Mati - Marián Muñoz


No entendía nada, allí estaban todos silenciosos haciendo cola, cola para la muerte, porque era eso, aquel tipo enmascarado y armado lo había ordenado, y todos lo hicieron, el único sonido eran las balas saliendo de aquel cañón y el grito desgarrador exhalado en último aliento, todos estaban en silencio.

Ella sólo pensaba en Mati, había acudido al súper porque tenía una estupenda oferta de mandarinas, y a ella le gustaban mucho.  En ráfagas pulsátiles pasaban sus recuerdos, cuando dejó de trabajar para cuidar a Mati, su hermana síndrome de down, tras la muerte de sus padres fallecidos por gripe,  hacía cinco años, ella y su hermano tuvieron que volver a casa para cuidar de Mati, la dulce Mati, siempre sonriente y alegre, sólo enfadada si no podía ver su telenovela favorita.

Ahora lo veía con claridad, la desgracia rondaba su familia desde hacía tiempo, su hermano quien era su sustento con su trabajo, falleció en accidente en la empresa, y en casa sólo entraba el dinero de la subvención del Ayuntamiento para Mati, apenas les daba para subsistir, ni caprichos ni lujos, sólo lo imprescindible, así que ojeaba con avidez las ofertas de los supermercados para poder llegar a fin de mes.
Había caminado una hora para encontrar aquel súper, mucha gente estaba en él, personas como ella atisbando las ofertas para estirar su escaso dinero, pero ahora, ya no tendrían nada que estirar, sus vidas se acababan porque a ese animal le agradaba matar, ni siquiera sabían quienes eran, sólo llegaron, dispararon al aire y a ponerse en fila camino del patio trasero, donde uno por uno, les disparaban y caían en una montaña de cuerpos sin vida.

No le importaba morir, no tenía mucho arraigo a esta vida, pero no se quitaba a Mati de su cabeza, ¿que la pasaría?,  estaba sola en casa, ¿se moriría de hambre o lograría llamar a la vecina de al lado que siempre era tan amable con ellas? Algo quedaba de comer en la nevera y sabía usar el microondas, pero nada más, mi pobre Mati, ¡que será de ella!.
Poco a poco la fila se movía, el tiempo transcurría muy lento y no oía sirenas ni barullo, sólo el silencio roto por las balas y los quejidos moribundos.

Ahora estaba en el pasillo de los congeladores, allí vio en el armario la pizza que tanto gustaba a Mati, y aprovechando que aquel tipo gritaba a otro, abrió la puerta y escondió dos pizzas debajo del abrigo, pensando que si salía de ésta Mati tuviera una buena cena.
Ya estaba en el quicio de la puerta del patio, la mujer delante de ella acaba de caer encima del montículo de cadáveres, ahora iba ella, el frío atenazaba su estomago, no duele, se dijo, es un segundo y luego nada, pero mi Mati ¿Qué será de ella?.
El disparo la pilló desprevenida, le dolía mucho el costado, sentía la sangre manándole de él y fue tan grande el dolor que cayó encima de aquella señora, sin aliento, ya no oía, no veía, y poco a poco la oscuridad se fue acercando y la cubrió.

Ahora estaba viendo la luz, esa luz que dicen que existe tras el túnel, y allí esta el destino cuando uno muere.  La luz le molestaba, intentaba abrir los ojos pero eran tan fuerte que no podía.  Se oyó así misma gritando el nombre de Mati, y creyó oír una voz, era un ángel, un ángel mujer, sí debía ser eso.  La voz era insistente, la saludaba, la llamaba, la preguntaba como estaba, y entonces pudo abrir los ojos, allí estaba aquel ángel, vestido de verde.  Consiguió cavilar,  creía que en el cielo todos iban de blanco.  Al mirar a ese ángel vio a una mujer, parecía real, y la estaba hablando a ella, pero ella sólo conseguía decir “Mati, Mati”.

Al final se despertó, al mirar alrededor reconoció un quirófano, una enfermera de verde la estaba despertando tras la intervención, todo va a ir bien, le susurraba, ya ha pasado lo peor, ¿Qué tal estas? ¿Recuerdas como te llamas? Y ella sólo tenía palabras para decir,  Mati, mi hermana, Mati esta sola, Mati es síndrome de Down y esta sola en casa.

La enfermera lo entendió, llamó rápidamente a un policía quien logró sonsacarle donde vivía y como se llamaba, y prometió que cuidaría de su hermana hasta que ella se pusiera bien.

Una horas más tarde y más tranquila, contó a los policías lo recordado de lo ocurrido en el supermercado, se interesó por los demás, si habían podido salvarse como ella, pero la respuesta sólo pudo ser negativa, ella era la única superviviente de aquella masacre, la ocurrencia de esconder dos pizzas congeladas bajo su abrigo le había salvado la vida, la bala que produjo tanto dolor en el impacto sólo hizo una herida superficial en su costado, al ser amortiguada por la masa congelada de las pizzas.

Mati fue atendida por su vecina y una asistente social mientras ella se recuperaba en el hospital, cuando por fin regresó a casa, la alegría de ver a su hermana Mati feliz y contenta como si no hubiera pasado nada, era lo que día a día borraba el triste recuerdo de aquellas vidas segadas por bestias atroces.


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