Es
una tarde veraniega de lluvia, el calor no deja siquiera dormir un
rato de siesta a la que incita la oscuridad provocada por las nubes.
Para estar entretenida opté por ordenar cajones del salón
tropezando con una caja vieja de cartón llena de fotografías de mi
niñez. Aparecían mis padres, tíos, primos y por supuesto la
Locaty Whisky. Un apodo que puse a mi tía Hortensia
ya que en cuanto entraba por la puerta de casa antes de saludar ya
estaba pidiendo un whisky on the
rocks a papá, y no bebía del
barato porque decía sentarle mal. Al cabo de tres vasos su
conversación era tan chispeante y fluida que sólo podíamos
escuchar, no había forma de meter baza.
Era
la hermana de papá, forrada de pasta y triviuda. Según contaba,
tras morirse el tercer marido se puso el mundo por montera haciendo
lo que le daba la gana. Estrafalaria, extravagante, transgresora,
todas esas palabras sólo eran adjetivos para su apariencia porque en
el fondo era una bellísima persona, un poco libertina y alocada,
pero al no hacer daño a nadie no se le podía reprochar. Caminando
por la calle todos se giraban a su paso al no tener desperdicio su
indumentaria, como si hubiera elegido la ropa a ciegas. Combinaba
cuadros con flores, colores chillones, boas de plumas, sombreros
según la época del año de lo más inusuales, en fin, no había
duda que le importaba un bledo lo que el mundo dijera de ella porque
hacía lo que quería.
Tanto
en las fotos de joven como ya de mayor mostraba gran belleza, con
tipo de modelo sabía contonearse como nadie. Al primer marido lo
conoció siendo gogó en un festival, cantante de renombre muy
solicitado en funciones por todo el país y parte de Sudamérica. De
gogó en la coreografía pasó al coro y en el Mar de Plata se
casaron muy enamorados. El susodicho era un
calavera, después de la
actuación ella le esperaba pacientemente en el hotel, pero ya se
sabe, debía alternar con personajes influyentes y con mujeres, por
supuesto, hasta que una mezcla de alcohol y drogas lo tumbó en el
escenario, quedando viuda muy joven con la fortuna del difunto.
Con
la faltriquera repleta se dedicó a la vida nocturna y a dar fiestas
para la jet set, hasta conocer a su segundo marido, un banquero ratón
de biblioteca pues no paraba de leer estudios de mercado, bolsas y
negocios de otros países, siendo su único interés. Además,
también era algo rata al no permitirle grandes gastos, había que
ahorrar para cuando vinieran mal dadas mientras él invertía en
bonos italianos y sisaba a sus clientes. Un infarto sin previo aviso
se lo llevó al otro barrio y la pobre viuda quedó nuevamente sola,
desconsolada y bien forrada al ser ya dos fortunas las que podía
dilapidar.
Tras
las estrecheces pasadas comenzó a vivir a su antojo, se le ocurrió
ir de crucero por el Mediterráneo, uno bien lujoso donde, por
supuesto, no faltara el famoso whisky
on the rocks. Entre los
pasajeros había un cazafortunas muy apuesto al que enseguida echó
el ojo. Aquel hombre le proporcionaba tal placer físico y mental
que decidió casarse con él a pesar de ser consciente de lo que era.
Una boda romántica bajo la luna de Creta, el capitán los casó y
fueron muy felices. En cuanto regresaron a casa contrataron de mutuo
acuerdo un seguro de vida siendo beneficiarios el uno al otro. Dos
semanas más tarde el casanova recibió una jugosa herencia de una
antigua amante quien no se había acordado de borrarle del testamento
cuando la abandonó. Ahora, ambos millonarios, pretendían vivir su
amor alocadamente a todo lujo, así fue como él perdió la vida
estrellándose con un coche
Lamborghini, Hortensia
desconsolada volvió a recibir otra fortuna más el seguro de vida.
A
pesar de todas las desgracias nunca dejó de ser una persona vital y
con ganas de disfrutar. Cuando la conocí seguía tan loca como
siempre, con amigos eventuales y fiestas nocturnas, aunque ya su
conducta era más comedida. Con tanta fortuna compró un chalet en
un barrio exclusivo de la ciudad al que acudíamos en su cumpleaños,
o venía a los nuestros y en Navidad. Mis tíos y primos acudían a
ella para sangrarla económicamente, lo que me chocaba es que
nosotros nunca le pedimos nada, al menos no era consciente que así
fuera, siendo los únicos que compartíamos celebraciones con ella.
Ir
a su casa era una pasada, iba en consonancia a su estrafalaria forma
de vestir, lo más destacado su dormitorio, casi tan grande como mi
piso, donde resaltaba un biombo tras el cual se cambiaba de ropa y un
antiguo baúl
vertical de viaje en el que colgaba sus famosos vestidos, guardando
en sus cajones lencería de seda, joyas y zapatos
de raso. Para una niña de barrio obrero como yo aquello era una
pasada. No gustaba de presumir de lujos, pero ante mi boca abierta
no podía evitar relatar la historia de cada objeto.
Cuando
hablaba de sus maridos terminaba cantando aquello de:
Yo
tuve tres maridos y a los tres envenené
Con
unas cuantas gotas de cianuro en el café
Pero
seguramente no me guardan rencor
Porque
han ido directos hacia un mundo mejor
Por
supuesto no los había envenenado, pero ponía ese aire de mujer
fatal y luego nos reíamos sin parar. Otra de sus cualidades era
acertar con el regalo que más deseaba, incluso pensé si tendríamos
telepatía porque nunca fallaba sin siquiera pedírselo. A pesar de
crecer e ir ampliando estudios nunca dejé de acudir en su cumpleaños
y de conversar con cierta frecuencia por teléfono. Primero murió
papá y dos años más tarde mamá. Mi trabajo me llevó al
extranjero, pero siempre que regresaba le hacía una visita para no
perder el contacto que habíamos mantenido en vida de mis padres. En
esa etapa estaba delicada de salud gastándose un dineral en
especialistas y personal que la atendieran.
Un
5 de marzo, recuerdo que caía una gran nevada, me llamaron los tíos
para informarme que estaba ingresada muy grave. Cogí el primer
avión que pude más no llegué a tiempo. El funeral estuvo muy
concurrido y en el cementerio había mandado construir un mausoleo
sencillo pero precioso, ante él nos reunimos la familia que quedaba,
cada vez menos. No pude evitar que me diera un bajón, decidiendo ir
a la oficina central por ver si tenían algún despacho para mí y
poder quedarme en el país aunque perdiera dinero, necesitaba
recuperarme en casa y cargar las pilas para cumplir adecuadamente con
mis responsabilidades.
Andaba
de lo más indolente cuando llamaron a la puerta, un transportista
traía un bulto grande a mi nombre, no he pedido nada le dije, más
me indicó que venía departe de Hortensia. Depósito el bulto en el
salón y al rasgar el papel del envoltorio descubrí el baúl de
viaje, la sorpresa me hizo dar un brinco, se había acordado de mí
antes de morirse, no paré de llorar hasta que conseguí calmar mi
tristeza por la muerte de las personas que más quería, mis padres y
mi tía. Supuse que su herencia la estarían tramitando mis tíos,
sus hermanos, y que como sobrina había tenido la deferencia de
enviarme algo que yo tanto admiraba cuando me lo mostraba. Al
abrirlo tenia colgados abrigos y vestidos de temporada, en los
cajones bufandas y guantes de invierno hacían compañía a sus joyas
y en el cajón de los camisones había un sobre dirigido a mí. Con
gran nerviosismo lo abrí y me dispuse a leer la carta, en ella me
pedía que no llorara por su ausencia, había sido muy feliz sobre
todo por haber contado con personas tan maravillosas en su vida como
mis padres, sobre todo mi madre, una gran mujer que había cuidado,
educado y formado a lo que ella más quería en este mundo a pesar
del apodo que le había puesto de Locaty Whisky.
Hortensia
era mi madre biológica, no se creía capaz de cuidar y criar a una
criatura, así que habló con su hermano, mi padre, quien buscó la
aprobación de mamá y me donó a ellos. Les encomendó que nunca me
lo dijeran porque una madre no es sólo la que da a luz, sino la que
día a día cuida de una niña que algún día será mujer y no es
tarea fácil como para complicarla con explicaciones banales de hijo
biológico o de adopción. Me lo confesaba ahora porque quería
dejar claro cuál era el motivo por el que me nombraba su única
heredera y aunque las arcas estaban algo mermadas seguro que sabría
utilizarlo sensatamente. En el sobre había un boleto
con los datos de su Administrador, él sabría cómo ayudarme a
gestionarlo todo porque siempre había sido muy leal con ella.
En
ese instante comprendí la causa por la que mis padres nunca le
pidieron dinero ya que vivían con el bien más preciado para ella.
Acepté
la herencia, me tomé un año sabático para hacer reforma en el
chalet que iba a ser mi hogar, en mi dormitorio seguiría estando el
biombo y el viejo baúl, aunque no, no iba a vestir las ropas de mi
querida Locaty Whisky esas las dejo para cuando envejezca y me ponga
el mundo por montera.
Espero
que mañana vuelva a salir el sol pudiendo pasear por la calle y
disfrutando de la vida tanto como ella.
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