes para ayudarle, llamó rápidamente al 112 quienes enviaron una ambulancia además de indicarle cómo actuar mientras llegaba. Aquella llamada salvó la vida del hombre, diacono de la parroquia, quien apelando a la generosidad de la policía solicitó le localizaran para dar las gracias personalmente a su salvador.

Aquel encuentro promovió un cambio de rumbo, fue el diacono quien le auxilió primero al acogerle en su casa y después al encontrarle trabajo y alojamiento. Semanas más tarde el hombre desesperado, que ya no lo era, entró en el templo, se acercó al porta velas e introdujo en el cajetín unas cuantas monedas ganadas limpiamente con su esfuerzo, convencido que los de arriba sí se enteraban de las rogativas de los de abajo.

 

 

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